Durante los milenios se ha escrito bastante sobre el cuerpo humano, el espíritu y la
mente. Todos ellos requieren un entrenamiento específico para
mantenerlos en forma. Así la filosofía, el cálculo o ejercitar la
memoria son saludables para nuestro cerebro; la gimnasia para el
cuerpo y escuchar música para el espíritu. Por desgracia no se ha
escrito lo suficiente acerca del yo auténtico, siendo de lejos, la
parte más importante del ser humano. A decir de la tradición
religiosa y filosófica, el yo auténtico o el uno se halla fuera del cuerpo
rodeándolo como una especie de neblina inseparable, este aura toma
forma redonda encima de la cabeza. Muchos santos, ascetas y profetas
son representados con esta aureola sobre su cabeza. Los cabalistas
judíos lo llamaban Kether (corona) y para los romanos era una
virtud llamada aeternitas (eternidad).
Sería imposible
explicar con palabras lo impasible que trasciende al cuerpo y a la
mente. Sin embargo para hacer notar su importancia pondré un
ejemplo: El ser humano es como un país que está formado por cuatro
tipos de ciudadanos en orden de importancia: El rey (el yo
auténtico), la aristocracia (la mente), el espíritu (el ejército)
y el cuerpo (la plebe). En la persona íntegra el rey manda, lo que
sería una monarquía; en la persona noble mandan los aristócratas,
forma de gobierno llamada aristocracia; en la persona común manda el
corazón o el más fuerte; en la persona pasional manda el cuerpo, su
forma de gobierno sería la democracia (gobierno del pueblo). La libertad del individuo depende del modo en que se gobierne.
En un mundo tan enloquecido como el que nos ha tocado vivir, el yo auténtico solo puede captarse de manera intuitiva por medio del ascetismo, disciplina, adquisición de conocimientos útiles para tal fin y una continua reflexión. Ello llevará al interesado a conocerse a sí mismo y a utilizar todo su ser como un mecanismo de relojería bien engrasado. El que entrena su cuerpo mejora su salud; el que ejercita su mente gana en inteligencia y el que cultiva su espíritu se hace fuerte. Pero es el yo quien permite que se realice de modo eficaz para todas las partes del ser. Si el yo no dirige, todos los esfuerzos son el balde.
En un mundo tan enloquecido como el que nos ha tocado vivir, el yo auténtico solo puede captarse de manera intuitiva por medio del ascetismo, disciplina, adquisición de conocimientos útiles para tal fin y una continua reflexión. Ello llevará al interesado a conocerse a sí mismo y a utilizar todo su ser como un mecanismo de relojería bien engrasado. El que entrena su cuerpo mejora su salud; el que ejercita su mente gana en inteligencia y el que cultiva su espíritu se hace fuerte. Pero es el yo quien permite que se realice de modo eficaz para todas las partes del ser. Si el yo no dirige, todos los esfuerzos son el balde.
Las religiones
basadas en la ominipotencia del Demiurgo están constituídas por
dichos y enseñanzas de hombres santos que se conocían bien a sí
mismos: Abraham, Jesús, Lao Tzu, Mahoma, Moisés, Buda, Zoroastro,
etc. Lo que nos ha llegado de ellos en muchos casos (especialmente en
occidente) son interpretaciones torticeras de lo que dijeron, ya sea
por causas económicas, políticas o bien por hacer viable la vida
del hombre común con el ascetismo. En cambio, desde el lejano
oriente las enseñanzas nos han llegado poco trastocadas, quizá sea
debido a la sencillez de carácter y la paciencia que tienen los
orientales. El yo auténtico está relacionado con el todo y su
naturaleza es regir al ser, del mismo modo que el Demiurgo se
encuentra en todas partes y manda en el cosmos. El ser humano es un
universo en miniatura. Los que busquen el yo auténtico por medio de
sesudas teorías filosóficas, "maestros" de prestigio o investigando sobre una postura del loto
perfecta para "meditar" (traducción impropia, pues meditar
es calcular) están perdiendo el tiempo. Más apropiado parece aprender a desaprender.
Uno de los grandes
maestros demiúrgicos fue Chuang Tzu (siglo II a. C.), es
posiblemente el más espiritual de los filósofos chinos. Incluso se
lo considera el mayor representante del taoísmo, ya que divulgo los
escritos de Lao Tzu, figura legendaria de esa doctrina. A
continuación expongo algunos de sus cortos relatos con objeto de
comprender, en lo posible, el yo auténtico.
