Otro largo extracto del libro de Anwar G. Chejne "Historia de España musulmana". En este caso sobre los intelectuales andalusíes y la enorme influencia que tuvieron en el occidente europeo, mucho más de lo que suele creerse. Debido a que esta información está sacada de antiguos y raros legajos escritos en árabe (que muy pocos pueden traducir), su valor es doble.
En la época
preislámica, los habitantes de la península arábiga no cultivaron
las “ciencias” en el sentido griego o actual del término y,
fueran los que fuesen los conceptos que tenían del universo, la
tierra y sus propias instituciones, no estaban coordinados formando
un sistema, ni articulados siguiendo una línea de pensamiento. Los
árabes del desierto eran hombres prácticos, con poca afición a la
abstracción y las teorías, y, aunque tenían algunas nociones
acerca de los astros y las enfermedades, éstas estaban lejos de
consistir en ciencias. Adoraban numerosos ídolos que representaban
las fuerzas de la naturaleza o los cuerpos celestes, y sus nociones
sobre el alma y su destino tras la muerte eran muy vagas. La
predestinación regía sus vidas y, ya en los tiempos de Mahoma,
habían recibido influencias externas del judaísmo, cristianismo y
zoroastrismo, que los acercaron al mundo exterior y su diversidad de
ideas. Tan sólo tras la expansión del Islam en los siglos VII y
VIII por un amplia zona del Oriente Próximo, el norte de África y
al-Andalus, comenzaron las ciencias a ser cultivadas con entusiasmo,
alcanzando su completo desarrollo en los siglos IX y X. El ímpetu de
este florecimiento se debió a las poblaciones conquistadas, que se
dedicaron a las actividades intelectuales bajo una inteligente
dirección musulmana y el proceso fue facilitado por la gran reserva
de talentos, producto de un legado vasto y fecundo.
El helenismo, o
unión del pensamiento griego con el del Oriente Próximo, había
tenido amplia expansión desde los tiempos de Alejandro Magno y la
cultura helenística estaba viva cuando apareció el Islam, con sus
principales centros en Alejandría, Edessa, Antioquia, Chundishapur y
Harran (Mesopotamia). No debe menospreciarse la influencia de tales
centros en el desarrollo de la cultura helenística, que comenzó
mucho antes de que empezaran a traducirse al árabe las obras
extranjeras. Los pueblos de lengua siriaca del Oriente Próximo
conocían bien las ciencias y el lenguaje griegos y fueron los
intermediarios entre el helenismo y la naciente cultura arábiga. La
transmisión se hizo por medio de traducciones, que comenzaron en el
siglo VIII y continuaron sin disminución a lo largo del X. Se
buscaron los manuscritos griegos incluso en territorio bizantino para
ser traducidos al árabe, y sabemos que el califa ‘Abbasí
al-Mansur (754-775) fomentó aquellas actividades, que culminaron
bajo al-Ma’mun (813-833), el cual mostró un gran interés por la
filosofía, sobre todo por las obras de Aristóteles, al cual vio en
sueños. Sólo podremos hacer una breve mención de algunos de los
principales traductores.
Yahya Ibn Batriq
(m.800) parece ser que tradujo para al-Mansur las obras de Galeno,
Hipócrates, Tolomeo y Euclides. Las primeras traducciones fueron
defectuosas y pesadas, mejorando sensiblemente con Hunayn Ibn Ishaq
(m.873). Thabit Ibn Qurrah (hacia 836-901) y sus sucesores. Hunayn
fue el decano de los traductores y no sólo tradujo numerosas obras,
sino que se encargó de la preparación de nuevos traductores que,
bajo su vigilancia vertieron nuevas obras del griego al árabe y
mejoraron las traducciones ya existentes. Lo mismo hizo Thabit, que
continuó dando a conocer a los árabes las obras de los sabios
griegos, que eran muy apreciadas. Aristóteles era considerado como
el principal maestro que abrió un camino válido para alcanzar la
verdad. El término árabe al-falsafah (filosofía) viene del
griego philosofia, “amor a la sabiduría”, connotación
que fue familiar a los árabes, aunque nunca se ha especificado
claramente lo que abarca tal conocimiento. La filosofía griega,
dentro de un contexto musulmán, comprendía tanto las ciencias
especulativas como las naturales y, en este nuevo marco, estuvo
subordinada a la religión al principio. Por eso, es difícil con
frecuencia distinguir entre teología y filosofía, a no ser porque
los filósofos trataron de racionalizar o probar las cuestiones
religiosas conforme o independientemente de la revelación. Al
parecer, la finalidad de las dos fue la misma aunque sus
procedimientos fuesen diferentes.
El interés de
los primeros eruditos musulmanes por la filosofía surgió, sin duda,
de su deseo de formar un sistema religioso coherente o una teología
que satisfaciese al corazón y a la mente, a la fe y a la razón. Les
preocuparon muchas cuestiones: Dios, Su naturaleza y atributos; el
mundo (y si fue o no creado); el hombre, el libre albedrío y las
acciones humanas; la virtud, la perfección, la felicidad, etc. Ya
nos hemos referido a algunas de las sectas teológicas como las
Mu’tazilah, Jawarich, Murchi’ah y Shi’ah y bastará ahora con
presentar algunas de las teorías de los principales filósofos
orientales que ejercieron una gran influencia y moldearon el curso de
la filosofía andaluza. Al-Kindi (hacia 800-865), conocido como “el
filósofo de los árabes”, nació en Basrah donde comenzó su
educación, y de allí pasó a Bagdad, donde sirvió en la corte de
los califas ‘abbasíes como preceptor de los príncipes. Siguió la
doctrina oficial del Mu’tazilismo, siendo condenado al ostracismo y
castigos físicos por al-Mutawakkil en 856, cuando el califa cambió
de opinión y abolió dicha doctrina a favor de una ortodoxia mal
definida.
Pero la fama de
al-Kindi se basa en que fue el primer filósofo musulmán de
importancia, y se le atribuyen doscientas setenta obras y tratados
sobre una gran variedad de temas: filosofía, lógica, psicología,
astronomía, astrología, matemáticas, fenómenos atmosféricos,
geografía, música, política, elaboración de perfumes, cocina y
cría de caballos. Esta amplia perspectiva se reflejó en sus
discípulos, de los cuales el mas aventajado fue al-Sarajsi, que
siguió las huellas de su maestro y escribió profusamente sobre la
mayoría de estos temas. Según al-Kindi, la filosofía es el arte
humano mas noble y sublime y “se define como el conocimiento de las
realidades de las cosas hasta donde alcanza la capacidad humana. El
propósito del conocimiento del filósofo es el llegar a la verdad y
el objeto de sus acciones es el de actuar de acuerdo con ella”.
También en otros lugares da mas definiciones de la filosofía, una
de las cuales dice: “La filosofía es la ciencia de las ciencias y
la sabiduría de las sabidurías”. Esta elevada posición de la
filosofía era natural que chocase antes o después con la
preeminencia de la religión revelada, conflicto que ya era aparente
en la época de al-Kindi, el cual se dio cuenta de su existencia y de
sus graves consecuencias y trató de “islamizar” la filosofía a
fin de demostrar su armonía con la revelación o la de fe y la
razón.
A este respecto
fue el precursor de los filósofos posteriores, tanto en Oriente como
en Occidente, e intentó, con algún éxito, explicar en términos
científicos o filosóficos lo que es Dios, el hombre y el universo,
siempre de un modo que concordase, dentro de lo posible con la
religión revelada. Por sus sistemas, vemos claramente que los
intentos de los filósofos fueron a menudo sinceros, llegando algunos
a extremos cercanos a la herejía e incluso al cinismo. Para
al-Kindi, Dios es único, eterno, omnipresente y sabio; causa primera
del mundo, el movimiento y la ley; y por lo tanto, creador y
gobernante de todo lo que ha sido creado en el tiempo y tendrá un
fin. El alma es eterna y sabia en su estado puro, incorpórea, y
descendiente del ámbito de la inteligencia, y posee las facultades
de la cólera, el deseo y la razón, pudiendo alcanzar la comprensión
a través de los sentidos, las imágenes y la razón. La virtud
consiste en evitar los extremos; y comprende la abstinencia, el
eludir los apetitos y el buscar la sabiduría y la justicia. La
filosofía y la religión tienen el mismo fin, la primera buscando la
verdad a través de la investigación y la segunda a través de la
luz divina, es decir, ambas aspiran a conocer a Dios y poseer la
virtud. En realidad, al-Kindi considera a la teología como parte de
la filosofía, a la que equipara con la religión, aunque, tras
pensarlo mejor, concluye que la profecía es un camino mas seguro que
la filosofía para llegar a la verdad.
