Se suele creer que la práctica de
atravesar una figura para causar un mal a alguien procede
originalmente del vudú. Nada más lejos de la realidad. Olvidamos
casi siempre que la creencia en la brujería y la magia en el
occidente europeo estuvieron firmemente asentadas hasta bien entrado
el Renacimiento. Estas prácticas hechiceriles recibieron el nombre
de defixium (fijación), pues para que la magia tuviera efecto
el objeto en cuestión era atravesado por un clavo. En los primeros
siglos del cristianismo, la Iglesia clasificó la magia, a imitación
de los griegos (teurgia/goecia), en fijación (defixium) y
consagración (consacratio). El clérigo hispano Prisciliano
(s.IV d.C.) fue acusado de practicar la fijación. Este tipo de
hechicería era bastante antigua, y para su práctica se empleaban
comúnmente tablillas de plomo.
Las tabellae defixionum gozaron
de gran popularidad. Si bien, a juzgar por el catálogo de A.
Audollent, son raras antes del siglo I a.C. y proceden solo de la
Campania, se multiplican desde época silana ampliándose también su
procedencia geográfica (Capua, Cumas, Puzzoli y Roma). Todas las
categorías sociales se interesaron por sus efectos. Se trata de
láminas de plomo, a veces en forma de figura humana, sobre las que
se grababan palabras o expresiones de maldición. Eran empleadas ya
en la Grecia del siglo V a.C. y en la Italia del IV a.C. para
maldecir a individuos (o también a familias y grupos sociales) sobre
los que se deseaba que cayera todo tipo de desgracias (como
enfermedades, la imposibilidad de hablar u oír o incluso la muerte).
Con mucha frecuencia se ansiaba, particularmente, inmovilizar al
adversario; la intención era simbolizada por un clavo que atravesaba
la lámina de plomo y lo fijaba en sepulcros (ésta era una de las
causas más frecuentes de violaciones), pozos y, en general, en
lugares profundos, considerados como acceso al mundo subterráneo. Abajo clavo extraído de una tabla.
Por ello las defixiones eran
consagradas a divinidades infernales como Hécate, Plutón,
Proserpina, etc. Quienes las escribían o mandaban escribir daban
todo género de detalles (nombre, filiación, domicilio) sobre el
enemigo (así como las partes del cuerpo que debían ser afectadas),
con el fin –como ocurre en el ritual religioso- de evitar cualquier
error de las potencias maléficas encargadas de ejecutar la
maldición. Así por ejemplo:
Buena y bella Proserpina, esposa de
Plutón, o Salvia, si es necesario llamarte así, destruye la salud,
el cuerpo, el color, las fuerzas, las facultades de Avonia. Entrégala
a Plutón, a tu esposo. Que ella no pueda, por sus pensamientos,
evitar el maleficio... Yo te doy la cabeza de Avonia, yo te doy los
párpados de Avonia, yo te doy las pupilas de Avonia, Proserpina
Salvia, yo te doy las orejas, los labios, la nariz, los dientes, la
lengua de Avonia para que Avonia no pueda decir dónde sufre; su
cuello, sus espaldas, sus brazos, sus dedos, para que ella no pueda
ayudarse de nada; su pecho, su hígado, su corazón, sus pulmones
para que ella no pueda sentir dónde sufre; sus intestinos, su
vientre, su ombligo, su dorso, sus flancos, para que ella no pueda
dormir; su vejiga para que ella no pueda orinar; sus nalgas, sus
muslos, sus piernas, sus tibias, sus rodillas, sus pies –talones,
plantas, dedos- para que ella no pueda por sus propias fuerzas
sostenerse en pie (CIL I, 2, 2520).
El deseo de que la persona enemiga
permanezca muda o no pueda decir dónde le duele, era casi una
constante en este tipo de imprecaciones mágicas que pedían a las
potencias infernales que el adversario no pueda responder ni hablar.
Cicerón recuerda el caso de C. Escribonio Curio un orador que sufría
contínuas pérdidas de memoria llegando a quedar mudo. La causa no
era otra que los maleficios y las fórmulas mágicas de la hechicera
Titinia. Algunas tabellae, contienen palabras escritas al
revés. Así, por ejemplo una, redactada para maldecir a un ladrón
de toallas en los baños, dice en la versión original y en la
restituida por A. Audollent (Defixionum Tabellae, París 1904,
104):
Qui mateliu tiualo ni cistauqilc
mocauqa lle at. minq mae tiuaul...
Qui mihi ma(n)telium in(u)olauit,
sic liquat com agua ell(a)m(u?)ta, ni q(u)i eam saluauit.
Es decir: “Aquel que me ha robado mi
toalla se licuefique como esta agua muda, a menos que me la haya
puesto al lado”. El propósito de ocultar el significado de las
palabras no es otro que el hacerlas comprensibles sólo al mago y a
las fuerzas infernales cuya intervención se invoca para castigar al
ladrón. En otras ocasiones junto al texto aparecen signos, letras,
serpientes entrelazadas, flechas, triángulos, etc.
Se colocaban bajo tumbas y templos de
divinidades infernales (en menor medida) al principio y más tarde en
pozos o lugares con agua. Se solían enterrar bajo las tumbas de los
“muertos prematuros”, pues estaban enojados y sedientos de
venganza. Pelos, uñas y telas de ropa de la víctima acompañaban
normalmente a las tablas. Otro modo era el enterrar figuritas, sobre
todo con fines eróticos, también había otras para favorecer el
parto y la fecundidad, la cura y prevención de enfermedades o las
buenas cosechas, pero el fin más extendido era el maléfico.
En España tenemos
una prueba de estas prácticas en las Partidas (s.XIII):
Otrosí
defendemos que ninguno no sea osado de hacer imágenes de cera, ni de
metal, ni otros fechizos malos para enamorar los hombres con las
mujeres, ni para departir el amor que algunos hubiesen entre sí.
En el vudú, las personas
que desean vengarse de sus enemigos o eliminarlos acuden al bokó
(maléfico) para que les haga un maleficio. Para que el hechicero
pueda actuar, debe primero fabricar un muñeco con cera que
represente a la persona a la que se ha de dañar y pagar la suma que
el bokó estime en concepto de honorarios. Una vez que el
maléfico tiene la figura, la atraviesa con un alfiler al tiempo que
recita fórmulas mágicas. Éstas son las que producirán, en el
cuerpo de la persona representada por el muñeco, una o varias
enfermedades, según cómo y dónde pinche la figura. La forma de
librarse de este tipo de maleficios es portar amuletos y talismanes o
contar con la protección de un espíritu fuerte que pueda
neutralizar el mal.
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