En la
entrada anterior
aportamos información abundante sobre la palabra "dios",
así como el uso y abuso posterior del vocablo con fines religiosos,
políticos y finacieros. Hoy seguiremos profundizando un poco más en
lo divino para esclarecer qué se oculta tras tantos mitos y
leyendas. Es algo que no debe quedar en el aire. A modo de repaso
indicaremos que "dios" viene de la raíz indoeuropea deiw-
("brillar", con otros derivados como "cielo" o
"día"). Con grado cero y sufijo diw-yo- tenemos "Diana"
(diosa lunar). Otra raíz etimológica asociada de algún modo a los
dioses es leuk- (luz, esplendor). Términos afines son el sánscrito
rócate "reluce",
roká- "luz";
avéstico raocant-
"esplendoroso"; arameo lois,
galés llug; irlandés
antiguo luchair;
anglosajón leoth;
alto alemán antiguo loh;
islandés antiguo lon
y el lituano laukas
"pálido". Con sufijo leuk-na se incluye el latín luna.
La raíz no deja ninguna duda de su relación con el dios pancéltico
Lug y la luna (deificada bajo el nombre de Diana).
El
origen de los dioses -por lo que sugiere la etmología- se halla en
el cielo y más concretamente en los objetos brillantes que se ven en
el firmamento. En definitiva nuestros antepasados más remotos
observaban a los astros con asombro y curiosidad. Les dieron nombres
y los sacralizaron por la imprescindible función que realizaban: el
astro rey proporcionaba calor, luz diurna y vida; la luna
representaba la noche y afectaba a las mareas; los relámpagos eran
claramente signos divinos del poder de los dioses, etc. No es extraño
que las mismas estrellas y los planetas recibieran nombres de dioses.
Creo sinceramente que la astrología fue la verdadera ciencia
asociada a los dioses. Los marinos aprendieron a guiarse por el mar
gracias a las estrellas; asimismo el cálculo de las estaciones, los días y
los horóscopos también se aprendieron a base de interminables
estudios del cielo que duraron milenios. Los sabios de la antiguedad
pasaban largas noches observando el cielo en lugares elevados con
objeto de desentrañar los misterios divinos, fueron ellos quienes
enseñaron la astrología por primera vez. La propia Tierra era la
diosa llamada Era, la cual brilla como todos los planetas gracias al
sol. En cierto modo los planetas son seres vivientes que respiran y
proporcionan vida en su seno a plantas y animales.
Con la
llegada de la agricultura el hombre comenzó una vida sedentaria,
ello facilitó la reproducción humana y el ocio como nunca se habían
conocido. Sin embargo la sobrepoblación produjo guerras y epidemias
por doquier, seguramente fue el precio a pagar por dejar la vida
errante. Una nueva casta social (poetas y bardos) se ganó al pueblo
creando los mitos de los dioses a base de mucha imaginación.
El halago es una forma de vida así que con
patrañas y exageraciones los poetas dieron historia, personalidad y
sentimientos humanos a los astros. A vista del éxito obtenido, y
lejos de quedar ahí sus invenciones o alabanzas, usaron la misma
táctica sacralizando a aristócratas (propiamente "el mejor")
y nobles (literalmente "conocido") del pasado.
Los héroes
alcanzaron rango semidivino; los dioses lares eran los fallecidos con
méritos (los santos cristianos se basan en ellos). Personajes
históricos como Jesucristo (al cual algunos emperadores romanos le
rendían culto como dios lar) fueron también convertidos en hijos de
Dios, nada raro pues no debe olvidarse que Israel estaba notáblemente
influenciada por el paganismo heleno y romano. Por si fuera poco
desde época augusta se puso en boga el culto al emperador como ser
divino, costumbre que heredó el Medievo en la figura de los reyes. El indoeuropeo es de carácter claramente politeísta.
Del
verbo "esplender" (propiamente "brillar,
resplandecer") derivó "esplendor" y "espléndido".
Se usó para referirse a las nobles acciones o a aquellos con
majestuosidad divina. Ese carácter sacralizador de los difuntos (y a
veces de los vivos) continua vigente en nuestros días como medida
eficaz para mantener el status de una sociedad sedentaria. No es raro llevar a los altares a políticos, deportistas (el culto en Argentina a Maradona se da en algunas iglesias), artistas, etc., según sus méritos. Una buena
prueba de la deificación de personas nos la ofrece San Isidoro
(s.VII) en sus Etimologías:
Cuentan que el invento de
determinadas artes dio origen al culto de algunos de ellos, como
Esculapio, por la medicina; o Vulcano, por la forja. Otros reciben su
nombre de sus actos, como Mercurio, que preside las mercaderías; o
Líber, que deriva su nombre de “libertad”. Hubo también algunos
que fueron hombres poderosos y fundadores de ciudades, en cuyo honor,
cuando murieron, los hombres reconocidos erigieron estatuas para
encontrar consuelo en la contemplación de su imagen; pero poco a
poco y por incitación del demonio, este error fue arraigando de tal
manera en sus descendientes, que, a los que honraron únicamente por
el recuerdo de su nombre, sus sucesores terminaron por considerarlos
dioses y les rindieron culto. El empleo de estatuas surgió cuando,
por deseo de los difuntos, se hicieron imágenes y efigies suyas,
como si se tratase de personas admitidas en el cielo, cuyo lugar
suplantaron en la tierra los demonios para ser venerados,
persuadiendo a los engañados y perdidos a que les rindieran
sacrificios.
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