La postura
filosófica de al-Kindi es muy conciliatoria con la religión en
cuanto a la cuestión de la creación del mundo y los atributos
divinos. Sin embargo, esta armonía tuvo problemas en el transcurso
de mas de dos siglos, cuando al-Farabi, Ibn Sina y los filósofos
andaluces pusieron aparentemente la revelación y la filosofía en el
mismo plano, pero disimuladamente dieron precedencia a la razón
sobre la fe. El sistema filosófico de al-Kindi fue objeto de gran
atención, y, en cuanto a al-Razi (865-925), considerado mas como
médico que como filósofo, escribió unas doscientas obras de
filosofía, astronomía, alquimia, medicina, etc., y destacó el
lugar preeminente de la razón para conocer a Dios y para distinguir
entre el bien y el mal. Al parecer, relegó la religión a un segundo
plano y esta tendencia fue seguida por al-Farabi (870-950), que nació
en Transoxiana, se educó en Bagdad y sirvió a los Hamdaníes
shi’ies de Alepo, y al igual que al-Kindi y al-Razi fue versado en
todas las ramas conocidas de las ciencias, a las que clasificó.
Intentó
conciliar el aristotelismo y el platonismo, y su sistema filosófico
alcanzó el segundo maestro (al-mu’allim al-thani). Su influencia
fue tan grande que se le llamó por su apellido Abu Nasr, incluso en
al-Andalus. Al Farabi escribió una gran cantidad de obras
filosóficas, las mas importantes de las cuales son la Ciudad
Ideal y Gobierno de la ciudad, denotando ambas una gran
influencia neoplatónica, y en las que trata, al igual que en muchas
otras, del gobierno ideal y de la manera de llegar a él. Según él,
esto es factible cuando el alma alcanza tal perfección que no
necesita de la materia para su sustento, poseyendo entonces la máxima
virtud y felicidad, que son las aspiraciones de una ciudad ideal.
Bajo este concepto, al-Farabi concibe el estado como basado en la
estricta cooperación de sus miembros, todos los cuales tienen
cometidos y funciones definidos, similares a los de los órganos del
cuerpo humano. Para gobernarlo, el estado necesita un jefe (rais)
que tiene el mismo papel que el corazón en el cuerpo; y en él se
inspira y guía el resto de la población. Un hombre tal debe poseer
la inspiración divina, y ser sabio, virtuoso, valeroso, audaz y
saludable. Sólo bajo el liderazgo de un rey-filósofo se podrán
alcanzar la perfección y felicidad definitivas, teniendo aquí un
papel decisivo la inteligencia y la sabiduría; pero al-Farabi
prefirió no decir si un profeta podría ejercer las funciones del
rais. Por otra parte, define a Dios como el primer ser
existente, único, existente por sí mismo, eterno, sabio y poderoso.
Todas las cosas
se derivan de Él en diez grados, disminuyendo en perfección a
partir del segundo; siendo esta doctrina de la emanación la
precursora de la concepción religiosa de la creación por voluntad
divina a lo largo del tiempo. Al Farabi no desatendió la cuestión
de la materia y su relación con la forma, ni olvidó el tema del
alma y sus diversas facultades de nutrición, sensación, imaginación
y raciocinio; asuntos que fueron también tratados por filósofos
posteriores, de los cuales el mas sobresaliente fue Ibn Sina
(980-1037), conocido en Occidente como Avicena, que alcanzó la fama
como filósofo y médico. Como filósofo fue capaz de codificar la
casi totalidad del sistema filosófico griego y de exponerlo con un
estilo fluido e intangible en su al-Shifa’ y en un resumen del
mismo titulado al-Nachah, obras que tuvieron una enorme
influencia en la filosofía musulmana de Oriente y Occidente. Puesto
en contacto con la lógica a la temprana edad de catorce años.
Avicena se dedicó al estudio de otras ramas de la filosofía con tal
dedicación que a los dieciocho años ya era un experto. Para él,
Dios es único, todopoderoso y fuente de la que emanan todas las
cosas. El alma posee tres facultades: la vegetativa, la racional y la
animal; siendo la primera común a las plantas, los animales y el
hombre y teniendo las funciones de la nutrición, el crecimiento y la
procreación.
La facultad
animal comprende el movimiento, la emoción, el sentido, la
imaginación y la memoria. Sólo la facultad racional tiene el poder
de razonar, es decir, de distinguir entre el bien y el mal; y, lo que
es aún mas importante, su objeto es la búsqueda de la verdad. Para
concluir este panorama general de la filosofía andaluza, debemos
mencionar a los “Hermanos de la Pureza”, un grupo secreto de
intelectuales que floreció en Basrah en una época de desorden
político y decadencia moral, de 946 a 1055, y que se esforzaron por
armonizar la autoridad con la razón en al-Andalus a comienzos del
siglo XI, se conservó en cincuenta tratados de diversos autores
desconocidos, que abarcan la mayoría de las ciencias naturales y
especulativas y que indican que los “Hermanos” fueron eclécticos
e intentaron combinar la moralidad religiosa con la especulación
filosófica, a fin de agradar a Dios y así obtener la perfección.
Su filosofía puede resumirse así: Dios existe y es el creador del
mundo, todopoderoso y dueño de hacer lo que desee; el intelecto
activo emana de Él; y del Alma Universal sale la materia en forma
esférica, que es la mas perfecta, como también lo es el movimiento
circular que tiene, constituyendo así los cuerpos celestes. Éstos
fueron seguidos por las formas menos perfectas de animales, plantas y
minerales. El hombre tiene libertad de voluntad y facultades
cognoscitivas en los sentidos, la imaginación, la reflexión, la
memoria y la razón; y es una pequeña parte del gran universo. Su
moral depende del clima, los astros, la religión y la educación y
obtendrá la perfección deseada cuando comprenda que Dios es único,
el Alma Universal es una y también lo son el mundo, la humanidad, la
religión, la verdad y la filosofía.
Las obras y
sistemas de estos filósofos fueron ampliamente conocidos en
al-Andalus, pero hay muchos indicios de que el estudio y búsqueda de
la filosofía fueron desalentados e incluso prohibidos, y nunca
formaron parte del plan de estudios. Es mas, no existe evidencia de
que los andaluces tomaran iniciativa alguna en traducir al árabe las
obras extranjeras disponibles, sobre todo en griego y latín; ni
tampoco de que intentaran mejorar las traducciones orientales,
contentándose con obras traídas del Este. Éstas fueron estudiadas,
pero sus lectores, temiendo represalias de las fuertemente
conservadoras autoridades religiosas, no hicieron ningún comentario
público. Si un individuo era sospechoso de interesarse por la
filosofía, se le declaraba hereje y era perseguido, y sus libros
quemados. Abundan los ejemplos de este antagonismo a la filosofía.
Ibn Masarrah, el primer filósofo de al-Andalus, fue condenado al
ostracismo y sus libros fueron prohibidos. Para aplacar a los
eruditos religiosos, Ibn Abi’Amir (m.1002), el poderoso hachib
y verdadero gobernante de al-Andalus, ordenó que la famosa
biblioteca de al-Hakam II fuese purgada de los libros sobre ciencias
antiguas, incluidos los de lógica y astrología. Ibn Hazm de
Córdoba, hombre de pensamiento independiente y gran cultura, fue
víctima del ostracismo y sus libros fueron quemados, así como los
de al-Gazali y Averroes.
