Entre los
babilonios se obtenían presagios de las vísceras del animal
sacrificado, ya desde el comienzo del II milenio a.C. El mágico
aplicaba criterios ya fijados de antemano, como el color o el tamaño
de los órganos. Se empleaba mucho en la mántica el hígado. El
arúspice se fijaba en determinados detalles anatómicos. Igualmente
se usaban los pulmones, los riñones o las circunvoluciones de los
intestinos. La aruspicina babilónica usó una técnica y unos
métodos de análisis de las partes anómalas del cuerpo. Uno de los
procedimientos más usados para obtener la adivinación entre los
hititas era el examen de las vísceras de los animales sacrificados.
En Ugarit, los arúspices cananeos desarrollaban su actividad como
personal especializado en actividades de adivinación a través de
las vísceras de los animales sacrificados. Se usaban modelos de
hígado y de pulmón con inscripciones. Algunas piezas se han hallado
en la casa del sacerdote-mago, donde también se ha encontrado la
reproducción en arcilla de un pulmón ovino. Igualmente había
prácticas de hepatoscopia. Los asirios también examinaban los
hígados de los animales para adivinar el futuro.
La aruspicina
desempeñó un papel principal en la religión etrusca, pues las
prácticas adivinatorias eran el único medio que permitía al hombre
conocer la voluntad de los dioses. Cicerón (Div. 2.49) llama
aruspicina al arte de interpretar las entrañas de las víctimas y
los rayos, pero en otro párrafo de esta misma obra limita la
aruspicina al extispex, al observador de las entrañas de las
víctimas, que era diferente del fulgurator o intérprete de
los prodigios. Llamaban extispicio (extispicem) al que
practicaba la extispicina. Es un arte religioso típicamente etrusco.
La extispicina,
llamada también hieroscopia y aruspicina, era quizá la técnica más
compleja de todas las que conformaban la adivinación inductiva. Este
método presuponía la creencia que la divinidad intervenía de forma
muy acusada en la vida de los animales, ya no solo en su
comportamiento, sino también en su anatomía, que utilizaba para
transmitir al hombre sus designios. La extiscipina alcanzó una
enorme importancia en Grecia según se cree por influencia oriental.
En el mundo griego la extiscipina formaba parte del sacrificio, pues
eran las vísceras del animal inmolado, sobre todo el hígado
-técnica que en este caso recibía el nombre específico de
hepatoscopia- lo que constituía el objeto de la manipulación
adivinatoria. Por ello esta técnica aparece muy unida a la
empiromancia o adivinación mediante el fuego, pues las víctimas
sacrificadas eran como sabemos quemadas para su consumo, de forma que
a través de diferentes signos proporcionados por la combustión o
las evoluciones del humo, los especialistas podían interpretar la
voluntad divina. Muy singular es el caso de los pitagóricos, quienes
al tener prohibidos los sacrificios animales, pues era hostiles a
todo derramamiento de sangre, utilizaban la empiromancia vegetal.
Entre otras
prácticas adivinatorias, los antiguos galaicos eran muy hábiles en
obtener agüeros de la contemplación de los intestinos. Actualmente,
en algunas tribus africanas, existen hechiceros expertos en la
contemplación de intestinos de animales para presagiar la buena o
mala fortuna. Entre los lusitanos se vaticinaba ordinariamente
mediante sacrificios humanos. Estrabón los describe del modo
siguiente:
Los lusitanos
hacen sacrificios y examinan las vísceras de los prisioneros
cubriéndolas con sagos. Cuando la víctima cae por mano del
hieróscopo, hacen una primera predicción por la caída del cadáver.
Amputan las manos derechas de los cautivos y las consagran a los
dioses.
Esta
forma de adivinación era llamada hieroscopia. Del mismo modo
vaticinaban los druidas, según el geógrafo griego, que toma el dato
de Posidonio. Diodoro, al hablar de los galos, escribe que el golpe
se daba en el diafragma, coincidiendo el modo de vaticinar de
lusitanos y galos en observar la caída de la víctima. La
congruencia entre estas características del vaticinio en ambos
pueblos se explica por ser los lusitanos también celtas.
S. Montero ha
estudiado la interpretación romana de las prácticas hepatoscópicas
extranjeras. Recoge el autor la noticia de Silio Itálico alusiva a
las prácticas hepatoscópicas de los galaicos: “envió a un
muchacho hábil en la adivinación por las entrañas, el vuelo de las
aves y las llamas”. Frecuentemente se utilizaban sacrificios
humanos, como entre los lusitanos. Estrabón escribe sobre el
particular: “Hacen sacrificios, observan las entrañas, pero sin
ectomía”, es decir, sin extraerlas ni cortarlas para examinar su
interior, marcando así una diferencia con la hepatoscopia greco
etrusca. También señala que “observan las venas del pecho y
conjuran palpándolas”.
