Los sorteros eran adivinadores
populares que averiguaban el futuro por medio de el azar o la suerte,
para ello se valían de diferentes medios. Entre los babilonios se
usaron métodos como un puñado de harina o granos para hacer
presagios. Sabemos que los hititas echaban suertes. Los
griegos usaron con bastante frecuencia la cleromancia o adivinación
por las suertes, pues éstas últimas no eran solo cuestión de azar,
sino también se consideraban manifestación de los dioses. Este
sistema tenía una amplia vertiente política, sobre todo en la
designación de algunas magistraturas y sacerdocios menores o de los
miembros de los tribunales, que en vez de ser elegidos directamente
por el pueblo, eran nombrados mediante sorteo, de forma que se
descargaba sobre la divinidad parte de la responsabilidad de la
elección. Dentro de esta categoría existían diferentes variedades
en función del instrumento que se utilizaba, como las flechas
(belomancia), las varitas (rabdomancia) o los dados (psefomancia);
éstos últimos se usaban en el santuario ático de Atenea Skiras.
Cuando Roma llevó a cabo la anexión
territorial del Lacio e Italia, entró en contacto con numerosos
templos de carácter oracular. En todos ellos venían practicándose,
quizá ya desde la época arcaica, los oráculos per sortem,
es decir, mediante la extracción al azar de una pequeña tablilla
(sors) donde venía escrita la respuesta de la divinidad;
ninguno de ellos practicaba, pues, ese otro tipo de adivinación que
descansaba en el delirio inspirado de la sacerdotisa que parece haber
sido desconocido. Uno de los que gozaban de mayor antigüedad y
prestigio era el de Fortuna en Praeneste. Sabemos, sobre todo después
del excelente trabajo de J. Champeaux, que el oráculo, en origen,
era abierto solo en uno de los dos días que duraba la fiesta en
honor de la diosa (9 y 10 de abril); quizá, al menos durante el
Imperio, el oráculo era abierto también en ciertos días del año.
El origen de dichas sortes es descrito por Cicerón en su De
diuinatione (II, 85-86):
Los anales de los prenestinos dicen
que Numerio Sufucio, varón respetable y de noble linaje, fue
advertido muchas veces en sueños, hasta con amenazas, para que fuese
a cierto paraje y partiese una piedra; que asustado por aquellas
visiones se propuso obedecer, a pesar de las burlas de los
conciudadanos, y que de la piedra partida salieron las sortes
grabadas en encina, con caracteres antiguos. Aquel paraje, rodeado
hoy por una barrera sagrada, está cercano al templo de Júpiter
Puer, sentado con Juno sobre las rodillas de Fortuna, amamantado por
ella y con tanta piedad reverenciado por las madres de familia. Al
mismo tiempo, en el mismo sitio donde se encuentra el templo de
Fortuna, brotó miel, según dicen, de un olivo; consultados los
arúspices, contestaron que algún día llegarían a ser célebres
aquellas suertes y que, por su mandato, se hizo de aquel olivo un
arca en la que se encerraron las suertes que todavía hoy se sacan
cuando lo aconseja Fortuna (II, 41).
Era un niño (puer, como el
Júpiter representado junto a la diosa) quien mezclaba y sacaba las
sortes (miscentur atque ducuntur o tulluntur) siempre
bajo la inspiración de la diosa (Fortunae monitu). Después
de ser extraídas, un especialista, el sortilegus Fortunae
(equivalente a los prophetai de Delfos), las leía. En tiempos
de Cicerón, las sortes eran pequeñas tablillas de madera de
encina con fórmulas, en caracteres arcaicos, muy ambiguas, que
permitían adaptarse a todo tipo de consultas planteadas a la diosa.
Eran depositadas en un arca custodiada, como sabemos por la
epigrafía, por Júpiter Arcanus. Otro antiguo oráculo, también
transmitido por la diosa Fortuna, era el de la ciudad de Antium; su
rasgo más peculiar es que se trataba de una pareja de diosas (díada)
mencionadas por las fuentes como las vericae sorores, Fortunae
Antiatae, Fortunas Antiatis, etc. y a cuya dualidad
respondían también las estuatuas cultuales. Como en Praeneste,
ambas ejercían al tiempo funciones oraculares, fecundantes y
políadas. El procedimiento adivinatorio usado en Antium no es muy
conocido, pero Macrobio lo cita de pasada para ilustrar el de Baal de
Heliópolis:
La estatua del dios de Heliópolis
es llevada en una litera (“ferculum”), como las imágenes
de los dioses son llevadas en la procesión de los juegos circenses y
los que la transportan son generalmente los hombres más destacados
de la provincia. Estos hombres, con sus cabezas afeitadas y
purificados por un largo periodo de abstinencia, van como el espíritu
del dios (“divino spiritu”) les mueve y
llevan la estatua no por su propio deseo, sino adonde el dios les
dirige, como en Antium vemos las imágenes de las diosas movidas para
dar sus oráculos (Macrob., Sat. I, 23, 13).