No debe
asombrarnos que los filósofos andaluces, quizás como reacción a
estas restricciones, se convirtiesen en firmes defensores de la
filosofía y su importancia para alcanzar la verdad, equiparándola
de modo explícito con la revelación y otorgándole implícitamente
la supremacía sobre la religión. Incluso la lógica tuvo unos
defensores incondicionales en Ibn Hazm e Ibn Tumlus, los cuales nos
dan una clara idea de la apatía y la oposición a la filosofía en
general y a la lógica en particular, La simplificación de la
lógica de Ibn Hazm, es un tratado basado en los ocho libros de
lógica de Aristóteles, pero ilustrados con ejemplos jurídicos y
lingüísticos, en el que muestra preocupación por el absurdo
abandono en que tenían sus contemporáneos a la filosofía y a la
lógica y su oposición a ambas. Él no ve conflicto alguno entre la
filosofía y la revelación y considera la lógica como un sólido
instrumento para determinar si cualquier opinión es falsa o
verdadera. En realidad, anima al estudiante a cultivarla para poder
probar cualquier circunstancia, y repite lo mismo en Las
categorías de las ciencias. Al parecer, Ibn Hazm pensó en los
estudiantes al escribir La simplificación de la lógica, ya
que escribe que los que aman el saber y aprecian su valor, deben
hacérselo lo mas agradable que puedan a los demás, y objeta
vehementemente contra los que sostienen, sin fundamento, que las
obras de los antiguos sólo contienen incredulidad y conducen a la
herejía. Afirma por el contrario:
Encontramos
que estos libros (de lógica) son como una medicina fuerte. Si
la toma alguien que goza de una buena salud, una naturaleza sana,
complexión firme, y buena coordinación, le será de provecho,
purificará su cuerpo, ahuyentará su desequilibrio, fortalecerá sus
sentidos, y le procurará mas salud. Por el contrario, si la toma un
hombre enfermo, cuyo equilibrio se halla perturbado, y cuya
complexión es débil, le hará daño, aumentarán sus infortunios, y
quizás le conduzcan a la ruina y la muerte.
Sin duda, Ibn
Hazm da a entender, como señalan sus sucesores, que la filosofía no
es materia que pueda dominar cualquiera, sobre todo los que adolecen
de la suficiente preparación y cultura. En suma, Ibn Hazm afirma:
Hagamos saber
que todo aquel que lea este nuestro libro hallará que la utilidad de
este tipo de obra no se limita a una sola disciplina, sino que
incluye el Corán, las Tradiciones y las decisiones legales acerca de
lo que es o no permisible, lo que es obligatorio, y lo que es legal.
Ibn Tumlus
(m.1225), que vivió mas de un siglo después que Ibn Hazm, afirma
que el abandono de la lógica por parte de los eruditos de su época
era también tremendo. Nació en el principado de Valencia,
recibiendo formación en las ciencias tradicionales, y emigró al sur
de al-Andalus donde debió estudiar con el gran filósofo Averroes.
En su Introducción al arte de la lógica, nos proporciona una
larga introducción acerca del estado de esta materia en al-Andalus,
su importancia y cómo tuvo que estudiarla sin ayuda o guía de sus
colegas, que, no sólo la tenían relegada al olvido, sino que
estaban llenos de prejuicios en su contra. Dice que las ciencias
religiosas, la gramática, lexicografía, retórica y prosodia –y
en algún grado la medicina, la física, la astronomía, la
geometría, las matemáticas y la música- habían sido objeto de
tanta atención por parte de los eruditos, que se hallaban
sobrestudiados, y arguye que el escribir sobre ellos sólo sería
repetir lo que otros ya habían dicho. Quedan dos materias cruciales,
la metafísica y la lógica. Mientras la primera fue objeto de alguna
atención por su relación con la teología, la segunda permaneció
completamente olvidada, e Ibn Tumlus se queja de que esta negligencia
ocurre porque las gentes la consideraban inútil además de temer ser
acusados de descreimiento y herejía.
Expresa su
sorpresa ante la ignorancia de la lógica por parte de eruditos que
habían aprendido todo de memoria y que eran apasionados seguidores
del rito Malikí. En tales circunstancias, había sido informado de
que la lógica era un tema prohibido, lo cual le incitó aún mas a
conocerla, pero no pudo encontrar escrito que de ella tratase,
excepto las obras de al-Gazali que estudió con avidez,
complementándolas con las de al-Farabi. Así descubrió que la
lógica no solamente no es perjudicial para las creencias religiosas,
sino que les es muy útil y, además, no va en contra de la
revelación, lo que movióle a escribir una introducción sobre el
tema para darlo a conocer a sus compañeros. Ibn Tumlus define la
lógica como el arte que nos proporciona las reglas que enderezan el
intelecto y conduce a esclarecer la verdad en aquellas situaciones en
las que pueden cometerse equivocaciones. Dichas reglas son similares
a las empleadas en la gramática, prosodia y dibujo. Asimismo, la
lógica previene al individuo contra la falsedad y le impide
sospechar de los que dicen la verdad, y seguir ciegamente a los que
están equivocados. Aquellos que alegan que las matemáticas y la
geometría son buenos sustitutos de la lógica para determinar la
verdad o la falsedad de una tesis se parecen a los que mantienen que
los meros ejercicios y la memorización valen para el mismo
propósito; y los que piensan que su estudio es una pérdida de
tiempo son como los que consideran superfluo el estudio de la
gramática. En suma, la lógica proporciona la regla para el empleo
adecuado de la expresión de ideas, del mismo modo que la gramática
las proporciona para el correcto uso de las expresiones. Pero,
mientras las reglas gramaticales cambian según las lenguas, las de
la lógica son universales.
Es significativo
que Ibn Tumlus no se refiera a los numerosos trabajos sobre filosofía
y lógica de su casi contemporáneo Averroes, ni a otras obras
andaluzas y existe la posibilidad de que los tratados de Averroes
estuviesen prohibidos, como ya había ocurrido anteriormente; o que
Ibn Tumlus prefiriese no mencionar a su maestro para así atribuirse
el honor de haber desenterrado un tema tan útil como olvidado. Es
muy posible que Averroes se hallase aún desacreditado tras su
deshonra bajo el gobernante almohade Abu Yusuf y que Ibn Tumlus
emplease la discreción para evitar grandes repercusiones, ya que los
peligros que acarreaba el estudio de la filosofía se hallan
ilustrados por la carrera del propio Averroes. Desde luego, la
oposición a la filosofía estaba muy extendida por todo el ámbito
musulmán, y no fue exclusiva de al-Andalus a pesar de su extrema
intolerancia religiosa. Las siguientes declaraciones de Ibn Jaldun
nos iluminan al respecto:
Los primeros
musulmanes y teólogos especulativos no aprobaron el estudio de esta
disciplina (lógica). La atacaron vehementemente y pusieron en
guardia en su contra. Prohibieron su estudio y su enseñanza.
Esta actitud de
que la lógica le era dañina a la religión se pudo aplicar a la
totalidad de la filosofía. La filosofía tuvo su edad de oro en
al-Andalus a pesar de las pesadas restricciones que le fueron
impuestas y, comparada con el resto del mundo musulmán, esta
provincia corrió mejor suerte en lo que al cultivo de la casi
prohibida ciencia se refiere. Ibn Masarrah, Ibn Hazm, Ibn Bachchah,
Ibn Tufayl, Averroes y los judíos Ibn Gariol e Ibn Maymun
(Maimónides) forman una larga lista de filósofos excepcionales.
Cierto que los andaluces fueron perfectamente conscientes de las
diversas escuelas de pensamiento que florecieron en el Este y, aunque
a menudo se guardaron de exponer en público sus opiniones, fueron
grandes conocedores de las ciencias especulativas. En el siglo X,
Muhammad Ibn Isma’il (m.943), conocido como el hakim (sabio
o filósofo), fue versado en matemáticas y lógica. Pero el filósofo
del siglo fue Ibn Masarrah, que viajó a Oriente, donde recibió
influencias del Mu’tazilismo, sobre todo en lo tocante al Corán y
a la cuestión del libre albedrío y, regresando a al-Andalus lleno
de entusiasmo, intentó propagar sus creencias heterodoxas. Pronto se
halló en dificultades con los eruditos religiosos, que le acusaron
de hereje, viéndose forzado a huir a la sierra de Córdoba, donde
llevó una existencia ascética rodeado de fieles discípulos, y
desarrolló ideas panteístas, precursoras del misticismo
hispano-árabe. Se le atribuyen dos obras que estuvieron prohibidas
durante su vida, y por algún tiempo tras su muerte.
A pesar de lo
caótico de las circunstancias en el siglo XI, surgieron numerosos
talentos en materias puramente intelectuales. Sa’id Ibn Fattuh
(m.1029) de Zaragoza, de sobrenombre “el asno”, escribió un gran
número de tratados filosóficos durante los reinados de ‘Abd
al-Rahman III y al-Hakam II, uno de los cuales, El árbol de la
sabiduría, era una introducción a la filosofía. Sin embargo,
fue encarcelado por Ibn Abi ‘Amir y tras ser puesto en libertad
abandonó al-Andalus y marchó a Sicilia. Dos de sus contemporáneos
se interesaron igualmente por la filosofía. ‘Abd al-Rahman Ibn
Isma’il Ibn Zayd, “El Euclides”, emigró al Este, donde murió.