La verdadera
diferencia estriba en que los lusitanos consultaban las entrañas de
las víctimas humanas: “Predicen mediante las entrañas de los
prisioneros de guerra, cubriéndolas con sacos. Luego, cuando el
arúspice lo golpea por encima de las entrañas, predicen primero
según la forma en la que cae el cuerpo”. También las sacerdotisas
cimbrias examinaban las entrañas humanas. Los britanos y los
druidas, según Tácito “consultaban a los dioses en las entrañas
humanas”. También está documentado este procedimiento entre los
pueblos del Cáucaso. De todo ello se desprende que la manera de
obtener adivinación los lusitanos no era específicamente suya.
La presencia de
los arúspices en Roma, requerida por el Senado a comienzos del siglo
II a.C. para colaborar en la expiación (y más tarde en la
interpretación) de los prodigios es, ciertamente, como afirma Mac
Bain, un caso único. Pocas culturas antiguas permitieron a un
sacerdocio de origen extranjero participar en la vida religiosa y
política; Roma hizo esa excepción con los adivinos etruscos. Es
necesario, sin embargo, admitir que debieron ser varios los motivos
para que eso sucediera. En primer lugar, no podemos olvidar el clima
de profundo pesimismo y de angustia que se respira durante los años
de la segunda guerra púnica (218-201 a.C.); la necesidad de conocer
el desenlace de la guerra desarrolló un extraordinario interés por
el culto de las divinidades extranjeras (recordemos la introducción
del culto de Cibeles) e hizo que el pueblo depositara su confianza en
nuevas formas de adivinación como los ariolos o los carmentas, pero
también en la magia y la astrología. Todo ello vino acompañado
además, como advierte Livio, de un peligroso abandono de los
sacrificios y de los antiguos rituales romanos.
La débil
posición del Senado, incapaz de contrarrestar las innovaciones en el
ámbito de la adivinación, queda reflejada por el viaje emprendido
por Q. Fabio Máximo a Delfos en el año 216 a.C.; dicho personaje,
perteneciente probablemente al colegio de los decemviri, fue
enviado a consultar el oráculo de Apolo sobre las plegarias y
sacrificios necesarios para aplacar a los dioses y poner fin a tanta
calamidad. Es un síntoma de que los medios oficiales de pontífices,
augures y decénviros resultaban ya insuficientes. Tampoco fueron
especialmente favorables los primeros decenios del siglo II a.C., ya
que muchos de los movimientos sociales y de las revueltas de esclavos
encontraron en esas nuevas formas de adivinación –sobre todo de
procedencia oriental- uno de los soportes de su lucha y de sus
reivindicaciones. Los jefes de las revueltas de esclavos en Sicilia
reforzaban su carisma actuando como adivinos, astrólogos o
intérpretes de sueños. La adivinación privada era considerada,
bajo sus más diversas formas, un peligroso instrumento contra el
orden social establecido, y la nobilitas romana no dudó en
perseguirla reforzando aquella otra que formaba parte de la religión
pública, lo que fue posible estrechando la ya existente colaboración
con los arúspices etruscos.
Desde luego estos
adivinos no eran totalmente desconocidos en Roma; algunas fuentes
remontan incluso su presencia a la época de los Tarquinios, pero
todo parece indicar que dicha presencia lo era a título individual
(no como corporación sacerdotal) y que se produjo esporádicamente.
Solo, según Mac Bain, a partir de los años 280-270 a.C., cuando los
foedera abren unas relaciones más pacíficas con las ciudades
etruscas, comienzan a hacerse más frecuentes sus intervenciones.
Conviene recordar, en este sentido, el entendimiento de la clase
senatorial romana con las familias dirigentes etruscas. El ejército
romano intervino a favor de las oligarquías locales, acosadas por
las revueltas sociales, en ciudades etruscas como Arretium (302
a.C.), Volsinii (265), y en varias de ellas nuevamente en el año 196
a.C. No obstante, fue a partir de la segunda guerra púnica cuando,
como recuerda Cicerón, se institucionalizan las relaciones del
Senado romano con los arúspices. El cónsul Postumio, con motivo de
las célebres bacanales del año 186 a.C., pronunció un vibrante
discurso contra estas ilícitas reuniones en el que los responsa
de los arúspices son, por primera vez, equiparados con los decretos
de los pontífices y de los senatusconsulta con el fin de
garantizar las buenas costumbres.