EL
ÁRBOL INÚTIL
Hui
tzu le dijo a Chuang: "Tengo un árbol grande, de los que llaman
árboles apestosos. El tronco está tán curvado, tan lleno de
nudos, que nadie podría obtener una tabla derecha de su madera. Las
ramas están tan retorcidas que no se pueden cortar en forma alguna
que tenga sentido. Ahí está junto al camino. Ni un solo carpintero
se dignaría siquiera mirarlo. Iguales son tus enseñanzas, grandes e
inútiles." Chuang Tzu replicó:
"Has
observado alguna vez al gato salvaje? Agazapado, vigilando a su
presa, salta en ésta y aquella dirección, arriba
y abajo, y finalmente aterriza en la trampa. Pero ¿has visto al yak?
Enorme como una nube de tormenta, firme
en su poderío. ¿Qué es grande? Desde luego. ¡No puede cazar
ratones! Igual ocurre con tu gran árbol. ¿Inútil?
Entonces plántalo en las tierras áridas. En solitario. Pasea
apaciblemente por debajo, descansa bajo su sombra; ningún hacha ni
decreto preparan su fin. Nadie lo cortará jamás.
DESTAZANDO
UN BUEY
El
cocinero del príncipe Wen Hui estaba destazando un buey. Extendió
una mano, bajó un hombro,apoyó un pie, presionó con una rodilla.
El buey quedó deshecho. Con un susurro, el brillante cuchillo de
carnicero murmuraba como un viento suave. ¡Ritmo! ¡Cronometración! ¡Como
una danza sagrada, como las antiguas armonías! "¡Buen
trabajo!", exclamó el príncipe. "¡Su
método es impecable!" "¿Método?", dijo el cocinero
dejando a un lado su cuchilla. "¡Lo que hago es seguir el Tao
más allá de todo método!
Cuando
empecé a destazar bueyes, veía ante mí al buey entero, toda una
masa única. Después de tres años, ya no veía aquella masa. Veía
sus distinciones. Pero ahora ya no veo nada con los ojos. Todo mi ser
aprehende. Mis sentidos están ociosos. El espíritu, libre para
trabajar sin un plan concreto, sigue su propio instinto guiado por
una línea natural. Por la abertura secreta, el espacio oculto, mi
cuchilla no encuentra su propio camino. No atravieso ninguna
articulación, no corto hueso alguno. Un buen cocinero necesita
cortador nuevo, una vez al año. Corta. Un mal cocinero necesita uno
nuevo todos los meses. ¡Él mutila!
Llevo
utilizando esta misma hoja diecinueve años. Ha destazado un millar
de bueyes. Su hoja sigue cortando como si estuviera recién afilada.
Hay espacios entre las articulaciones; la hoja es delgada y cortante:
cuando esta delgadez encuentra aquel espacio, ¡hay todo el sitio que
se pudiera desear!
¡Pasa
como una brisa! ¡Por eso mantengo esta hoja desde hace diecinueve
años como si estuviera recién afilada! Cierto es, en ocasiones hay
articulaciones duras. Las siento venir, entonces me detengo, observo
con atención, me contengo, casi no muevo la hoja, y ¡whump! la
parte se desprende cayendo como un trozo de tierra. Entonces retiro
la hoja, me quedo quieto, y dejo que la alegría del trabajo penetre
en mí. Limpio la hoja y la guardo."
El
príncipe Wan Hui dijo: "¡Eso es! ¡Mi cocinero me ha mostrado
como debiera vivir mi propia vida!
DEJAR
LAS COSAS COMO ESTÁN
Sé
lo que es dejar el mundo tranquilo, no interferir. No sé nada acerca
de cómo dirigir las cosas. Dejar las cosas como están ¡de manera
que los hombres no hagan hincharse su naturaleza hasta que pierde su
forma!¡No interferir, para que los hombres no se vean transformados
en algo que no son! Cuando los hombres no se vean retorcidos y
mutilados más allá de toda posibilidad de ser reconocidos, cuando
se les permita vivir, habrá sido logrado el propósito del gobierno.
¿Demasiado placer? El Yang tiene demasiada influencia. ¿Demasiado
sufrimiento? El Yin tiene demasiada influencia. Cuando uno de éstos
se impone al otro, es como si las estaciones llegaran cuando no
deben. El equilibrio entre el frío y el calor queda destruido, el
cuerpo del hombre sufre.
Demasiada
alegría, demasiada tristeza, fuera de su momento preciso, y los
hombres pierden el equilibrio.¿Qué harán después? El pensamiento
divaga sin control. Empiezan a hacer de todo, no terminan nada. Aquí
comienza la competencia, aquí nace la idea de la excelencia, y los
ladrones surgen sobre la faz de la Tierra. Ahora, ni el mundo entero
es recompensa suficiente para los "buenos" ni hay castigo
suficiente para los "malvados". Desde ahora, el mundo
entero no es suficientemente grande ni como premio ni como castigo.