Fue un excelente matemático que también mostró gran interés por
la lógica y cuya obra sobre esta materia fue muy conocida. Ibn
al-Kattani escribió un gran número de tratados de filosofía, que,
según su discípulo Ibn Hazm, fueron famosos, de gran calidad y muy
útiles. Pero la persona mas destacada del siglo XI fue Ibn Hazm,
algunas de cuyas cuatrocientas obras trataron de filosofía. Nunca se
mostró adverso a ella y la consideró como un instrumento para ser
empleado en armonía con la revelación. A pesar de su gran fidelidad
al Islam, al cual consideró superior a las demás religiones, Ibn
Hazm hizo siempre gala de una mente tan lúcida y metódica que no
podemos por menos que admirarle.
Por estas y otras
razones no debemos olvidar su importancia como filósofo, es mas, al
proseguir su estudio se le colocará sin duda entre las grandes
figuras de la historia intelectual del Islam. Sus obras abarcan las
ciencias religiosas y todas sus minuciosas polémicas y especulación,
así como muchos aspectos de la filosofía y el resto de las
ciencias. Ya hemos hecho alusión a su Categorías de las ciencias
y a su Simplificación de la lógica. El Fisal nos da idea de
su modo de abordar las cuestiones filosóficas y teológicas acerca
de Dios y Sus atributos, y en él ataca a toda suerte de sectas
religiosas dentro y fuera del Islam. Son importantes sus puntos de
vista en lo concerniente a la armonía entre la fe y la razón. Su
Libro de la conducta es un tratado de ética donde da normas
de comportamiento para una vida recta y es una mina de información
acerca del propio escritor y su pensamiento. Además, critica la obra
sobre metafísica del gran filósofo oriental al-Razi, refutando su
dualismo como influido por el Zoroastrismo. Contemporáneo de Ibn
Hazm fue Ibn Gabirol de Málaga, que expuso una filosofía
neoplatónica en su obra La fuente de la vida, traducida al
latín por Gundisalvus en 1150, y en la que mantiene que los seres
espirituales, incluidos los ángeles, están compuestos de materia y
forma. Al igual que Ibn Hazm, afirma que la filosofía es capaz de
llegar a la verdad, y que el conocer las causas de todos los
fenómenos requiere un saber que está oculto para el ignorante, pero
que se revela al filósofo. Esta doctrina del saber como factor
diferencial entre los filósofos y teólogos y las masas, se acentuó
en los sistemas de Ibn Bachach, Ibn Tufayl, Averroes y Maimónides.
El siglo XII vio
el florecer a la edad de oro de la filosofía en al-Andalus. Ibn
Bachach, conocido en Occidente como Avempace, intentó separar la
teología tradicional de la filosofía, y su contemporáneo y
discípulo Ibn Tufayl dijo de él que estuvo mas cerca de la verdad
que los tres gigantes intelectuales del Islam: al-Farabi, Ibn Sina y
al-Gazali, con lo cual está de acuerdo Ibn Jaldun, que coloca a Ibn
Bachach entre los grandes filósofos del Islam (al-Farabi, Ibn Sina y
Averroes). Nació en Zaragoza a finales del siglo XI y ocupó el
puesto de visir, pero se vio forzado a huir cuando la ciudad cayó en
manos del Alfonso I de Aragón, marchando a Valencia, Sevilla,
Granada y, finalmente, a Fez, en el noroeste de África, donde fue
mortalmente envenenado, bien por un enemigo envidioso o a causa de
sus opiniones heréticas. Tuvo una amplia educación y escribió
sobre una gran diversidad de materias: medicina, música,
matemáticas, astronomía y filosofía; también compuso bellas
muwashshat. Sin embargo, la fama de Ibn Bachchah se basa en su
filosofía y la probable influencia que ésta tuvo en contemporáneos
y sucesores como Ibn Tufayl, Averroes y Maimónides. Se le atribuyen
numerosos tratados de lógica, metafísica y sobre las obras de
Aristóteles, pero poco nos queda de ellos. Su El régimen del
solitario se ha conservado, pero es poco probable que en su
totalidad. A pesar de todo, esta obra nos muestra su familiaridad con
los sistemas filosóficos de sus predecesores griegos y musulmanes,
Platón, Aristóteles, Galeno, al-Farabi, Ibn Sina y al-Gazali, a los
que remite frecuentemente al lector; y también revela su propia
filosofía, que considera al hombre capaz de alcanzar la perfección
y la felicidad si su vida se ajusta a la naturaleza y se basa en la
contemplación. Esta meta de perfección solamente podrá obtenerse
cuando el individuo alcance el intelecto puro, no a través de la
sociedad, la riqueza, los honores o incluso las virtudes, sino por
medio de la austeridad y la renuncia de todo lo terreno.
En esto difiere
ampliamente de al-Farabi y al-Gazali, pues mientras el primero de
éstos piensa que la perfección final puede alcanzarse en un grupo
social –es decir, en la Ciudad Ideal- Ibn Bachchah apunta al
gobierno del hombre solitario. Critica a los sufís y a al-Gazali
diciendo que los primeros afirman que la máxima felicidad se
encuentra en no hallar y comprender la esencia espiritual, sino mas
bien en un estado de aislamiento y abstracción. Ibn Bachchah
comienza su libro dando las diversas connotaciones del vocablo
tadbir, que puede significar la ordenación de varias
acciones, pero nunca de una sola, hacia una meta dada. Por esta razón
se llama a Dios mudabbir (gobernante) del universo, y esto
implica el empleo de la facultad de razonar, que es característico
del hombre, aunque puede ser individual, aplicándose entonces a la
práctica de un oficio determinado. Habla después del régimen
político, sobre el cual ya había escrito un tratado, y hace
referencia a las ideas políticas de Platón. Compara las cuatro
ciudades defectuosas de al-Farabi, establecidas por convención, con
la ciudad virtuosa, fundada conforme a la naturaleza. El gobierno
basado en esta última es el mas perfecto y noble, ya que se asemeja
al gobierno del universo por Dios, mientras que el basado en la
convención es parecido a una enfermedad. La ciudad ideal no necesita
de médico o de juez, mientras que los demás son pobres, las
acciones de sus habitantes están equivocadas y sus opiniones son
falsas.
Cuando una
persona en posesión de la sabiduría y la verdad surge en una ciudad
defectuosa, se le considera una “mala hierba”, y le rodea la
oposición de acuerdo con la intensidad de las falsas opiniones de
los habitantes. Dichas “malas hierbas” no aparecen en la ciudad
virtuosa por la sencilla razón de que todos sus habitantes son
sabios y perfectos. En las cuatro ciudades imperfectas llevan una
existencia solitaria y, al haber alcanzado ciertas situaciones que
los separan del resto de las gentes, son a menudo llamados forasteros
por los sufíes. Esta “mala hierba” o individuo solitario es
quien interesa a Ibn Bachchah, y considera que tal persona debe
gobernarse a sí mismo para alcanzar su existencia mas perfecta y su
dicha. La obtención de este objetivo conduce a Ibn Bachchah a
disertar detalladamente acerca de los seres existentes -objetos
inanimados, animales y seres humanos- a los que clasifica según sus
similitudes y diferencias. Compara las acciones necesarias, comunes a
hombres y animales, con las estrictamente humanas, ejecutadas
voluntariamente y basadas en el razonamiento, que es la cualidad
distintiva del hombre, y las cuales, además, deben tener un
propósito. Por ejemplo, una persona puede que rompa una piedra
accidentalmente porque le hace un rasguño, y esto es una acción
animal; pero si la rompe porque puede arañar a otra persona,
entonces se trata de una acción humana. La mayoría de las acciones
en las ciudades imperfectas tienen categoría de animales y humanas a
la vez. Las acciones de un hombre perfecto sólo son llevadas a cabo
a través del raciocinio, sin hacer caso del alma animal responsable
de las acciones animales.