El arte
adininatorio de los arúspices permitía no solo expiar los
prodigios, cosa que ya venían haciendo los decemviri, sino
también interpretar aquellos signos que se manifestaban en tres
ámbitos diversos: en ciertas anomalías de las vísceras
(particularmente el hígado) de los animales sacrificados; en la
aparición de los rayos y en la observación de prodigios. A
diferencia de la adivinación oficial romana, la técnica aruspicinal
era capaz de conocer en todos ellos el porvenir anunciado por los
dioses. Su arte adivinatorio se fundamentaba en el principio de
correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos, es decir,
entre el ámbito celeste y el terrestre, regidos por las mismas
divinidades. Con base en dicho principio, el hígado de las víctimas
sacrificiales era imaginado como reflejo de la bóveda celeste; la
observación de malformaciones o anormalidades de este órgano podían
ser convenientemente interpretadas con la ayuda de modelos de bronce
o terracota (como el célebre hígado de Piacenza), donde las
casillas que lo dividen vienen marcadas con los nombres de las
divinidades (deorum sedes), de la misma forma que se imaginaba
para el cielo. La aruspicina o extiscipina era, pues, diferente de la
litatio romana: no se limitaba solo a examinar el buen estado
de los exta antes de ofrecer la víctima a la divinidad, sino
que “consultaban” el interior de las vísceras para leer en ellas
indicaciones precisas sobre el porvenir.
Los arúspices,
partiendo de la división de la bóveda celeste en regiones,
no tenían tampoco dificultad en reconocer qué divinidad había
lanzado el rayo (considerado como un auspicium maximum), si
éste era de buen o mal presagio y cuál era su significado. Pero,
además, los arúspices estaban en disposición no solo de expiar,
observar e interpretar los rayos, sino también de rechazarlos o de
atraerlos (los llamados fulmina auxiliaria) mediante el uso de
ciertos ritos y ciertas plegarias. La historiografía latina se hace
eco de varios episiodios en los que el ejército romano fue alcanzado
durante la conquista de Etruria por el rayo desviado por los
arúspices; todavía en el año 408 d.C., cuando las tropas de
Alarico asediaban la ciudad de Roma, los arúspices etruscos fueron
convocados por el prefecto para que defendieran la ciudad valiéndose
de esta ciencia. Esta habilidad para dominar las tormentas se dio
también entre algunos encantadores: los tempestarios y nigromantes,
tal vez estén más relacionados de lo que creemos con los arúspices.
Por último,
también el prodigio, como ya hemos visto, podía en la ciencia
aruspicinal etrusca prefigurar el porvenir al atribuírsele no solo
un sentido funesto (como hacían los romanos) sino también la
posibilidad de un valor favorable para el hombre o la ciudad.
Imaginemos si no la conmoción, al menos sí la sorpresa que se
produjo entre la población romana cuando en el año 172 a.C., tras
haber sido alcanzada por un rayo la columna rostral erigida en el
Capitolio (lo que, con arreglo a las costumbres tradicionales, era
considerado uno de los peores prodigios posibles), los arúspices
interpretaron el prodigio como anuncio de felices acontecimientos:
Respondieron
los arúspices que este prodigio resultaría bien y que anunciaba una
extensión de las fronteras y la aniquilación de los enemigos. En
efecto, los “rostra”, abatidos por la tempestad, provenían de
los despojos arrebatados a los enemigos (Livio XLII, 20, 1).
El complicado
ritual que seguían los arúspices etruscos para examinar las
entrañas de las víctimas o reconocer a la divinidad que había
enviado el rayo, confería a este tipo de adivinación un carácter
técnico que lo hacía aún más atrayente y que, sin duda, debió de
impresionar a las familias dirigentes romanas. No sorprende, pues,
que a partir del siglo II a.C., los arúspices lucharan de parte del
Senado en defensa de los intereses oligárquicos. Dicha colaboración
se puso de manifiesto, por ejemplo, en el año 121 a.C. cuando los
arúspices difundieron entre el pueblo la noticia de graves prodigios
coincidiendo con el momento en que Cayo Graco establecía sobre la
antigua Cartago la colonia de Junonia, proyecto al que por su
popularidad se había opuesto repetidamente el partido senatorial. La
multiplicación de signos divinos desfavorables coincidió nuevamente
cuando Mario, otro político popular, trataba de adueñarse del poder
o cuando Catilina lo disputaba con Cicerón en el año 65 a.C:
Recordaréis,
en efecto, que durante el consulado de Cota y Torquato, varias cosas
en el Capitolio fueron fulminadas por el rayo, y que entonces las
imágenes de los dioses fueron removidas y derribadas las estatuas de
nuestros viejos prohombres, licuados los bronces de las leyes y
alcanzado también el fundador de esta ciudad, Rómulo, que
recordareis, pequeñuelo, sus labios a los pechos de una loba, según
la representaba una estatua dorada en el templo capitolino. En aquel
tiempo, arúspices llegados de toda Etruria predijeron la inminencia
de muertes e incendios, la extinción de las leyes, la guerra civil y
doméstica y el ocaso de la ciudad y el Imperio si los dioses
inmortales, aplacados por todos los medios, no torcían con su poder
casi el curso de los hados (Cicerón, Catilina III,
18-19).
