Entre todas las noticias transmitidas por los escritores clásicos, la que hace referencia a los druidas es quizá la que más fascinación ha ejercido sobre los estudiosos de este mundo. Y aunque los datos sean en ocasiones contradictorios, en esencia se refieren a la existencia en Galia y Britania de una clase sacerdotal fuerte y bien organizada, celadora y transmisora de los conocimientos sobrenaturales, como el estudio de los planetas y de las estrellas y la creencia en la transmigración de las almas; a la que estaba reservada la realización de los rituales religiosos, tales como los sacrificios humanos y de animales o la recogida y cocción del muérdago en el caldero ritual. César y Cicerón informan que los druidas pertenecían a la clase aristocrática más elevada, como el eduo Diviciacus que se convirtió en un importante aliado de César en sus primeras campañas.
Los druidas tenían además un inmenso poder político y social, ya que controlaban la elección del rey y su reinado y tenían capacidad incluso para decretar la muerte del monarca cuando así lo estimaban necesario. Hasta tal punto era grande su poder político que Dion Crisóstomo, refiriéndose a los sacerdotes de los pueblos de la Antigüedad, escribe lo siguiente:
Los celtas tenían sacerdotes que son llamados druidas; eran expertos en adivinación y en todas las demás ciencias; sin ellos no le era permitido al rey tratar asuntos ni tomar una decisión, hasta tal punto que en realidad eran los druidas los que gobernaban, no siendo los reyes más que servidores y ministros de su voluntad.
Plinio describe a los druidas como “los hombres de la encina”, seguramente aludiendo al rito de la recogida del muérdago o por analogía con el griego drus, que significa encina. Sin embargo, etimológicamente druidas quiere decir “los muy sabios”, y es que no solamente eran los sacerdotes encargados de realizar sacrificios, sino que también eran los depositarios de la ciencia, instructores y sabios metafísicos, lo que ha llevado a establecer a varios autores antiguos, entre ellos Anmiano Marcelino, Hipólito de Roma y Clemente de Alejandría, una relación entre los druidas un destacado papel como hombres de influencia y de enseñanza, que aconsejan a los reyes, actúan como jueces, maestros y metafísicos, y velan por los sacrificios, mientras que los bardos eran poetas dedicados a la literatura, y los vates o adivinos se encargaban de la magia, la adivinación y la medicina. Sus doctrinas incluían especulaciones filosóficas sobre el cielo y la tierra, así como la creencia en la metempsicosis, idea a la que los romanos atribuian el valor que los celtas demostraban en los combates. Los druidas actuaban como jueces y sacerdotes en sacrificios sangrientos para aplacar a los dioses, en los que las víctimas solían ser criminales, y tenían el poder de la excomunicación.
Pero los escritores antiguos también relatan que los druidas hacían vaticinios sobre la sangre y las entrañas de las víctimas estranguladas y que los obtenían del mismo modo que los lusitanos. Estrabón describe con gran realismo como las víctimas humanas eran apuñaladas por la espalda, mientras que los sacerdotes hacían adivinaciones sobre la forma de caer los cadáveres; y que remataban a las víctimas humanas y a los animales quemándolos en grandes jaulas o cestos de mimbre. Tácito, refiriéndose a los britanos, dice que rocían sus altares con la sangre de los prisioneros y consultan a los dioses en las entrañas humanas. Desconocemos si hacían prácticas adivinatorias sobre los caballos, como ocurre entre los germanos según el testimonio de Tácito: “para los germanos los caballos eran animales sagrados, de los que se obtenían presagios, por ser considerados confidentes de los dioses”. Exteriormente, el signo más distintivo de los druidas era su vestido blanco. Los druidas poseían el arte de hacer aparecer llamas para espantar a sus enemigos.
Muy pocos son los documentos arqueológicos en donde aparecen representados los sacerdotes: en el relieve de Dijon se muestra una escena de sacrificio en la que interviene el oficiante, vestido y velado, depositando una ofrenda sobre el altar, y el vitimario, que aparece con el torso desnudo, sujetando a un toro y apoyado sobre un hacha; y tal vez en monedas célticas de Gran Bretaña, como una hallada en el templo de Harlow (Essex), de la ceca de Camulodunum, perteneciente a la serie del rey de los Catuvellauni, Cunobelin, en cuyo reverso se distingue a un personaje (¿un sacerdote?) desnudo con una especie de delantal de cuero, llevando en una mano una cabeza y en la otra un cetro, delante de un trípode o un altar; en otras monedas de los Catuvellauni, esta vez de la ceca de Verulamium y de la serie del rey Tascionvanus, puede verse en el reverso una figura vestida con larga túnica, probablemente un sacerdote, sentado en un trono, haciendo una ofrenda en un gran caldero provisto de pie o de soporte; detrás del trono se aprecia un árbol muy estilizado que quizá hace al lugar en el que se realiza el culto, que en este caso sería un bosque.