Este tipo de adivinación, a base de
movimientos espontáneos es extraño a las religiones itálicas y
característico, por el contrario, de los santuarios orientales (Zeus
en Heliópolis o en Siwah, Apolo en Siria y en Egipto, etc.), lo cual
ha hecho pensar que pudo ser adoptado por Antium, quizá a través de
Cartago, en los siglos VI o V a.C. Conocemos otros más: el de
Hércules Víctor de Tibur, el de Falerii y otras ciudades etruscas
(Caere, Viterbo, Arezzo), el de Júpiter Apenninus de Iguvium, el de
la fuente Clitumna descrito por Plinio, el de Forum Novum cerca de
Parma, el de Gerión en territorio véneto o, el más tardío de
Hércules en Ostia. De este último estamos informados gracias a un
tríptico votivo publicado por G. Becatti en 1939, que representa a
unos pescadores sacando con sus redes de las aguas las sortes
del dios; todo parece indicar que su antigüedad no se remonta más
allá del siglo II a.C. y que imitaron en gran medida a las de
Praeneste. Todos ellos, a pesar de la diversidad de dioses que los
dispensan (Fortuna, Hércules, Minerva, Gerión, etc.), tienen un
denominador común: su naturaleza cleromántica. La arqueología ha
proporcionado algunos ejemplares de estas sortes de los que
dos son particularmente célebres: el disco de bronce de Cumas (con
el nombre de Hera) y el guijarro del Museo de Fiésole con los
nombres de Fortuna y Servio Tulio.
En general, las sortes conservadas
adoptan una gran diversidad de formas y de materias. Muchas son
tablillas de bronce o de madera pero otras están fabricadas con
bronces o plomos. En cualquier caso, atestiguan el recurso casi
exclusivo de la adivinación itálica a la escritura frente a una
adivinación inspirada que en época histórica era rehusada. Roma
mantuvo desde los comienzos de la República un enorme
distanciamiento hacia todos estos santuarios oraculares ya en clara
decadencia a finales de la República; dicha desconfianza viene
primeramente explicada por el tipo de adivinación que se practicaba
en ellos. El propio Cicerón dice que la adivinación per sortem
es un género muy desacreditado que el sentido común rechaza y que
en todos los lugares ha perdido ya la fama; finalmente termina
preguntándose (De adiv. II, 41): “¿Qué fe merecen unas
sortes que se sacan a una señal dada por Fortuna y que un
niño escoge al azar después de mezclarlas?”
Es significativo que siendo Fortuna una
diosa que gozó de gran popularidad en Roma y que era conocida por
infinidad de epítetos (Fors Fortuna, Fortuna del Foro Boario,
Fortuna Muliebris, Fortuna Virilis, Fortuna Viscata, etc.), no
existan noticias sobre la actividad oracular de sus santuarios. Pero
esa hostilidad viene explicada también por el temor a que sus
oráculos fueran puestos al servicio de una peligrosa política
anti-romana, especialmente cuando, por ejemplo, Roma y Praeneste se
enfrentaron en numerosas ocasiones durante el siglo IV a.C., hasta
que la ciudad fue tomada en el 338 a.C. Aún en el año 241 a.C.,
concluida la primera guerra púnica, el Senado romano prohibió al
cónsul Q. Lutacio Cerco consultar las sortes de Praeneste,
argumentando que se trataba de auspiciis alienigenis; era
conveniente, pues, como dice Valerio Máximo, que la República se
rigiera por los auspicios patrios y no por los extranjeros.
En época imperial romana, fue famoso
el santuario de la diosa Fortuna en Praeneste que parece salir de su
letargo a partir de época augústea. Tiberio, según nos dice
Suetonio, intentó trasladar a Roma el arca que contenía las sortes:
Intentó suprimir los oráculos
inmediatos a Roma; pero renunció a ello aterrado por un prodigio que
protegió las sortes de Praeneste que, a pesar de haberlas llevado
selladas a Roma, no las encontraron en el cofre en que las encerraron
y no reaparecieron hasta que el cofre quedó colocado en el templo
(Suetonio, Tiberio, 63, 1).