Desde los tiempos de las Tres Dinastías, los hombres han estado
corriendo en todas las direcciónes imaginables. ¿Cómo van a
encontrar tiempo para ser humanos?
Entrenas
tus ojos y tu visión anhela colores. Educas tus oídos y deseas
sonidos deliciosos. Te deleitas en hacer el bien y tu bondad natural
queda deformada. Te regocijas en ser justo y te vuelves más allá de
toda razón. Te excedes en la liturgia y te conviertes en un
comicastro. Excédete en tu amor por la música y sólo interpretarás
basura. El amor a la sabiduría lleva a una sabiduría prefabricada.
El amor al conocimiento lleva a la búsqueda de fallas. Si los
hombres se mantuvieran como realmente son, tener o prescindir de
estas ocho delicias no significaría nada para ellos. Pero si se
niegan a permanecer en su estado correcto, las ocho delicias se
desarrollan como tumores malignos. El mundo cae en la confusión. Ya
que los hombres alaban estas delicias, y las anhelan, el mundo ha
quedado ciego como una piedra.
Cuando
el deleite haya pasado, aún se aferrarán a él: rodean su memoria
de adoraciones rituales, caen de hinojos para hablar de él, tocan
música y cantan, ayunan y se autodisciplinan en honor de las ocho
delicias. Cuando las delicias se convierten en una religión, ¿cómo
puede uno controlarlas? El hombre sabio, entonces, cuando ha de
gobernar, sabe cómo no hacer nada. Al dejar las cosas estar,
descansa en su naturaleza original. Aquel que gobierne respetará al
gobernado ni más ni menos que en la medida en que se respete a sí
mismo. Si ama su propia persona lo suficiente como para dejarla
descansar en su verdad original, gobernará a los demás sin hacerles
daño. Dejadlo que evite que los profundos impulsos de sus entrañas
entren en acción. Dejadlo estar tranquilo, sin mirar, sin oír.
Dejadlo estar sentado como un cadáver, con el poder del dragón vivo
en torno de sí. En completo silencio, su voz será como el trueno.
Sus movimientos serán invisibles, como los de un espíritu, pero los
poderes del Cielo irán con ellos. Inalterado, sin hacer nada, verá
todas las cosas madurar a su alrededor. ¿De dónde sacará tiempo
para gobernar?
CUANDO
LA VIDA ERA PLENA, NO HABÍA HISTORIA
En
la era en que la vida sobre la Tierra era plena, nadie prestaba
particular atención a los hombres valiosos, ni señalaba al hombre
de habilidad. Los gobernantes eran simplemente las ramas más altas
del árbol, y el pueblo era como los ciervos en los bosques. Eran
honestos y justos, sin darse cuenta de que estaban "cumpliendo
con su deber". Se amaban los unos a los otros, y no sabían que
esto significaba "amar al prójimo". No engañaban a nadie
y aun así no sabían que eran hombres de "fiar". Eran
íntegros y no sabían que aquello era "buena fe". Vivían
juntos libremente, dando y tomando, y no sabían que eran
"generosos". Por esta razón, sus hechos no han sido
narrados. No hicieron historia.
LOS
CINCO ENEMIGOS
Con
madera de un árbol de cien años de edad, construyen vasos para el
sacrificio, cubiertos de diseños verdes y amarillos. Las astillas
cortadas yacen si ser utilizables en la cuneta. Si comparamos los
vasos de sacrificio con la madera de la cuneta, vemos que difieren en
apariencia: uno
es más bello que la otra; pero aun así son iguales en esto: ambos
han perdido su naturaleza original. De modo que, si comparamos al
ladrón con el ciudadano respetable, vemos que uno es, desde luego,
más respetable que el otro; y aun así coinciden en esto; ambos han
perdido la simplicidad original del hombre. ¿Cómo la perdieron? He
aquí las cinco maneras:
El
amor a los colores atonta el ojo y ya no consigue ver correctamente.
El amor a las armonías hechiza el oído y se pierde el verdadero
oído. El amor a los perfumes llena la cabeza de vahídos. El
amor a los sabores arruina el gusto. Los deseos desazonan el corazón
hasta que la naturaleza original enloquece. Estos cinco son los
enemigos de la verdadera vida. Y aún así son aquello para lo que
"hombres de gran discernimiento" afirman que viven. No son
aquello para lo que yo vivo: ¡si
esto es la vida, entonces, los palomos enjaulados han encontrado la
felicidad!