La mejor descripción de los druidas la proporciona César:
En toda la Galia solo cuentan dos clases de gentes y son honradas... De estas dos clases prepotentes, una es la de los druidas, la otra la de los caballeros. Los primeros velan por las cosas divinas, se ocupan de los sacrificios públicos y privados y regulan todas las cosas referentes a la religión. Un gran número de jóvenes vienen a instruirse con ellos, lo que les proporciona una gran consideración, siendo ellos los que resuelven cualquier clase de disputa pública o privada, al igual que los crímenes, los asesinatos, las diferencias de límites o de herencias, concerniéndoles la evaluación de los daños y la imposición de penas... A la cabeza de todos estos druidas está un jefe único, que ejerce entre ellos la autoridad suprema. A su muerte le sucede el que le sigue en dignidad: si son varios los que poseen idéntico derecho a la sucesión, o bien lo remiten al sufragio de los restantes druidas, o a veces lo disputan mediante las armas.
En determinada época del año se reúnen en un lugar sagrado del país de los Carnutos que es tenido por el centro de toda la Galia. Allí acuden gentes de todas partes en busca de consulta, sometiéndose a sus opiniones y juicios. Su doctrina fue primeramente elaborada en Bretaña y de allí pasó al resto de la Galia, de forma que aún hoy en día los que quieren profundizar en ella, parten para aquella región para mejor penetrarla. Los druidas no suelen ir a la guerra, ni pagan impuestos como el resto de los galos: están dispensados del servicio militar y libres de toda obligación. Atraídos por tan grandes ventajas son, pues, muchos los que vienen por propia voluntad a confiarse a su enseñanza o son enviados por sus padres y parientes a este menester.
Se dice que la enseñanza consiste en aprender de memoria un gran número de versos, permaneciendo algunos en la escuela hasta veinte años, y esto debido a que piensan que la religión prohíbe confiar estos conocimientos a la escritura, como se hace con el resto, cuentas privadas y públicas, para lo que se sirven de la escritura griega. Soy de la opinión, sin embargo, de que han establecido este uso por dos razones, porque no quieren dar a conocer al pueblo esta doctrina, y para que los que están en el aprendizaje, fiándose de la escritura, no descuiden la memoria... Lo que sobre todo pretenden inculcar es que las almas no perecen del todo, sino que pasan de un cuerpo a otro, lo que les parece en extremo adecuado para excitar el valor, suprimiendo todo temor a la muerte. Discuten, asimismo, mucho de los astros y sus movimientos, de la magnitud del mundo y de la tierra, de la naturaleza de las cosas, del poder de los dioses inmortales, y todas estas especulaciones las transmiten a los jóvenes.
A través de los documentos literarios y arqueológicos se puede afirmar que los druidas reglaban el tiempo en relación con la luna. El famoso pasaje de Plinio alude a este cómputo lunar cuando se refiere al rito de la cocción del muérdago, la planta sagrada de los druidas:
Es muy raro encontrar el muérdago y, cuando se le descubre, se le cuece en una gran ceremonia religiosa; esto debe hacerse en el sexto día de la luna, astro que entre ellos marca el comienzo de sus meses, de sus años y de sus siglos, que duran treinta años, porque en este día la luna está ya en toda su fuerza.
Y César comentando los dioses de los galos, escribe:
Los galos se creen descendientes de Dis Pater y dicen que esto es una revelación de los druidas. Por esta razón dividen el tiempo no por días, sino por noches; cuentan los aniversarios de nacimiento, los comienzos de los meses y de los años, de manera que el día viene después de la noche.
