"Bardo"
tiene como raíz etimológica gwerd-2 (alabar en voz alta). Comparten
raíz el sánscrito grnáti "él canta"; avéstico
gar- "alabar"; lituano gerbti "honrar";
prusiano antiguo gerbt "hablar" y el alto alemán
antiguo queran "suspirar". Con grado cero y sufijo
grd-do "el que alaba" se incluye el céltico bardo-.
Homero, autor de la
Ilíada y la Odisea, es seguramente el "bardo" griego más
conocido de la historia. Sus obras rebosan alabanzas y rimas
dedicadas a los dioses y los héroes. El investigador Joachim Latacz
sostiene que Homero pertenecía o estaba en permanente contacto con
el entorno de la nobleza. También persiste el debate sobre si Homero
fue una persona real o bien el nombre dado a uno o más poetas orales
que cantaban obras épicas tradicionales. La mayoría de los
historiadores sitúa la figura de Homero en el siglo VIII a. C., si
bien sus escritos debieron ser tradiciones orales de mucha mayor
antiguedad.
El nombre de
Hómēros es una variante jónica del eólico Homaros. Su
significado es rehén, prenda o garantía. Hay una teoría que
sostiene que su nombre proviene de una sociedad de poetas llamados
los Homēridai, que literalmente significa "hijos de
rehenes", es decir, descendientes de prisioneros de guerra. Dado
que estos hombres no eran enviados a la guerra al dudarse de su
lealtad en el campo de batalla, no morían en éste. Por tanto se les
confiaba el trabajo de recordar la poesía épica local, para
recordar los sucesos pasados, en los tiempos anteriores a la llegada
de la literatura escrita.
Los bardos
históricos, miembros de la clase sacerdotal entre los celtas,
cantaban las hazañas de los héroes y desempeñaban el papel de
consejeros. Tras la conquista romana subsistieron en la corte de los
pequeños príncipes del País de Gales, donde se organizaron según
una jerarquía rigurosa. Acompañaban su canto con una especie de
lira, la crouth.
Los más célebres y los más antiguos fueron
Taliesin, Aneirin y Llywarch Hen (ss. VI-VII). La conquista del país
por Eduardo I (1238) los redujo a la condición de cantores
ambulantes hasta el s.XVI. El romanticismo les devolvió cierta
popularidad al atribuirles un papel decisivo en la formación de las
epopeyas nacionales.
Es obvio que históricamente el poder de las alabanzas unido a la belleza de
las palabras (acompañadas habitualmente de mentiras, exageraciones y una buena
dosis de cepillo) lograron engatusar los oídos de muchos poderosos.
Para adaptarse a los nuevos tiempos, los bardos modernos ("asesores" y "expertos) cambiaron la poesía por la retórica y al rey por el político. Ástutamente saben que los mandamases sienten un maquiavélico
placer por ser continuamente ensalzados. Al igual que antaño son tan maestros del halago como de la ineptitud.
Las rimas sobre dioses y héroes del pasado han sido sustituídos por mantras acerca de
constituciones dignas de elogio, "democracias" y demás
parafernalia política. Mismo perro con distinto collar.
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