Pero existía
–en relación con la práctica aruspicinal- otro elemento no menos
interesante: sus libros sagrados, conocidos en latín como la
Disciplina etrusca. Se trata de libros de origen divino cuyo
contenido había sido revelado por profetas. Unos eran atribuidos a
Tages, el fundador de la aruspicina, otros a la ninfa Vegoia, la lasa
Vecu etrusca. Pero en conjunto todos trataban de los tres
aspectos que abarcaba la ciencia adivinatoria etrusca y estaban por
ello divididos en libri haruspicini, libri fulgurales y
libri rituales. Augusto, según nos dice Servio, los depositó,
junto con los Libros Sibilinos, en el interior del templo de Apolo
Palatino. Para entonces, gracias a la labor de eruditos de origen
etrusco como Tarquitius Priscus o Caecina, los libros etruscos habían
sido traducidos ya al latín. Este hecho quizá favoreciera la
apertura del sacerdocio a los latinos. En el siglo I a.C. muchos de
ellos se habían integrado ya como arúspices en colonias y
municipios y algunos llegaron incluso a acompañar a los magistrados
y jefes militares. No parece, sin embargo, que este proceso haya
puesto en peligro el prestigio de los arúspices etruscos, cada vez
más reducidos en número, algunos de los cuales pasaron a integrar
el célebre y cualificado Ordo LX haruspicum cuyos orígenes
se remontan, quizá, a los tiempos de la reorganización senatorial.
Ya en época
visigoda, San Isidoro los define en sus Etimologías (año
621):
El nombre de
arúspice ("Haruspice") significa algo así como “observadores de las
horas”, y es que ellos tienen muy en cuenta los días y las horas
en la ejecución de los asuntos y trabajos, y establecen que es lo
que el hombre debe cumplir en cada momento. Examinan también las
entrañas de los animales y por ellas predicen el futuro.
Se cuenta que
un tal Tages (Nt: Tages es una de las importantes figuras de la
mitología etrusca) que transmitió a los etruscos el arte de la
aruspicina: dictó con sus propios labios la ciencia de los
arúspices, y nunca más fue visto. Cuenta la fábula que en una
ocasión en que un campesino se encontraba arando, surgió
súbitamente de entre los terrones y le dictó la ciencia aruspicial,
muriendo ese mismo día. Los romanos tradujeron esos libros de la
lengua etrusca a la latina.
Los arúspices fueron condenados en el concilio de Toledo del año 633, presidido precisamente por San Isidoro. En el Fuero Juzgo del año 681 se dictaron leyes contra ellos y otros adivinadores. El nombre “arúspice” parece haberse perdido en las tinieblas de la Alta Edad Media. En textos españoles del siglo XII en adelante se habla de agoreros metiendo en el mismo saco a todas las variedades de agüeros. Estos agoreros son definidos como hechiceros. La prueba evidente de que los arúspices eran considerados agoreros en esta época, la tenemos en un documento español del siglo XIV referido a la aruspicina en la antigua Roma:
Otro sí vn
agorero, faziendo sacrificio de vn animalia, amonestó al César, que
se guardase de vn grande peligro, que le venía antes de los ydus de
março. Calfurnia, su muger del César, vido en sueños que se caya
toda su casa e que veya al César cuerpo muerto en su regaço. E no
lo embargando todas estas cosas e señales, aquel día el César
salió de su palaçio e vino al Capitolio.
Si bien se habla
con frecuencia de catar agüeros en estornudos, vuelos de aves,
palabras, objetos, etc., no se hace mención explícita al examen de
las vísceras de los animales en ningún documento. Esto quiere decir
que o bien no existía ya, o bien era una práctica muy minoritaria. Esta práctica adivinatoria no es exclusiva de Europa, incluso hoy día existen en algunas tribus indígenas individuos que catan y consultan las entrañas de los animales.
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