sábado, 8 de octubre de 2011

Introducción a la magia

Desde el principio de los tiempos, cuando los hombres vivían y morían en tribus, siempre ha habido individuos con un carisma y liderazgo superior a la mayoría de la gente. Muchos de estos sujetos tenían gran capacidad de mando sobre los demás, constituían en realidad la nobleza de la sociedad que habitaban. Una minoría de ellos, en cambio, tenían una habilidad especial para relacionarse con el mundo de lo transcendente. Llamaremos a esta minoría místicos, porque lo espiritual y oculto era su especialidad.



Los primeros místicos fueron hechiceros con gran poder de decisión en sus tribus correspondientes, debido a que estaban capacitados para atender las necesidades espirituales de su comunidad, pues no solo de pan vive el hombre. En un momento determinado de la prehistoria, se empieza a rendir culto a los dioses, quizá coincidiendo con la llegada de la agricultura. Es cuando aparece la figura del sacerdote, un místico que cree firmemente que los hombres y los espíritus terrestres están sometidos a seres superiores llamados dioses.



A partir de este punto la rivalidad entre el sacerdote y el hechicero comienza a generarse, pues ambos anhelan tener poder sobre la sociedad aunque con ideas diferentes. El uno era la "competencia espiritual" del otro. Es aquí también cuando el campo de la religión y el mito toman diversas formas y creencias. Las nuevas ideas se trasladan de un lugar a otro por medio del comercio o la guerra. En ocasiones el antiguo animismo se entremezclaba con lo divino creando híbridos religiosos que hacen difícil la separación de ambos. Es el caso del antiguo Egipto, donde se daba culto a los dioses y a la misma vez se usaba la hechicería sin ningún reparo para cualquier asunto cotidiano o divino.



Entonces llegamos a la antigua Grecia, en donde lo divino cobró gran protagonismo. Los griegos eran por naturaleza polisteístas (común entre los pueblos indoeuropeos), así que no tenían muy buena opinión de la hechicería. Sin embargo fueron ellos los primeros, que sepamos, clasificaron la mística y a los místicos en dos grandes familias: Goecia y Teurgia. Los latinos copiaron la idea griega, llamándolo deifixum (hechicería) y consecratio (consagración). Esta clasificación influyó notablemente en los siglos venideros a la teología y a la filosofía.

La goecia (literalmente "encantamiento") era el arte de comunicarse con los espíritus sin necesidad de intervención divina. Entre estos espíritus se incluían genios, demonios (neutrales y malignos) y difuntos. Aclarar que para los griegos había tres tipos de demonios: malignos, neutrales y divinos. Todo lo contrario al cristianismo en donde todos los demonios eran malignos. Los goetas (encantadores) eran para la mayoría de los griegos como mínimo manipuladores de espíritus, ya que empleaban cánticos y palabras para atraerlos a su causa. De ahí la fama de charlatanes que embaucan con la retórica que tuvieron en adelante.



La teurgia (literalmente "obra divina") era todo lo contrario: la relación mutua con la divinidad evitando el trato en lo posible con entidades no divinas. Entre las entidades divinas con que solían contactar se incluyen: héroes, demonios buenos, ángeles, arcángeles y arcontes. Los teurgos verdaderos trataban de mantener una relación de "amistad" verdadera con la divinidad, nunca intentaban sacar beneficio de su mejor amigo con palabras, pues los dioses eran inmunes al encantamiento. Para ello empleaban praxis y voces místicas en función de un mejor entendimiento mutuo. Muchos teurgos eran también sacerdotes.



El nombre que daban los griegos a los grandes místicos era theios aner (hombre divino). Aquellos cuya inteligencia excepcional y poderoso carisma eran capaz resistir cualquier clasificación común. Hombres como Platón, Jesucristo o Apolonio de Tiana fueron llamados habitualmente theios aner.



Por muy escépticos o ateos que seamos, no se debe subestimar el importante papel de la mística en la historia. Grandes místicos como Moisés, Zaratustra, Buda, Lao Tse, Jesucristo o Mahoma han cambiado radicalmente la mente de multitud de naciones a lo largo de la historia. Ellos han sido la raíz de la mayor parte de las religiones que conocemos hoy día. A pesar de la común manipulación de sus enseñanzas con fines bastardos, su legado espiritual es innegable.






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