La medida se explica desde su inquietud
hacia todo tipo de prácticas adivinatorias; según el propio
Suetonio, Tiberio prohibió también las consultas privadas a los
arúspices. Pero debemos recordar que la delicada salud del emperador
favorecía las consultas a Fortuna sobre el momento de su muerte y su
sucesión. La historiografía menciona también la costumbre del
emperador Domiciano de consultar el oráculo de Fortuna a comienzos
de cada año. Existen dudas sobre la historicidad de otra consulta
oracular por parte de Severo Alejandro, pero sí sabemos que el
oráculo mantuvo su actividad hasta el siglo IV. La familia
julio-claudia mostró un especial interés por el oráculo de la
Fortuna de Antium, como el anterior, muy próximo a Roma. Todo parece
indicar que Augusto consultó a las veridicae sorores, como
las llama Marcial, antes de emprender sus expediciones contra los
bretones y los árabes en el 26 a.C. Calígula lo hizo también
llevado de los temores que anunciaban su muerte; el oráculo –según
cuenta Suetonio, Calígula, 57, 3- le aconsejó que se
guardara de Casio. Pero el emperador se equivocó al ordenar la
muerte de Casio Longino (procónsul de Asia) y no la de Casio Querea,
su asesino.
La hija de Nerón y Popea nació en la
villa imperial de Antium; aunque las fuentes no mencionan ningún
tipo de consulta oracular si sabemos que, por decreto del Senado, se
colocaron imágenes de oro de las Fortunas en el solio de Júpiter
Capitolino, lo que probaría la piedad de la familia imperial hacia
las Fortunae Antiatae. Las conquistas del siglo I
multiplicaron en general las consultas de los jefes militares,
deseosos de contar con un respaldo divino a sus empresas. Merece
recordarse, por ejemplo, la visita efectuada por Tiberio al oráculo
de Gerión antes de partir hacia Illiria:
Y algo más tarde, cuando camino de
Iliria consultó cerca de Padua el oráculo de Gerión, sacó en
suerte una cédula (“sorte tracta”) que le aconsejó que
debía echar dados de oro en la fuente de Apolo para saber lo que
quería; sucedió entonces que los dados arrojados por él mostraron
el número más alto; y todavía hoy en día los visitantes pueden
ver estos dados... (Suetonio, Tiberio, 14, 3).
En el concilio visigodo del año 572 se
condena a los adivinos y sortílegos que expulsan el espíritu malo
de las casas, descubran los maleficios o hagan las purificaciones de
los paganos; En el concilio del 589 se condena a los que echan
suertes, y por otro lado, a un tipo de adivino llamado sorticularii
que hace engañosos cánticos.
San Isidoro de Sevilla definió a los sortílegos en sus Etimologías:
Sortílegos (“Sortilegi”)
son los que so capa de una falsa religión, practican la ciencia
adivinatoria sirviéndose de lo que ellos llaman “sortes
sanctorum”, o bien prometen descubrir el futuro mediante el examen
de determinadas escrituras.
El sortilegio –a veces convertido en
rapsodomancia- conoció una gran difusión. Así se nos han
conservado la sortes Homericae, las sortes Vergilinanae
(solamente en la Historia Augusta encontramos ocho casos)
y, con los cristianos, las sortes Biblicae. Las sortes
sanctorum implicaban el uso de las Escrituras. Se condenó a los
sortílegos en el concilio del 633.
En el sínodo de León de 1267 se
prohibe bajo excomunión “que ningún clérigo sea encantador, nen
adivinador, ner sortero, nen aqueyador”. En el Fuero juzgo
traducido en el siglo XIII, así como en las Partidas, se prohiben
las consultas a los sorteros. Era muy habitual entre los sorteros el
uso de habas, cédulas o semillas para sus suertes. Santo Tomás de
Aquino (s.XIII) define la forma de adivinar de los sortilegios como
“hacer uno mismo alguna cosa para conocer lo oculto”. Sin
embargo, en el Malleus Malleficarum (redactado en 1486), el
sortilegio es equivalente al prestigio o maleficio. En el mismo
texto, se ofrece una opinión distinta:
Existen 14 especies de
supersticiones en los tres géneros de adivinación: tres géneros,
de los cuales el primero se ejerce con invocación expresa del
demonio; el segundo únicamente por una consideración tácita de la
disposición y del movimiento de algo, como las estrellas, los días,
las horas, etc.; la tercera por la consideración de algún acto
humano con la intención de descubrir en él alguna cosa oculta. Las
tres llevan el nombre de sortilegios.