El mejor testimonio arqueológico del cómputo lunar entre los druidas lo constituye el calendario galo de Coligny, escrito en lengua céltica y datado en el siglo I a.C. Consiste en una gran plancha de bronce en donde está grabado el calendario lunar con los meses y cada uno dividido en mitades buenas y malas, días fastos y nefastos. Es posible que este calendario fuera usado por los druidas para regular sus intervenciones, seleccionando los días propicios para el culto, la adivinación, el sacrificio, las celebraciones, etc. Siguiendo la tradición mítica insular, el año estaba dividido en dos mitades, la mitad oscura y la mitad clara, marcadas ambas por sendas festividades. Una de las fiestas principales celtas citadas en el calendario de Coligny es la de Samonios, “reunión” o “fin del estío”, que se celebraba el 1 de noviembre, marcando la unión entre el año viejo y el nuevo y el comienzo de la estación sombría. La fiesta clara, era la fiesta del fuego y de los druidas.
El gran momento festivo del calendario era el Lugnasad, “asamblea de Lug”, que tenía lugar el 1 de agosto y que en Lugdunum (Lyon) recibió el nombre de Concilium Galliarum, “asamblea de los galos”; era la fiesta del rey como distribuidor de las riquezas y de la paz, siendo incluida por Augusto en el culto imperial casi desde el comienzo de la ocupación romana. Se observa cómo el calendario celta, con sus tres fiestas principales, refleja la ideología tripartita de los indoeuropeos: la fiesta del 1 de mayo, se hace en honor del dios supremo en su aspecto brillante y sacerdotal; la del 1 de noviembre le honra en su aspecto sombrío y guerrero; mientras que la del 1 de agosto evoca su aspecto real.
La existencia de sacerdotes del culto se halla atestiguada también entre los germanos, según el testimonio de Tácito:
Entre los Narvahales se muestra un bosque, lugar sagrado de una antigua religión; un sacerdote, vestido de mujer, lo preside, pero los dioses, según la interpretación romana, serían Cástor y Póllux; tal es el carácter de su divinidad, su nombre es Alci.
Esta curiosa cita del sacerdote vestido de mujer encuentra confirmación arqueológica en territorio céltico, en la sepultura de Palarykovo (Eslovaquia). Asimismo, la arqueología y las fuentes antiguas atestiguan la existencia de sacerdotisas entre los celtas, al haberse identificado una tumba de sacerdotisa en el santuario de Libanice (Bohemia); y Estrabón y Mela repiten una historia, ya vieja en su época, de que en una isla situada en la costa oeste de la Galia había un santuario gobernado enteramente por mujeres. En Tácito se encuentra también una posible alusión a sacerdotisas o druidesas, cuando alude a las mujeres vestidas de blanco, llevando antorchas, que junto a los druidas alentaban a los indígenas contra la armada romana que preparaba el ataque de la isla inglesa de Anglesey. Sin embargo, en la religión céltica parece ser que el sacerdocio femenino se reducía a la adivinación y que las mujeres no ofrecían sacrificios ni impartían enseñanzas, lo que viene a coincidir con el testimonio de Tácito, aludiendo a que entre los germanos vaticinaban no solo los hombres, sino también las mujeres.
Nuevamente es el santuario de Libenice el que confirma el cometido de las druidesas, ya que la sepultura de la sacerdotisa puede ponerse en relación con la cita de Tertuliano acerca de que los celtas tenían por costumbre pasar la noche cerca de las tumbas de los héroes esperando sueños premonitorios, es decir, sería la adivinación a través de la incubatio. En el siglo III d.C. áun hay constancia de que las druidesas eran consultadas por Alejandro Severo y más tarde por Aureliano. Las excavaciones en el santuario céltico de Gournay-sur Aronde sugieren la existencia de un sacerdocio organizado y permanente, encargado de las actividades relacionadas con el ritual, aunque no es posible asegurar que se trate exactamente de druidas. Junto a los druidas que transmiten las fuentes literarias, las inscripciones de época romana testimonian la existencia en la Galia de sacerdotes encargados de las oraciones entre los heduos y equivalentes a los flamines Marti. Los gutuatri se hallan atestiguados en Autun en una dedicatoria dirigida al dios Anvallus; en Mâçon, en donde el dedicante es al mismo tiempo flamen de Augusto y gutuater de Marte; y en Puy, en donde el gutuater es igualmente prefecto de la colonia.