Las cosas
existentes pueden ser corpóreas o incorpóreas. Los seres corpóreos
son los que tienen tres dimensiones, cosa que no tienen los
incorpóreos. Estos últimos abarcan la nobleza, el saber y todos
aquellos conceptos que percibe la razón. A esto sigue un examen de
las formas espirituales, e Ibn Bachchah considera que la materia no
puede existir sin forma, pero que la forma existe independientemente
de la materia. Las formas se ordenan según una jerarquía de bajas a
altas, es decir, de las formas materiales a la universal o
intelectual, que es la que el hombre debe tratar de percibir. El alma
tiene seis facultades: racional, espiritual, sensorial, generativa,
nutritiva y rudimentaria. En las cuatro primeras caben la razón y la
voluntad, pero la mas alta facultad del hombre es el intelecto, a
través del cual se pueden conseguir el auténtico saber y la
felicidad gradualmente desde el mundo sensorial, la imaginación, la
contemplación intelectual, hasta la felicidad absoluta. Esto se
logra cuando el intelecto humano se une con el intelecto superior
activo, que es Dios, y a través de este conocimiento e
identificación con el Ser Supremo obtiene el hombre su felicidad
absoluta. Sólo la “mala hierba” solitaria es capaz de llegar a
esta ansiada meta.
Esta imagen del
hombre solitario fue elaborada con todo detalle por Ibn Tufayl en su
delicioso Viviente, hijo del despierto. Ibn Tufayl nació en
Guadix en 1106 y vivió durante algún tiempo en Granada y, aunque
sabemos poco acerca de su juventud y educación, fue al parecer
versado en astronomía, matemáticas, poesía, filosofía y las
disciplinas religiosas. No está claro si estudió o no con Ibn
Bachchah, pero lo cierto es que se conocieron y conoció su obra. La
madurez de Ibn Tufayl coincidió con la llegada de los almohades a
al-Andalus, cuyos primeros gobernantes mostraron gran inclinación a
la especulación filosófico-teológica y tuvo la fortuna de servir a
Abu Ya’qub Yusuf (1163-1184) intelectual en la corte que atrajo a
los mas destacados talentos de la época, incluyendo a Averroes, a
quien Ibn Tufayl encargó escribiese un comentario a las obras de
Aristóteles. Al contrario que Ibn Bachchh y otros eruditos de su
época, Ibn Tufayl no parece haber escrito un gran número de obras,
aunque se le atribuyen muchos poemas, y su fama se basa en el Havy
Ibn Yaqzan, que se conviritió en un clásico. En él narra la
evolución del hombre desde su nacimiento, pasando por la infancia,
la adolescencia y madurez, describiendo los procesos y experiencias
humanas que corresponden a cada etapa importante del desarrollo
humano. La obra se divide en tres partes:
La parte I, en
cuatro capítulos, expone el propósito de la obra de descubrir los
secretos de la Sabiduría, a cuyos líderes menciona: Ibn Bachchah,
inclinado a la autoanulación; al-Farabi, que se ocupó del alma; Ibn
Sina, que expuso la verdad de acuerdo con Aristóteles, y al-Gazali,
que se dedicó al sufismo y censuró a los filósofos. La Parte II,
en seis capítulos, trata de Havy en una isla desierta, posiblemente
Ceilán, y en ella Ibn Tufayl da diversas opiniones acerca de la
generación espontánea, o nacimiento sin padre ni madre,
considerando que Havy tuvo un nacimiento natural, sin padres. Se
ofrece una alternativa para los incrédulos en la que se le convierte
en hijo de una hermosa princesa y de Yaqzan, con el que se había
casado en secreto. Debido a este secreto, la princesa metió a Havy
en una arqueta y lo echó al agua. Cuando arribó a la isla, los
lloros del niño atrajeron a una cierva que le dio el sustento
necesario convirtiéndose en un niño fuerte; pero la cierva murió
y, apesadumbrado, debió cuidar de sí mismo. Cuando tuvo siete años,
adquirió sus primeros conocimientos basándose en los sentidos y la
experiencia personal. Su vida continuó enriqueciéndose y tomó
consciencia de algunas de las facultades del alma, como la memoria y
la observación, empezó a conocer las partes del cuerpo y la
diferencia entre éste y lo que lo hace moverse. Descubrió el fuego
y aprendió a emplearlo, y se preguntó si lo que hace moverse el
cuerpo tiene la misma naturaleza que el fuego. Utilizó para vestirse
pieles de animales y hojas y domesticó pájaros y animales. Así
llegó a los veinte años.
Entonces pasa del
conocimiento adquirido por los sentidos, al basado en la experiencia
y diferencia la materia de la forma, viendo que los cuerpos pueden
ser leves o pesados y tener dimensiones. Se da cuenta del significado
de las causas, llegando a la conclusión de que hay una causa previa
a todas las demás y progresa del conocimiento de la existencia
terrena a la contemplación del firmamento y el universo. Llega al
cálculo matemático de los cuerpos esféricos y entonces se pregunta
si el mundo ha sido creado o es primigenio, tras lo cual medita sobre
el Creador del mundo y le priva de atributos. Ya tiene 35 años. A
través del razonamiento y de la contemplación aprende que tiene un
alma que se diferencia de su cuerpo y que es la que alcanza la verdad
espiritual. Entonces comienza a desear una vida contemplativa a
través de la cual poder comprender la existencia, consiguiendo así
la felicidad y la inmortalidad. Se inclina hacia el ascetismo y
empieza a pensar que él mismo forma parte de la Verdad Suprema. Ya
ha llegado a la madurez de sus 49 años.
En este momento,
en la Parte III, introduce dos nuevos caracteres, Salaman y Asal, que
habían vivido en una isla habitada por una comunidad religiosa.
Salaman es un hombre de mundo que ha tenido una existencia vulgar, y
Asal sabe de leyes religiosas, pero sigue buscando su significado
esotérico. Este segundo viene a la isla y se da cuenta de que Havy,
por sí solo y gracias a su facultad racional ha hallado la verdad y
el conocimiento de la primera causa, la existencia del alma, la
inmortalidad y el significado secreto de la ley. Entre los dos llegan
a la conclusión de que la filosofía tal y como la ha cultivado Havy
y la religión formal enseñada a Asal son simplemente formas de la
misma verdad eterna, y deciden trasladarse a la isla habitada para
enseñar a la comunidad religiosa el camino de la verdad y la
contemplación, pero sus intentos fracasan ante la hostilidad y la
ignorancia de las gentes. Ambos quedan convencidos de las flaquezas
de los hombres que viven en sociedad y deciden volver a la pureza del
aislamiento de Havy para pasar el resto de sus vidas contemplando la
Verdad Eterna. El mundano Salaman permanece en la isla habitada.
Como musulmán,
Ibn Tufayl admite que el Islam, tal y como fue revelado por Mahoma,
es un camino válido y seguro para alcanzar la verdad, y que la
filosofía puede tener el mismo fin. Sin embargo, uno se pregunta si
no da primacía a esta última, ya que su narración culmina con los
caracteres saliendo triunfantes gracias a la contemplación, mas que
a la religión formalista y, sin duda, destaca la “mala hierba”
solitaria de Ibn Bachchah. De todos modos, tanto éste último como
Ibn Tufayl están de acuerdo en que la sabiduría, la perfección y
la felicidad se consiguen a través del intelecto y de acuerdo con la
naturaleza humana. Por supuesto que el tema de la historia está
tomado de fuentes orientales, aunque empleado con otros fines. Es
difícil, determinar con seguridad la amplitud de la difusión del
Havy Ibn Yaqzan, pero, considerando la facilidad de su
lenguaje y la fluidez de su estilo, es probable que dicha narración
llegase a formar parte del folklore dentro y fuera de al-Andalus
entre las gentes y los literatos. La historia es fácil de seguir a
pesar de sus grandes implicaciones filosóficas y, además, su
versión escrita debió ser conocida en el Magrib y en el Este. En el
siglo XIII, el brillante médico egipcio Ibn al-Nafis (m.1288) empleó
el tema de Havy Ibn Yaqzan en su Tratado relatando a Kamil
la vida e historia del Profeta, y ambas obras tienen muchos
puntos similares:
Varios
detalles en la relación de la generación espontánea, la
descripción de cómo funcionan los órganos sensoriales, la idea de
la indefensión del hombre comparado con los animales que están
provistos de abrigo y defensas naturales, como llega el héroe a
conocer la anatomía a través de la disección de los cuerpos de
animales muertos con instrumentos primitivos, su paso de la
observación de los animales a la de las plantas, luego a la de los
fenómenos meteorológicos, a la de los cuerpos celestes, y,
finalmente, por el mismo razonamiento en ambos libros al conocimiento
del Creador y Sus atributos, y su obligación de seguir los
mandamientos del Ser Supremo...