LA
ACCIÓN Y LA NO-ACCIÓN
La
no-acción del hombre sabio no es inacción. No es nada estudiado. No
se ve alterada por nada.
El sabio está tranquilo porque no se ve movido, no porque quiere
estar tranquilo. El agua tranquila es como el cristal. Puedes mirarte
en ella y ver la barba de tu mentón. Es un nivel perfecto; podría
usarlo el carpintero. Si el agua es tan clara, tan nivelada, ¿cuánto
más lo será el espíritu del hombre? El corazón del hombre sabio
es sereno. Es el espejo del Cielo y la Tierra, el
cristal de todo. Vaciedad, quietud, tranquilidad, insipidez.
Silencio, no-acción: éste es el nivel del Cielo y la Tierra. Esto
es el Tao perfecto. Los hombres sabios encuentran aquí su lugar de
reposo.
En
reposo, están vacíos. Del vacío viene lo no condicionado. De esto,
lo condicionado, las cosas individuales.
De modo que, del vacío del sabio, surge la quietud; de la quietud,
la acción. De la acción, el logro. De su quietud viene su
no-acción, que es también acción. Y es, por tanto, su logro. Porque
la quietud es el goce. El goce está libre de preocupación,
fructífero durante largos años. El
gozo vuelve despreocupadas todas las cosas porque el vacío, la
quietud, la tranquilidad, la insipidez,
el silencio y la no-acción son la raíz de todas las cosas.
EL
DUQUE HWAN Y EL CARRETERO
El
duque Hwan de Khi, el primero de su dinastía, estaba sentado bajo su
toldilla leyendo filosofía, y
Phien el carretero estaba en el patio haciendo una rueda. Phien dejó
a un lado el martillo y el cincel, ascendió los escalones, y dijo al
duque Hwan: "¿Puedo preguntarle, Señor, qué es eso que usted
está leyendo?" El Duque dijo:"A los expertos. Las
autoridades." Y Phien preguntó: "¿Vivos o muertos?"
"Muertos hace mucho tiempo." "Entonces", dijo el
carretero, "no está leyendo más que
la basura que dejaron atrás."
El
Duque replicó:"¿Qué sabes tú de esto? No eres más que un
carretero. Mas te vale darme una buena explicación o moriras."El
carretero dijo: "Veamos el asunto desde mi punto de vista.
Cuando yo hago ruedas, si me lo tomo con calma, se deshacen; si soy
demasiado violento, no encajan; si
no soy ni demasiado calmoso ni demasiado violento, sale bien. El
trabajo resulta como yo deseo.
Esto no puede ser traducido a palabras: simplemente hay que saber cómo es. Ni siquiera puedo explicar a mi hijo cómo hacerlo, y mi propio hijo no puede aprenderlo de mí. ¡Así que aquí estoy, con mis setenta años, haciendo ruedas todavía! Los hombres de antaño se llevaron todo lo que realmente sabían con ellos a la tumba. Y así, mi Señor, lo que está leyendo ahí no es más que la basura que dejaron tras de ellos."
MEDIOS Y FINES
El
portero de la capital de Sung se convirtió en un plañidero tan
experto tras la muerte de su padre, y se consumió hasta tal punto
con ayuno y austeridades, que fue promovido a un alto rango para que
sirviera de modelo para la observación de los rituales. Como
resultado de esto, sus imitadores se mortificaron hasta tal punto que
la mitad de ellos murió. Los restantes no fueron ascendidos.
El
propósito de una trampa para peces es cazar peces y, cuando éstos
han sido capturados, la trampa ha sido olvidada. El propósito de un
cepo para conejos es cazar conejos. Una vez capturados éstos, el
cepo cae en el olvido. El propósito de las palabras es transmitir
ideas. Una vez captada la idea, las palabras quedan olvidadas. ¿Dónde
podría yo encontrar a un hombre que haya olvidado las palabras? Es
con él con quien me gustaría hablar.
HUIDA
DE LA SOMBRA
Había
un hombre que se alteraba tanto al ver a su propia sombra y se
disgustaba tanto con sus propios pasos, que tomó la determinación
de librarse de ambos. El método que se le ocurrió fue huir de
ellos. Así que se levantó y echó a correr. Pero cada vez que
bajaba el pie había otro paso, mientras que su sombra se mantenía a
su altura sin dificultad alguna. Atribuyó su fracaso al hecho de que
no estaba corriendo con la suficiente rapidez. De modo que empezó a
correr más y más rápido, sin detenerse, hasta que finalmente cayó
muerto. No se dio cuenta de que, si
simplemente se hubiera puesto a la sombra, su sombra se habría
desvanecido, y si se hubiera sentado y quedado quieto, no habría
habido más pisadas.
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