Iniciamos una serie de entradas
dedicadas a los adivinos, aquellos que presagiaban por inspiración
divina, de ahí la palabra "adivino". Debe diferenciarse de
la "mántica" (arte del presagio) griega en la cual se incluían todo tipo de individuos con capacidades para conocer los
sucesos futuros, incluídos los adivinos. Palabras como nigromántico,
oniromante, hidromante, etc., hacen mención a distintos tipos de
"mánticos".
El
término "ariolo" es de posible origen etrusco, fue traído
a Hispania por los romanos. Muy poco es lo que se sabe de ellos. En
época republicana, el estado romano desencadenó contra la
adivinación natural o inspirada (el enthousiasmos
de los griegos) y, en general, contra todas aquellas formas que no
estuvieran contenidas en los libros de los augures o en los Libros
Sibilinos. También los profetas y videntes que practicaban este tipo
de adivinaciones (vates, carmentas, ariolos), considerada como
dementia o privación
de mens, fueron
igualmente perseguidos; esa desconfianza hacia el delirio profético
explica que el término vates
reciba en latín un claro sentido peyorativo, de la misma forma que
el verbo vaticinor sea
sinónimo (por ejemplo, en Cicerón) de “divagar”, “tener
propósitos incoherentes”. Esta actitud de hostilidad hacia la
adivinación natural se percibe bien en las relaciones de Roma con
los centros oraculares itálicos.
San
Isidoro los define en sus Etimologías:
Los ariolos (arioli) reciben este
nombre porque formulan abominables plegarias ante las aras de los
ídolos y les ofrecen funestos sacrificios, después de cuya
realización reciben las respuestas de los demonios.
En el IV concilio
de Toledo del año 633, presidido por San Isidoro de Sevilla, en el
canon 29 se establecía que
Si se descubriera que algún obispo,
presbítero o diácono, o cualquier otro del orden clerical,
consultaba magos, arúspices, ariolos, augures, sortílegos o a los
que profesan artes ocultas o a algunos otros que ejercen cosas
parecidas, depuestos del honor de su dignidad sean encerrados en un
monasterio, consagrados allí a una penitencia perpetua, lloren el
crimen cometido de sacrilegio.
En el Fuero juzgo
del año 681 se condena a los que consultan a los ariolos, arúspices
y vaticinadores. Durante la Edad Media, los ariolos eran curanderos
con amplios conocimientos botánicos (yerbas mágicas), usaban
filacterías y quitaban maleficios. Según un documento medieval
español del siglo XIII, los ariolos eran unos adivinos que ejercían
su arte por medio de palabras. Las llamadas aras o brujas blancas,
son, según Andolz, las brujas benéficas de Aragón. Tal vez por la
etimología de la palabra (y su cometido mágico) tenga algo que ver
con los ariolos. La Iglesia consideró al ariolo como adivino.
San Isidoro decía
(probablemente refiriéndose a las filacterías o nóminas):
A todas estas prácticas pertenecen
también las ligaduras execrables de remedios condenados por los
médicos y que consisten en precantaciones, en caracteres o bien
objetos diversos que deben llevarse atados o colgados.
Las misma técnicas
curativas -pero de religión distinta- fueron practicadas por los
precantadores (principalmente judíos). Los judíos tenían excelente
fama como médicos.
Comenta San Isidoro
(s.VII) sobre la medicina mágica:
La escuela
metódica, ideada por Apolo, iba acompañada de medicamentos y
cármenes. Los metódicos no tenían en cuenta ni el examen de los
síntomas, ni las circunstancias temporales, ni la edad ni las
causas, sino únicamente la existencia misma de las enfermedades.
En la España rural
del siglo XX ha habido casos de mendigos milagrosos que luego
desaparecen sin dejar rastro. En un caso una niña con poliomelitis
fue capaz de andar, además el mendigo le dejó unos escapularios
para evitar el mal de ojo. En Suramérica algunos hechiceros
empleaban momias de los antepasados para realizar curaciones.
En Bolivia, entre
los habitantes de la comunidad aymara, viven los kallawayas. En
lengua aymara, significa “irse de casa” pero en lengua quechua
hace alusión al “hombre que anda cargando hierbas medicinales”.
Los kallawayas existen desde antes de que se constituyera el imperio
inca. Se los podría denominar médicos ambulantes: personas que
tienen un profundo conocimiento de la botánica y de la medicina
natural.
Se supone que en la
corte de los incas asesoraban a los sabios (amautas) en cuestiones de
sanidad y que también prestaban sus servicios como médicos en
Cuzco, la capital del imperio. No tenían residencia fija sino que se
trasladaban de un sitio a otro curando a los enfermos. Para ello, era
necesario preparar de antemano todas las pócimas y bebedizos
necesarios de tal manera que pudieran conservar intactas sus
cualidades.
En un hallazgo
arqueológico del siglo VI se encontró el equipo de un kallawaya,
entre otros elementos se describe un craneo que muestra tres
trepanaciones, un mortero de madera, un tubo hecho de caña de bambú,
jeringas, tabletas de madera y una bolsa (chuspa) que contenía
material vegetal macerado. Una vez que éste fue analizado, se
comprobó que se trataba de una de las especies de tabaco mezclado
con hojas de guayusa (Piper callosum), planta habitualmente
empleada como antiespasmódico.
Los investigadores
estiman que los kallawayas eran capaces de curar enfermedades tan
diversas como parálisis, ceguera, neumonía, diversos tipos de
heridas y enfermedades mentales. Entre los medicamentos que
preparaban, habían algunos fabricados con barro y frutas fermentadas
cuyos efectos son comparables a los de la terramicina y la
penicilina. Para estos médicos ambulantes, en todos los hombres
siempre se unen tres principios vitales:
-El “Athum
Ajayu”. Es una fuerza divina gracias a la cual puede pensar, sentir
y moverse y a la que se considera inmortal.
-El “Juchui
Ajayu”. El el cuerpo astral, el alma.
-El cuerpo físico.
El material donde se encarnan los dos principios anteriores.
Es el desequilibrio
entre estos tres principios lo que produce la enfermedad. Para
restablecerlo, el kallawaya hará uso de sus conocimientos de
herboristería y pedirá ayuda a los espíritus. Éstos son,
fundamentalmente, la Pachamama (Madre Tierra) y los Achachillas, que
son los ajayu de los antepasados que, al ser inmortales moran en las
montañas, ríos y lagos sacralizándolos.
Debido a esta
concepción del universo, para mantener la salud y gozar de la ayuda
de estos espíritus es imprescindible tenerlos contentos; para ello,
es necesario darle de comer a la montaña, lo que equivale a hacer
ofrendas a los antepasados (Achachillas). Estos médicos son siempre
hombres; en esta comunidad las mujeres solo se dedican a atender
embarazos y partos. Lejos de ser unos charlatanes que aseguran curar
todo tipo de dolencias, reconocen que para algunas, como las
terminales o las hereditarias, sus conocimientos no son efectivos.
Sin embargo, sus curas han demostrado tener éxito en casos de
tuberculosis, diarreas, artrosis, problemas renales, hepáticos,
cardíacos y en los trastornos mentales, entre otros.
Sus medicamentos no
son solo compuestos vegetales; también emplean algunos elementos
minerales o animales deshidratados. Entre las ofrendas rituales
típicas de los kallawayas para curar enfermos hay dulces y vino.
Tenían tres tipos de mesas rituales: las blancas, servían para
curar enfermedades; las grises, destinadas a purificar el espíritu,
y las negras, que tenían como finalidad devolver las desgracias que
algún enemigo había enviado. A menudo los kallawayas emplean
cantos.
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