En el glosario del Fuero Juzgo (siglo
XIII) el sortílego es un adivino.
El Maestro Ciruelo habla sobre la
Sortiaria hacia 1530:
La séptima y postrera arte
adivinatoria se llama Sortiaria, quiere decir que adivina por las
suertes lo que ha de ser. Estas suertes se echan en muchas maneras: o
con dados o con cartas de naipes o con cédulas escritas; y de esta
manera hay un libro que llaman de las suertes, donde se traen reyes y
profetas que digan por escrito las cosas que a cada uno le han de
acontecer. Otros hacen las suertes por los Salmos del Salterio; otros
con un cedazo y tiseras adivinan quien hurtó la cosa perdida, o
dónde está escondida; y otros hacen otras liviandades de tantas
maneras que no se podrían contar. Y todas ellas pueden llamarse
suertes y quien las usa peca mortalmente, porque con ellas sirve al
diablo y se aparta de Dios y de los cristianos siervos de Dios.
Verdad es que allende de estas
suertes adivinatorias, hay otras dos maneras de suertes que algunas
veces se pueden hacer sin pecado: la una es suerte consultoria, que
quiere decir para consultar alguna cosa con Dios que no se puede
saber por ingenio humano; y los siervos de Dios algunas veces se
encomiendan a Dios que lo revele por su misericordia. Estas maneras
de suertes usaban en la vieja en la vieja Ley los profetas, y de esta
manera los Santos Apóstoles echaron suertes entre Santo Matía y un
José justo, suplicando a Dios que les declarase a cuál de aquellos
dos santos tomarían por apostol, en lugar de Judas el traídor. Mas
éstas suertes consultorias los cristianos no las han de hacer sino
muy atarde, y no si no en tiempo de alguna grande necesidad; y a
solos los prelados y príncipes conviene hacer este acto por el bien
común de sus pueblos, y haciendo primero decir misa del Espíritu
Santo y otras devotas oraciones a Dios.
La otra manera de suerte se dice
divisoria, quiere decir para dividir o partir alguna cosa y saber
cuál de las partes ha de haber este hombre y cuál el otro; y aunque
esta manera de suerte se use mucho entre los cristianos, más no se
debe usar sin necesidad, es a saber, para excusar questiones y
barajas entre los hombres; porque cuando sin enojo ellos de pláceme
a pláceme se avienen y por cortesía cada uno toma la parte que el
otro le quiere dar, no hay necesidad de echar suertes, porque en
ellas parece que los hombres quieren tentar a Dios, queriendo que
declare su voluntad sobre aquel hecho; y esto no se ha de presumir
hacer sino en cosas de mucha importancia y que haya necesidad.
Algunas magas españolas del siglo
XVII, para conseguir la presentación inmediata del hombre amado para
cohabitar con él hacían un sortilegio que llamaban de “las
torcidas”, consistente en fabricar nueve mechas con tiras de un
trozo de lienzo que hubiera estado impregnado de semen masculino,
exclamando al colocarlas en el candil:
Conjúrote con tres libros misales y
tres Iglesias parroquiales.
Y rezarle un Padre nuestro y un Ave
María a Santa Marta durante nueve noches consecutivas, mientras les
prendían fuego. Ésta era la forma más simple ya que había quien
hacía lo mismo, pero con la siguiente invocación:
Conjúrote vida de la vida, de la
carne, de la sangre de (fulano) que me ames, que me estimes,
que me regales, que me des cuanto tuvieres y me digas lo que
supieres. Que te conjuro (fulano) con Barrabás que así como
estar torcidas arden en este candil, así me quieras.
Otras magas mucho más exigentes e
impacientes, para darle mayor fuerza y eficacia, se encomendaba a
todos los diablos añadiéndole:
Con Satanás, Caifás, con el chico,
con el grande, con el mayor, con el de la portería, con el de la
carnicería, con el del carnero, con el del matadero, que todos os
junteis y do está (fulano) irás, y en el corazón entrarás.