Los flámines, sacerdotes encargados del culto y de los sacrificios, se hallan atestiguados en numerosas inscripciones, como en Auxerre, Perigueux y Poitiers, especificándose en la de Rennes que el dedicante es flamen perpetuus de Mars Mullo. Solo el ara de Tréveris, ofrecida por un flamen de Mars Lenus, se halla asociada a un santuario. Con el tiempo el papel de oficiantes lo fueron desempeñando otro tipo de sacerdotes, por lo general notables de la ciudad, que se encargaban al mismo tiempo de los cultos indígenas y romanos; como el sacerdos o padre municipal ligado al culto imperial, que se encuentra atestiguado en muchas ciudades, aunque solamente en Tréveris y en Argentomagus (Saint-Marcel, Indre) se documenta en relación con lugares de culto, el santuario en el primer caso y el altar de las Tres Galias dedicado a la madre de los dioses en el segundo. También en el recinto cultual de Argentomagus se descubrió un vaso en una fosa con una inscripción en galo en donde se dice que el “bergobret” (magistrado supremo) ha realizado o presidido el sacrificio.
Una inscripción de Bussy, en territorio de los segusiares, menciona a un magistrado municipal como prefecto encargado del agua en el santuario de Dunisia. Lugdunum (Lyon), la capital del territorio galo conquistado por César, fue desde el año 12 a.C. sede de un culto provincial ofrecido a Augusto y a Roma, y para encargarse del gran altar que allí se levantó y de las ceremonias que tenían lugar, cada año se elegía a un sacerdote de entre los descendientes de la nobleza de las sesenta “naciones” galas. Los documentos epigráficos proporcionan otros cargos en relación con el culto: el aeditus, guardián del templo en Cassel; el curator, encargado de los edificios religiosos, aparece ligado al templo de Sirona en Wiesbaden (Germania); un antistes, sacerdote con funciones no determinadas, se menciona en el santuario dedicado a Lenus Mars en Tréveris.
Leyendo a César se llega a la conclusión de que la religión céltica es cosa de los druidas, puesto que ellos son los intermediarios entre los dioses y el rey y éste, a su vez, entre el druida y la sociedad humana. Es decir, que la organización de la sociedad céltica recortada sobre la del panteón –la comparación del esquema teológico funcional dado por César con el panteón irlandés, que nos han transmitido los textos medievales insulares permite deducir la existencia en la religión céltica de las tres funciones indoeuropeas definidas por G. Dumézil: la sacerdotal, la guerrera y la productora- da a la función sacerdotal una preeminencia absoluta sobre la segunda, de forma que reyes y guerreros se hallan en completa dependencia respecto de los druidas. Con la conquista romana los druidas pierden su estatus privilegiado, puesto que, al existir un derecho escrito, ya no son los garantes del orden basado en unas leyes de uso no escritas que solo ellos conocen. La prohibición de los sacrificios humanos por un senatus-consultus del año 97 d.C. les hace pasar a la clandestinidad, para terminar más tarde en la ilegalidad, cuando según noticias de Suetonio se prohíbe la religión de los druidas a los ciudadanos romanos:
Claudio abole totalmente la religión de los druidas entre los galos, era de una crueldad espantosa y había sido prohibida bajo Augusto a los ciudadanos romanos.
Una probable alusión a las reuniones clandestinas de los druidas se encuentra en las “cavernas” y “bosques lejanos” en donde, según Mela, estos “maestros de la sabiduría” impartían sus enseñanzas a los nobles de la Galia. A juzgar por un texto de Filostrato parece ser que, bajo Domiciano, los adeptos de esta doctrina tuvieron que huir hacia Occidente, refugiándose entre los celtas insulares. Y sin embargo, las profecías de los druidas son mencionadas en el siglo III d.C. por Alejandro Severo y Maximino, localizándose esta última mención en Aquilea, ciudad de la Galia Cisalpina, en donde varias inscripciones atestiguan el culto a Belenus, el Apolo celta; y el poeta galo Ausonio alude a la presencia de druidas entre la alta sociedad galo-romana aún en el siglo IV d.C., que se sucedían de padre a hijo y que estaban ligados al culto de Belenus-Apolo-Phoebus.
Según J.J. Hatt, los druidas y la religión céltica con sus ritos bárbaros y sanguinarios, fueron considerados por Lucano como focos de la resistencia nacionalista gala a Roma. Por este motivo, los emperadores romanos vieron en el culto a Marte indígena precéltico, practicado por las aristocracias indígenas de las regiones menos celtizadas y, por consiguiente, más conectadas a las tradiciones precélticas, como los allóbreges, los helvetios, los remes, los sequanos, los tréviros o los voconces, un elemento de contención al nacionalismo galo. Los cultos de esta poblaciones no estaban presididos por una clase sacerdotal fuerte e independiente, como la de los druidas, sino por los jefes tradicionales de las ciudades, cuyas funciones eran al mismo tiempo religiosas, civiles y militares.