Otra cuestión
importante es la de la influencia del Havy Ibn Yaqzan en la
literatura y el pensamiento europeos. El tema de la armonía entre la
razón y la fe pasó a Occidente a través de las obras de Averroes,
quien, sin duda, estuvo influido por las ideas de Ibn Bachchah e Ibn
Tufayl. Además, la historia de Havy debe haber sido conocida por los
occidentales del siglo XIII, y esto explicaría la reaparición del
tema en el siglo XVII en España e Inglaterra. El Criticón de
Baltasar Gracián (1601-1658) es una novela filosófica que trata de
tres etapas del desarrollo humano: niñez, adolescencia y vejez; y
cada fase de saber y experiencia es una progresión de la forma mas
rudimentaria a la mas alta. Los personajes principales de la novela
son Critilo, un sabio que arriba a una isla y se encuentra con
Andrenio, que ha estado viviendo rodeado por la naturaleza, y, tras
enseñarle a hablar, marchan a España. En Madrid, Andrenio es
engañado por una mujer, y esto hace a Critilo reflexionar sobre lo
perverso de éstas. En la segunda etapa viajan a Francia, donde
descubren las artes y las ciencias, encuentran un verdadero amigo y
visitan varios lugares, incluido un manicomio, todo lo cual les da
una idea de la humanidad en general. En la etapa final van a Roma,
donde frecuentan una academia emplazada en una colina, desde la cual
contemplan la rueda del tiempo, lo transitorio de la existencia
humana, la muerte y otras flaquezas humanas. Finalmente alcanzan la
inmortalidad y la virtud.
El Robinson
Crusoe de Daniel Defoe (1660-1731) denota una sorprendente
similitud de tema. Defoe, que fue educado para el ministerio
presbiteriano, publicó su Robinson Crusoe en 1719, poco
después de haber sido traducido al inglés el Havy Ibn Yaqzan.
La idea básica en ambas obras es que el hombre, no sólo es capaz de
vencer a su entorno, sino que también puede alcanzar la suficiencia
material y espiritual independientemente de la sociedad. Sin embargo,
las dos obras se diferencian en que Ibn Tufayl defiende el
aislamiento absoluto y el raciocinio, mientras que Defoe termina con
la experiencia social y la búsqueda de Dios a través de la
revelación bíblica como meta final del hombre, es decir, los
personajes de Ibn Tufayl alcanzan su objetivo a través del
intelecto, mientras que el de Crusoe experimenta miedo y emoción.
Mayor impacto tuvieron, sin embargo, en el pensamiento occidental las
obras de Ibn Rushd, conocido en Europa como Averroes (1126-1198), el
cual nació en Córdoba de una distinguida familia. Su abuelo fue
juez malikí de la ciudad, y su padre también fue hombre culto.
Siguiendo la costumbre de la época, el joven Averroes recibió su
educación en el seno de su familia, estudiando las ciencias
religiosas –estudios coránicos, tradiciones, jurisprudencia y
teología, en la que sobresalió-, pero sus logros mas destacados
estuvieron en el campo de la medicina y la filosofía. Escribió un
gran número de obras filosóficas, algunas de las cuales fueron
conocidas en Occidente a través de sus traducciones al latín, y
dejó un gran legado, conocido como Averroísmo en la Europa del
siglo XIII y que provocó acalorados debates en los círculos
intelectuales durante siglos.
Se le conoce a
menudo bajo el nombre de sharih (comentarista), por haber
compendiado, explicado y comentado las obras de Aristóteles. Al
igual que sus predecesores musulmanes, Averroes admiró enormemente a
este último, considerándole una eminencia que había alcanzado la
verdad; y este entusiasmo contribuyó a mantener vivo el
aristotelismo en un momento de la historia en el que este filósofo
estaba siendo relegado al olvido en el resto del mundo musulmán. El
“revivir” de la filosofía en al-Andalus coincidió con la
aparición de gobernantes almohades cultos que mostraron un gran
interés por la filosofía. Sin embargo, los eruditos andaluces
adolecieron de una tradicional timidez a la hora de hablar
abiertamente de filosofía. El mismo Averroes mostró esta inhibición
cuando en 1169, fue presentado a Abu Ya’qub Yusuf por su amigo Ibn
Tufayl. Este gobernante fue versado en filosofía y estaba interesado
en que Averroes se sumara a su culto séquito. El historiador
al-Marrakushi relata lo tenso del encuentro y las reflexiones de
Averroes al contárselo a sus amigos:
Cuando estuve
en presencia del Príncipe de los Creyentes, Abu Ya’qub, lo hallé
sólo con Abu Bakr Ibn Tufayl. Este comenzó a elogiarme, mencionando
a mi familia y antepasados, e incluyendo en su relación hechos
superiores a mis propios méritos. Tras preguntarme mi nombre, el de
mi padre, y mi genealogía, lo primero que me dijo el Príncipe de
los Creyentes fue: ¿Qué opinan del cielo? –refiriéndose a los
filósofos-¿es eterno o creado? La confusión y el miedo se
adueñaron de mí, y comencé a inventar excusas y a negar que alguna
vez me hubiese interesado la filosofía, pues no sabía lo que Ibn
Tufayl le había contado al respecto. Pero el Príncipe de los
Creyentes comprendió mi miedo y mi confusión y, volviéndose a Ibn
Tufayl, comenzó a hablar de lo que me había preguntado, mencionando
lo que habían dicho Aristóteles, Platón y todos los filósofos, y
presentando además las objeciones de los pensadores musulmanes
contra ellos; y me di cuenta que tenía tal memoria como no creí
pudiera ser hallada incluso entre aquellos que se dedican
exclusivamente a este tema. Continuó tranquilizándome de este modo
hasta que hablé y expuse lo que pensaba del tema; y cuando me retiré
ordenó me hiciesen un donativo en dinero, unas magníficas
vestiduras de gala y un corcel.
Este estímulo
inauguró una brillante carrera filosófica para Averroes, el cual
tenía suficiente preparación para entender de filosofía, pero fue
el mecenazgo del gobernante lo que permitió que fuese publicado su
pensamiento filosófico en 38 obras, gozando además de otros favores
de Abu Ya’qub y llegando a ser juez de Sevilla en 1169, juez
principal de Córdoba en 1171 y médico de la corte en 1182. Tras la
muerte de Abu Ya’qub, Averroes gozó de la protección y el apoyo
entusiasta de su sucesor Abu Yusuf (1184-1199) hasta 1195, cuando,
cediendo a las presiones de los eruditos religiosos en un difícil
momento político, este último abolió la filosofía y los
filósofos, ordenó que se quemaran los libros de Averroes y acusó a
éste de herejía. Averroes marchó al exilio y pasó los tres
últimos años de su vida completamente desilusionado. Averroes
cubrió todos los aspectos de la filosofía y estuvo en deuda con sus
predecesores musulmanes, aunque los criticase a menudo. Según él,
el mundo ha estado moviéndose eternamente y tiene un Eterno Movedor
(muharrik), que es Dios. Materia y forma son inseparables
excepto para la mente, y hay una jerarquía de todos los seres y
formas existentes. La materia se halla en constante movimiento,
mientras que el intelecto es inmóvil y se percibe a sí mismo. Hay
una sola alma para todos los hombres, que está dividida por los
cuerpos, y su relación con éstos es similar a la de forma y
materia. En este y otros aspectos sigue fielmente a Aristóteles,
cuyas opiniones explica tal y como las entiende.
Sin embargo, su
principal contribución a la filosofía se halla en la defensa que de
ésta hace con convicción y claridad sin precedentes, ya que aunque
había sido defendida anteriormente por al-Kindi, al-Farabi e Ibn
Sina en Oriente, y por Ibn Hazm, Ibn Bachchah e Ibn Tufayl en
al-Andalus, nunca con la certeza y lucidez de Averroes. Para éste, e
Ibn Tufayl en al-Andalus, nunca con la certeza y lucidez de Averroes.
Para éste, la filosofía es amiga y hermana de leche de la
religión. No contradice a la revelación, sino que la confirma, y,
como tal, es tan válida como ésta última para llegar a la suprema
verdad. Estas opiniones se hallan cristalizadas en su Fasl
al-maqal, Tahafut al-tahafut y otros tratados. Dice,
Puesto que
esta religión es la verdadera y llama al estudio que conduce al
conocimiento de la Verdad, nosotros, la comunidad musulmana, sabemos
con certeza que el estudio demostrativo no conduce a conclusiones en
conflicto con lo que la Escritura nos ha enseñado, ya que la verdad
no se opone a la verdad, sino que está de acuerdo con ella y le
sirve de testigo.