Cuando se reunían varias sortílegas,
después de rezados el Padre nuestro y el Ave María a Santa Marta y
concluida la invocación, hacían una extraña ceremonia sentadas en
el suelo en círculo alrededor del candil con la mecha encendida, en
la que tomaban nueve habas, tres granos de sal, tres carbones, una
vela de cera normal y otras nueve más pequeñas que se las iban
pasando unas a otras hasta que recorrían tres veces consecutivas por
todas las asistentes que, en caso de ser un número superior a nueve,
las demás permanecían con las manos juntas esperando la llegada y
una vez concluido este ceremonial, las arrojaban al centro del
círculo; después tomaban dos de las nueve habas, que cada una
representaban a un sexo distinto, las señalaban con los dientes y
las lanzaban sobre el interior del cerco; si casualmente las habas se
juntaban, ello significaba que la persona ausente, por la que se
había realizado el conjuro, llegaría prontamente y ardiendo en
amor.
Había otras muchas magas que hacían
sortilegios utilizando un cedazo, como pudiera ser el conocer si se
realizaría su casamiento o por el contrario no llegaría a
efectuarse, si su amante aún la llamaba y acudiría a su ardorosa
llamada, con solo pronunciar:
Yo te conjuro cedazo, con San Pedro
y San Pablo y Cristo crucificado. Y, si (fulano) me quiere,
anda, y si no, para.
Para saber a qué atenerse en las más
variadas circunstancias, le preguntaban al cedazo:
Por San Pablo y San Pablo y el
Apóstol Santiago, Sampiolín y Sampiolán. Y a ti Diablo Cojuelo que
me digas la verdad (si se ha de hacer tal cosa), y si el cedazo
se movía, era señal afirmativa de que se efectuaría lo que se le
había consultado y en caso de permanecer estático, que sería casi
siempre, la respuesta era negativa.
Un sortilegio muy utilizado por la gran
mayoría de las magas era el denominado del “ánima sola” que
consistía en rezar a media noche, con los cabellos revueltos y una
vela de cera encendida en un lugar en el que pudiera contemplarse el
cielo, la tercera parte del rosario aplicado al alma a la que le
querían preguntar, para después entrar de lleno en el conjuro:
Ánima sola, la más sola, y la más
sola. Alma ven, que te llamo, que te he de menester. Yo te conjuro
ánima sola, con los tres vientos. Yo te conjuro ánima sola, con los
tres elementos. Yo te conjuro ánima sola, con la sangre de Lucano.
Yo te conjuro ánima sola, con las doce tribus de Israel. Yo te
conjuro ánima sola, con todos aquellos que en la peña carmesí
están, que todos os juntéis y por el puente del rio Jordán
pasareis, las nueve varas de mimbre negro me cojeréis, tres me las
clavareis a (fulano), por el corazón, que no pierda mi amor,
tres en el sentido que no me eche en olvido.
Nunca faltó quien, con el firme
propósito de intentar mejorar su efectividad, le añadiera:
Que hinquen por la espalda, por que
no vean sus faltas, guerra me le daréis y con esto me le traeréis,
que no me lo dejéis estar, ni reposar, hasta que conmigo venga a
estar.
Una variante de las anteriores
oraciones era la siguiente:
Ánima sola, ánima sola, ánima
sola, la más sola, por otras Santas, y la más triste, la más
triste y la más desesperada, la más desesperada, la más
desesperada más no de mi Señor Jesucristo. Yo te conjuro con el
corazón del hombre muerto a hierro frio. Yo te conjuro con aquellos
que están en la peña carmesí, que todos os junteis y no le dejeis
a (fulano) parar, ni reposar hasta que me venga a buscar.
Según el mismo Calificador, para
conseguir el amor de una persona era de uso corriente el “sortilegio
de la toca”, que consistía en la colocación disimuladamente de un
naipe bajo el ara de un altar y esperar a que se dijeran sobre él
tres misas, con sus correspondientes Evangelios, concelebradas por
tres sacerdotes, y después “tocar” con él durante tres días:
el de Navidad, San Juan y Jueves Santo, antes de la salida del sol,
al que desearan seducir.
No ha existido ninguna hechicera que no
fuera maestra en echar suertes, siendo las más usuales la de los
naipes, de las habas, de del cedazo, del lebrillo con agua, de las
naranjas, con lumbre y sal, además de otras muchas según el ingenio
de la autora ya que cada una rivalizaba con las de su profesión en
el invento de toda clase de suertes, conjuros, hechizos y filtros. La
“suerte de las cartas” la realizaban en presencia de la persona
interesada, para lo cual le asignaban previamente a cada naipe un
valor propio y simbólico, por ejemplo: los reyes significaban, por
sus luengos ropajes, a los eclesiásticos; los caballos, a los
seglares y las sotas, a las mujeres. La sesión la iniciaba con esta
imprecación:
Yo te conjuro naipe uno a uno, con
dos, con tres, con cuatro, con cinco, con seis, con siete, con ocho y
con nueve, con Caifás Barrabás y doña María de Padilla.