En Irlanda hay algún testimonio de que los druidas intervinieron en la elección de un jefe-rey. También en Irlanda uno de los druidas ejercía una supremacía sobre los demás, y en la “Vida de San Patricio”, escrita en latín, se le llama “primus magus”. Mas allá del círculo dominado por Roma, los druidas continuaron siendo fuertes, En las “Vidas de los Santos”, se les presenta oponiéndose a los misioneros romanos. En Escocia, por ejemplo, aparece San Columbano, como San Patricio había aparecido en Irlanda, donde sus himnos procuraban protección contra los hechizos de los druidas.
En todas las cosas, especialmente la guerra, ayudaban a su pueblo por medio de la magia, que llegó a tener carácter mítico, e incluso se dice que el “tuahta Dé Danann” fue ideado por ellos, hasta el punto de tener poder sobre la naturaleza, provocar cegadoras tormentas de nieve, nubes de fuego, torrentes de agua y poseer la facultad de extender el mar sobre la tierra. Podían transformarse en otros o producir una niebla mágica que hacía invisibles a los hombres o les causaba amnesia. El “airbe durad” era una barrera mágica que se colocaba alrededor de una fuerza armada y que los adversarios no podían transgredir. Devolvían la vida a los muertos. Otras acciones dependían de la administración de ciertos brebajes especiales, por ejemplo, provocar el olvido o el sueño mágico druídico, un sueño que dejaba inmóvil al durmiente y le hacía revelar lo que estaba oculto en su mente. La “rima” era una sátira o encantamiento recitado contra una persona, y se creía que tenía gran poder para hacer daño; por consiguiente, la persona sucumbía a su fuerza y generalmente moría. Una clase de magia primitiva era encantar una lanza y luego tirarla encima de la sombra de la presunta víctima para causarle la muerte.
El hecho de que a los primeros misioneros cristianos se les atribuyesen poderes parecidos, prueba que, entre los goidelos de Irlanda, la creencia en el poder de la magia era general; estos misioneros, si hay que dar crédito a sus biógrafos, se encontraron con que los actos mágicos de los druidas tenían poderes semejantes y mayores incluso que los suyos propios, reduciéndoles a la impotencia. Para impedir y guardarse de ciertas enfermedades u otros males, se empleaban amuletos. Con frecuencia se han encontrado pequeños modelos de un caballo, que tiene una anilla para poder ser colgado, representando a la diosa Epona, y se utilizaba para conseguir su protección.
Toda esta magia fabulosa indica claramente que, para la creencia popular, los poderes de aquellos druidas eran ilimitados. Por esto en “Las vidas de los Santos” se les llama “magi”, cuyos poderes igualaban al del mismo Santo. Pero debe recordarse que Plinio, que describe algunas de las artes druídicas, también les llama “magi, druidae, ita suos apellant magos”, y después emplea también la palabra sacerdote, “sacerdos”, para designar al que corta muérdago.
Las divinidades aparecen más como grandes magos que como dioses. El poder mágico de los druidas era mucho más grande porque se decía que los dioses lo habían aprendido de ellos, o, por lo menos, de cuatro grandes druidas
¿Druidas en Hispania?: La religión hispana céltica presenta rasgos de gran arcaísmo al igual que la lengua, de ahí la dificultad con que topan los filólogos para interpretar inscripciones como la de Botorrita. Dioses típicamente celtas como Cernunnos, Epona y Sucellus, no se citan en inscripciones hispanas, en tanto sus ofrendas e imágenes se multiplican en el país vecino. Es especialmente llamativa en Hispania la ausencia de los druidas, tan significativos en la Galia. Estas divinidades se suplen por equivalentes, como ha estudiado para la Beturia céltica A. Canto, la cual relaciona las cupae de Mérida con el culto a Sucellus. No parece probable esta idea, más lógico es poner las cupae emeritenses en relación con las comunidades africanas en la capital de la Lusitania.
Las imágenes de los dioses célticos galos son escasísimas en Hispania, e incluso existen dudas sobre la procedencia de alguna de ellas; tampoco existe un tipo de enterramiento típicamente galo como el de los grandes túmulos, con carros y caballos junto al difunto. El número de carros o figuras de carro depositadas en pequeños túmulos es escaso. Muchos teónimos hispanos no se parecen en modo alguno a los de la Galia, todo lo cual nos lleva a la consideración de que en Hispania, en efecto, había celtas, pero de un estrato mucho más antiguo que el de los celtas de Galia.