Fasl al-maqal
comienza con la afirmación de que el shari’ah requiere el
estudio de la filosofía y de que ésta última no contiene nada
opuesto a la revelación. Sin embargo, concreta estas aseveraciones
afirmando que la revelación es asequible a todo el mundo y su
finalidad es enseñar la verdadera ciencia y el correcto
comportamiento, mientras que la filosofía está limitada a unos
pocos -es decir, aquellos individuos que poseen la capacidad de
razonamiento demostrativo-. Para la inculta mayoría, las creencias
religiosas pueden ser mantenidas solamente por la fe. Todo esto
conduce a Averroes a distinguir tres clases de individuos: la
retórica, a la que pertenece la mayoría; la dialéctica, a la que
pertenecen los teólogos, y la élite formada por los filósofos,
cuyas teorías no deben ser conocidas por los teólogos-dialécticos,
y menos aún por las masas, ya que solo les ocasionaría división y
confusión. Critica por tanto a los Mu’tazilah, los cuales, aunque
faltos de los requisitos básicos para la demostración, introdujeron
en el Islam la división y el odio a través de sus falsas
interpretaciones alegóricas.
Los que alegan
que el empleo y estudio de la filosofía es una innovación porque no
era corriente entre los primeros creyentes, deben admitir que el uso
de la analogía en la jurisprudencia es asimismo otra innovación o
herejía:
Pues del mismo
modo que el jurista infiere del Mandamiento Divino ordenándole
conocer las categorías legales que tiene la obligación de saber las
diversas clases de silogismos legales, y cuales son válidos o
inválidos; así el que conoce a Dios debe inferir del mandamiento de
estudiar los seres que tiene la obligación de adquirir conocimiento
del razonamiento intelectual y todo lo relacionado con él.
Averroes tenía
presente al erudito religioso en general, y a al-Gazali en
particular, el principal teólogo islámico, cuyos libros estuvieron
prohibidos en al-Andalus, pero fueron permitidos de nuevo por los
almohades. Casi un siglo antes, éste había escrito su Tahafut
al-falasifah, en que atacaba las pretensiones de los filósofos a
disciplinas mas allá de su competencia. También criticó a aquellos
que atribuyen a la religión lo que en realidad pertenece a ciencias
especulativas como las matemáticas y la lógica. La obra marcó una
etapa del pensamiento de al-Gazali, que fue desde la receptividad a
la filosofía en una época de su carrera hasta su rechazo y la
preferencia de la mística. A pesar de la estima en que los almohades
tuvieron a al-Gazali, Averroes, inconsciente de la susceptibilidad
religiosa reinante, se opuso al venerable teólogo en el Tahafut
al-tahafut, que fue una refutación sistemática del Tahafut
de al-Gazali. Mientras al-Gazali dio preferencia a la revelación y
la filosofía (o la fe y la razón) en un mismo plano, insistiendo en
que esta última, al igual que la primera, es un método seguro de
conocer la verdad de los mundos físico y metafísico.
Las opiniones de
Averroes en este y otros aspectos no le granjearon las simpatías ni
de sus paisanos musulmanes ni de los cristianos del siglo XIII, que a
menudo lo comprendieron, pensando que el averroísmo afirmaba que la
filosofía era verdadera, y la religión revelada falsa. A pesar de
esto, Averroes tuvo un importante papel en el desarrollo del
escolasticismo a través de sus comentarios a la obra de Aristóteles,
que fueron traducidos al hebreo y al latín por hombres como Moisés
Ibn Tibbon (m.1283), Miguel Escoto (m.1232), Hermann Alemán,
Kalonymus (m.1328) y otros. Averroes se convirtió en objeto de
controversias entre los cristianos, algunos de los cuales defendían
sus opiniones, mientras que otros se oponían a ellas tajantemente, y
su escuela se mantuvo viva hasta el siglo XVII. La influencia de
Averroes también se hizo notar entre los judíos, que fueron los
principales traductores de los escritos árabes, tanto al latín como
a su propio idioma. Un eminente teólogo-filósofo judío fue Musa
Ibn Maymun (1135-1204), o Moisés Maimónides, árabe por su cultura
y judío de religión, que intentó conciliar la filosofía griega
con el judaísmo, del mismo modo que su predecesor musulmán trató
de conciliar la filosofía con el Islam. Maimónides nació en
Córdoba, donde recibió de su padre su temprana educación en hebreo
y árabe y llegó a conocer las diversas disciplinas que eran
enseñadas en su época a los que aspiraban a posiciones dignas de un
erudito.
Puede que
estudiara filosofía con Averroes, que era diez años mayor que él,
y, con veintitrés años, publicó un libro sobre lógica, materia
que consideraba esencial para la erudición. En 1160 se vio forzado
por la dura política almohade a abandonar al-Andalus buscando un
ambiente mas tolerante, y por fin se estableció en el Cairo, donde
se convirtió en médico de la corte de Salah al-Din (Saladin), que
había arrebatado Jerusalén a los cruzados. La mayoría de los
escritos de Maimónides fueron en árabe, idioma en que escribió su
obra mas importante, Guía de los confusos, aunque con
caracteres hebraicos, y que tuvo como objeto explicar ciertos
términos del libro profético y otras cosas dudosas.
El análisis de
esta Guía muestra que Maimónides se preocupó de los mismos
temas que ya habían sido tratados por los musulmanes durante siglos,
y que seguían estando candentes. La Guía tiene tres partes
principales: una exposición de las ideas esotéricas en la Biblia,
un tratado de problemas metafísicos y un examen de la teología
musulmana, a la que rechaza como ilógica a la luz de la filosofía
aristotélica. Arguye que el aparente conflicto entre lo tocante a
cuestiones de antropomorfismo, atributos divinos y otras propiedades
de Dios, el cual es, según él, la causa primera, único,
incorpóreo, libre de emociones y privaciones y no comparable con
ninguna de sus criaturas. Cualquier cosa contradictoria a este credo
no debe ser aplicada a Dios, y, siguiendo así los pasos de los
Mu’tazilah, le priva de otros atributos que limitarían su
perfección implícita o explícitamente. Afirma que la atribución a
Dios de otras propiedades físicas y gráficas debe interpretarse
metafóricamente, y rechaza cuatro tipos de atributos: los que
incluyen una definición, una definición parcial, una cualidad o una
relación. Por ejemplo, la definición incluiría la causa eficiente,
y puesto que Dios es la causa primera, no puede ser descrito o
definido por una definición parcial. Parte del lenguaje de la
Biblia, explica Maimónides, es alegórico y no puede ser considerado
literalmente. El “relato de la creación” corresponde a la
“ciencia natural”, y la “descripción del carruaje” designa a
la “metafísica”. Adán, Eva y la serpiente en el Génesis
representan el intelecto, el cuerpo y la imaginación,
respectivamente. Y de este modo explica numerosos términos.
Habla también
del límite del intelecto humano; del estudio y enseñanzas de la
metafísica; los atributos; las veintiséis maneras de probar los
filósofos la existencia de Dios, sobre todo los argumentos de
Aristóteles; los profetas y la profecía; el hombre como poseedor de
libre voluntad y libertad de decisión; la ley como reflejo de la
común condición humana; el temor de Dios, el amor, la rectitud y la
verdadera sabiduría, que es más que el conocimiento de la ley y
demuestra con pruebas aquellas verdades que la Escritura nos enseña
por medio de la tradición. La sabiduría es la mas alta de las
perfecciones, ya sea cultivada para alcanzar la riqueza y el honor,
el vigor corporal, o la perfección moral. Aunque esta última
representa el mas alto grado de excelencia en el carácter humano,
solamente afecta a la relación del hombre con su prójimo, siendo la
perfección final aquella por la cual el hombre alcanza las mas altas
facultades intelectuales que le conducirían al verdadero
conocimiento metafísico de Dios. “Con esta perfección ha
alcanzado el hombre su meta final; le proporciona la inmortalidad, y
gracias a ella es llamado hombre”. Finalmente quien adora mejor a
Dios y se halla en comunión directa con Él es el que ha rebasado el
estudio de la Escritura y aprendido las ciencias matemáticas,
lógica, física, filosofía natural y metafísica.