Tras barajar las cartas, las iba
colocando sobre una mesa conforme fueran apareciendo y, si al “echar
la carta” la primera que aparecía era una sota y después el
caballo del palo que la hechicera hubiera nombrado, ello indicaba que
era correspondida, quizás con exceso, por su amado; si salía el dos
de espadas o el dos de bastos, que se hallan paralelos, significaban
caminos y su explicación era que la consultante o la persona por la
que se hacía la pregunta se pondría en camino para un inmediato
encuentro; en caso de que fueran oros, éstos indicaban la obtención
de dineros por la vía fácil y rápida; si pintaban espadas, era
señal de que tendría una gran pesadumbe; si copa satisfacciones y
el súmmun si salía el as de oros; éste era un anuncio inequívoco
de que recibiría inmediatamente una misiva con excelentes noticias
de la persona a la que impaciente esperaba.
Como herramienta inseparable de trabajo
dispuesta en todo momento a satisfacer las demandas de las clientas,
algunas hechiceras llevaban envueltas en un pañuelo unas cuantas
habas para ejecutar la llamada “suerte de las habas” que
consistía en colocar sobre el pañuelo un montoncito de las
leguminosas al que seguía su bendición: “en el nombre del padre,
del hijo, y del Espíritu Santo”. Después se lanzaban al aire y si
casualmente se reunían tres o cuatro, indicaba camino, es decir, que
uno de ellos saldría al encuentro del otro; si se juntaban seis, era
indicio de que muy pronto recibiría carta de quien no tenían
noticias; cuando se agrupaban tres y una quedaba un tanto separada,
denotaban, las unidas camino y la suelta la persona que se hallaba en
marcha.
Otra modalidad de la “suerte de las
habas” estribaba en distribuir por encima de una mesa o lugar
elegido ciertos objetos o materias como pan, carbón, unas cuentas
piedrecillas, cristales, alumbre, cera, una moneda, un hueso de
aceituna y otras bagatelas por el estilo, a las que previamente le
habían asignado una representación o valor un tanto simbólico; así
por ejemplo, el pan significaba abundancia de comida; el carbón, por
negro, la noche; las piedras, encuentro de alojamiento o vivienda;
los cristales y el alumbre, abundancia de agua; la cera, muerte; la
moneda, incremento de la hacienda y por consiguiente el aumento del
bienestar y el hueso de aceituna, la carne. Si al lanzar las habas
alguna de ellas caía junto a uno de estos objetos, ya sabían lo que
les había de suceder.
Las suertes fueron en la Edad Media y
siglos posteriores, un método de adivinar muy popular entre las
clases bajas. Mientras el sortero se dedica exclusivamente a echar
suertes, el sortílego parece indicar a un hechicero que mezcla cosas
religiosas con profanas para que su magia haga efecto. Debido a esto,
no era extraño encontrar clérigos que se dedicaban a estos
menesteres. No obstante, el campo de los sortilegios estaba
ampliamente dominado por las mujeres. Probablemente los sortilegios
fuesen lo mismo que los cármenes, ya que éstos eran fórmulas
mágicas en rima que requerían acciones supersticiosas por parte del
mago. Es curioso que el término “carmen” perdió fuelle en la
Alta Edad Media, época en la que empezó a usarse “sortilegio”,
posiblemente debido al avance del cristianismo. El sortilegio, como
hemos visto, no era más que un carmen cristianizado.
En la magia musulmana es frecuente la
baraka, especie de suerte que poseen los morabitos o bien se
trata de la baraka popular (sortilegios) para diferentes
propósitos. Entre los más conocidos se encuentran:
-Baraka del trigo
-Baraka de los higos, dátiles y las
uvas pasadas.
-Baraka de la mantequilla en el odre.
-Para conservar el trigo.
-Para obtener buena caza.
-Para la caza o la pesca.
-Para conseguir pesca muy abundante.
-Para hacer prosperar el comercio.
-Para atraer a los clientes.
-Para romper las cadenas y las
cerraduras.
-Cuadratura del gallo para encontrar un
escondite.
-Terbih de la borla.
Básicamente se trata de escribir cármenes, caracteres mágicos o
textos en papeles acompañándolo de diversas acciones o recitaciones
para obtener buena suerte en algo.
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