Los santuarios del sur de Galia y el tipo de religiosidad que presuponen son desconocidos en la Meseta. En el arte se da el mismo fenómeno: elementos de La Tène II se documentan en Hispania (escudos de las lápidas de Teruel, de la cerámica de Liria, del heroon de Osuna, cabeza humana mordida por un felino de la pátera de Perotito, de la fíbula de Drieves, etc.), pero libros como el “Early celtic art” de P. Jacobsthal, o bien “Les celtes et gallo-romains”, de J. J. Hatt; “Les celtes et les germains a l’epoque a païene” de E. Will: “Los celtas, de P. M. Duval; o el volumen colectivo “I Celti”, y podríamos añadir más títulos, han puesto de relieve la “difunción” y la imposibilidad de realizar, con los materiales obtenidos en la Península Ibérica, un panorama religioso y cultural céltico hispano equivalente al céltico de la Europa continental.
Contrastan también las numerosas representaciones de dioses celtas en Galia con los muy escasos de Hispania; los nombres de los dioses también son diferentes, si bien en muchos casos se pueden homologar funcionalmente e incluso tienen conexiones en la lengua céltica. Ahora, sin embargo A. Canto, que ha rastreado en los teónimos de las inscripciones de la Beturia céltica, ha visto una interpretatio romana de los dioses del panteón galo citado por César, y ve en algunos topónimos referencias a Taranis y Cernunnos.
La ausencia de materiales “típicos” celtas lleva a los investigadores extranjeros a la conclusión de que no hubo celtas en Hispania. Por su parte, las fuentes literarias tampoco se hacen eco de una posible inmigración de gentes célticas durante la Tène II; apenas quedan dos noticias, relativas al año 104, de Tito Livio y Julio Obsequente, que se refieren a la invasión de cimbrios y teutones, que fueron vencidos y rechazados por los celtíberos.
Hay divinidades hispanas equivalentes a los de la tríada celta. Sí pudo haber sacrificios humanos en honor de Marte, que confirmarían lo escrito por Estrabón. Estamos de acuerdo con G. Sopeña en el papel atribuido al cuervo en el descarnamiento de los cadáveres, rito fúnebre importante, como prueban las dos escenas numantinas, que encajan muy bien en el pensamiento céltico. El hipocampo es raro en el contexto funerario ibérico, pero es probable que junto al grifo esté representado en un vaso numantino, según la tesis de R. Olmos, aceptado por G. Sopeña, pero sería un hapax de influjo mediterráneo, pues no está presente en la simbología funeraria de Lara de los Infantes, en las estelas de la Meseta, donde, en cambio, sí aparece el toro con finalidad funeraria, al igual que en el Levante ibérico.
Una de las grandes diferencias entre la religión céltica hispana y las de los restantes territorios europeos es a la ausencia (en Hispania) de los druidas, lo que indica un estrato más primitivo que la religión céltica. Los caudillos y jefes celtibéricos no van acompañados por druidas o personajes de similar carácter religioso (como sucede en Galia), ni son citados por autores antiguos en cualquier otra época o escenario hispano. No aparecen con Indíbil y Mandonio, con Istolacio e Indortes (el primero es un jefe celtíbero al que Diodoro llama general de los celtas), ni con el príncipe celtíbero Allucio, ni con el jefe lusitano Kaisaros, ni con los lusitanos Viriato y Tautalo o Púnico o Cauceno, éstos últimos citados en un párrafo que narra el comienzo de las guerras lusitanas; ni tampoco con Retógenes Caraunio, ni con Avaro, caudillos de la guerra numantina; ni con Corocotta. Estos antropónimos son celtas. Solo el nombre Indíbil es una formación híbrida indoeuropea-íbera.
El sacerdocio no sería, pues, “profesional” ni continuado, aunque siempre estaría en manos de individuos “iniciados” en los ritos religiosos y que pertenecían a las clases aristocráticas dominantes. Parece que en Iberia los santuarios estaban al cuidado de sacristanes-augures más que de sacerdotes, ya que sus labores principales eran mantener limpios los lugares de culto y realizar presagios, que algunas veces requerían sacrificios; sin embargo, eran los fieles los interlocutores directos de los dioses de cada santuario. En la época anterior a los íberos, los sacerdotes se reconocían por su cabello recogido con una cinta, su bonete o la tonsura en su cabeza. La casta sacerdotal estaba compuesta por miembros de las clases aristocráticas.
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