La Guía
puede ser considerada como la Summa Theologica del judaísmo,
y tuvo fuertes adversarios al principio entre los rabinos
conservadores, pero el judaísmo acabó por reconciliarse con las
interpretaciones alegóricas de la Biblia de Maimónides, que fue
considerado por sus contemporáneos y generaciones posteriores como
uno de los judíos mas destacados, según el dicho popular: “De
Moisés a Moisés no hubo nadie igual a Moisés”. Su Guía y
otras obras fueron traducidas al hebreo durante su vida. Cuando
Samuel Ibn Tibbon comunicó a Maimónides su deseo de traducir la
Guía, éste le dijo que el traductor debería conocer la
filosofía aristotélica y la Biblia para poder hacer un buen
trabajo. Ibn Tibbon emprendió la tarea y consiguió poner la Guía
al alcance de una gran cantidad de judíos, algunos de los cuales
admiraron el talento de su autor mientras otros le condenaron como un
falsificador de su religión tradicional. Otra traducción fue hecha
mas tarde por Jehudah al-Harizi. Cuando la controversia sobre la Guía
se aplacó entre los judíos en el siglo XIV, la obra llegó a tener
un importante papel en el desarrollo del Escolasticismo cristiano,
del mismo modo que las obras de otros autores musulmanes con los
cuales compartía Maimónides sus métodos y opiniones sobre Dios, el
mundo, el hombre, la profecía y la armonía entre fe y razón.
Con todo, la
filosofía en un contexto musulmán no rechazó la revelación; y por
otro lado, los filósofos, en su entusiasmo por hacer de la razón la
cualidad mas alta del hombre y método seguro de alcanzar el objetivo
final de la religión, habían destacado que el intelecto humano,
como derivado del Intelecto Puro, merece ser considerado igual a la
Revelación, si no mas importante, como método de llegar a la Verdad
Suprema. Fueron perfectamente conscientes de las graves consecuencias
de tal postura e intentaron minimizar el problema declarando que la
revelación debe ser creída y practicada por todos, mientras que la
filosofía está limitada al dominio de unos pocos, fuera incluso del
alcance de los dialécticos-teólogos, que carecen de habilidad en el
razonamiento demostrativo. En estas circunstancias la relación entre
fe y razón fue muy débil y se buscó una solución en el sufismo,
la doctrina mística que acentuaba la experiencia y conocimiento
intuitivos en una vida dedicada por completo a los ideales de la
revelación, es decir, a llegar a Dios. Las palabras místico
y mística están representadas por las expresiones árabes
sufí y sufismo, respectivamente. El origen del término
sufismo es dudoso, aunque se han dado varias hipótesis de su
etimología: del griego ‘soufos’ que significa “sabio”,
del árabe ‘safw’ o “pureza” o ‘suf’ “lana”,
ya que los primeros sufíes llevaban vestiduras de este tejido.
Debido a la
extensión del imperio islámico, que se encontró con las ideas
místicas cristianas, neoplatónicas, agnósticas y budistas, surge
la tentación de suponer que el sufismo estuvo inspirado o basado en
estos movimientos. Pero, aunque está claro que todas estas doctrinas
místicas tienen varios elementos comunes, es difícil, si no
imposible, determinar la amplitud de sus influencias. También es
evidente que el sufismo en el Islam, como el misticismo en otros
movimientos religiosos, surgió como resultado de un fuerte y genuino
interés por la mejor manera de servir a Dios, ya en el ámbito
social o en una vida de retiro; deseo a menudo acompañado de crisis
espiritual y desorden sociopolítico. El cristianismo, durante su
desarrollo, tuvo que enfrentarse con estos problemas cruciales y
contó con sinceros y devotos fieles que optaron por separarse del
mundo con la esperanza de hallar solaz espiritual y alcanzar la meta
de la salvación eterna. Del mismo modo, el Islam estuvo dividido por
conflictos ideológicos, dogmáticos, políticos y sociales desde un
principio, a pesar de su enorme éxito y aceptación por parte de
millones de personas. Surgieron gran número de sectas, y las
cuestiones que las enfrentaban y dividían permanecieron enojosas e
insolubles durante largos períodos. En esta circunstancias, los
sufíes desarrollaron una filosofía religiosa y optaron por llamarse
los ahl –alhaqq (Gentes de la verdad).
Es difícil fijar
la fecha de la aparición del primer movimiento sufí en el Islam,
pero todo parece indicar que fue durante el siglo VIII. Al igual que
otras sectas islámicas, halló su razón de ser en el Corán y las
Tradiciones Proféticas, además de recibir inspiración del Profeta,
sus compañeros y otros importantes líderes religiosos del Islam,
todos los cuales son considerados como sufíes modelo. De hecho, el
Corán se convirtió en base y pilar de su doctrina, siendo citado
profusamente y dando a sus pasajes significados esotéricos.
Versículos como “A donde quiera que te vuelvas, hallarás el
rostro de Dios” (C2:109) y “Él los ama, y ellos Le aman”
(C5:50) se convirtieron en suficiente justificación y guía para el
sufismo. También se apoyaron los sufíes en las Tradiciones y
tuvieron su propio cuerpo de Tradiciones Proféticas concernientes a
la pobreza, humildad, renuncia de la riqueza, confianza en Dios y
todo lo que Le es agradable y que conducirá al amor y a la
sabiduría, como en el dicho “Quien se conoce a sí mismo conoce a
su Señor”. Asimismo pretenden que el Profeta Mahoma no sólo dio
su aprobación al sufismo, sino que fue el primer sufí y el Hombre
Perfecto. El núcleo y pilares de la doctrina sufí son la luz, el
saber y el amor divino; y el aspirante a sufí debe soportar una
rigurosa iniciación bajo la supervisión de un igual. Se le
considera un viajero que atraviesa varias etapas a lo largo de un
camino con el fin de unirse a Dios. Las etapas conducen a varios
estados psicológicos hasta que el viajero alcanza el alto plano de
la gnosis, la verdad y la absoluta comprensión de que la sabiduría,
el sabio y lo que se sabe es todo Uno, y son siete para algunos
sufíes: arrepentimiento, abstinencia, renuncia, pobreza, paciencia,
confianza en Dios y satisfacción; pudiendo ir seguidas de diversos
estados como la meditación, cercanía a Dios, amor, miedo,
esperanza, anhelo, intimidad, tranquilidad, contemplación y certeza.
En suma, el sufí
aspira, a través de autoanulación absoluta, a amar y conocer a Dios
y estar cerca o formar parte de Él, adquiriendo así poderes
sobrenaturales. “Si conoces a Dios como debe ser conocido,
caminarás sobre los mares, y los montes se moverán a tu llamada”.
El sufismo pasó por varias etapas de desarrollo, empezando como un
movimiento ascético que incorporó elementos gnósticos, y luego
fomentó tendencias panteístas. Así, a partir del quietismo y una
forma práctica de religión, se convirtió en un sistema filosófico
con una terminología difícil de entender y que a menudo requiere
comentarios para aclarar su oculto significado. Al igual que otras
sectas islámicas sufrió divisiones, siendo consideradas algunas
facciones como “ortodoxas”, mientras que los propios sufíes
llamaron heréticas a otras. A pesar de todo, el movimiento se
extendió por todo el ámbito musulmán, desde mas allá de la India
hasta al-Andalus, y atrajo a destacados líderes por doquier, que
hicieron poner sus doctrinas por escrito, contribuyendo así a
convertir el Sufísmo en una de las ciencias islámicas. Uno de los
primeros y mas destacados sufíes fue Arit. Ibn As’ad al-Muhasibi
(hacia 781-837), considerado como el verdadero fundador de la
doctrina, natural de Basrah y que escribió sobre los diversos
aspectos del Sufismo. Desarrolló el concepto de autoexamen del cual
se derivó su nombre, y que trata de distinguir entre lo que gusta o
no a Dios.
A Dhu al-Nun
(m.861) de Egipto se le atribuyen numerosos tratados y poemas que
reflejan el intenso sentimiento del enamorado hacia su amada y
también el haber introducido el ideal de gnosis, que se convirtió
en uno de los principales soportes del sufismo. El Bayazí persa de
Bistam (m.875) fue uno de los primeros “envenenados” por el
sufismo y su fervor místico le hizo considerse idéntico a Dios,
atribuyéndosele la frase: “¡Gloria a mí! Cuán grande es Mi
Majestad”. Con él, el concepto de autoanulación, o consecución
de la unión con Dios, llegó a su punto culminante y le siguió,
entre otros, al-Chunayd (m.910) de Bagdad que trabajó sobre el
concepto de fana y el de unión. El Sufismo tuvo su apogeo en
el siglo X y produjo una gran cantidad de ebrios de su doctrina que
afirmaban haber conseguido la unión con Dios y haberse identificado
con Él. Al-Hallach (m.922) fue célebre. Crucificado por blasfemo
tras haber declarado que se había unido a Dios y jactarse de que
“soy la verdad” y “yo soy a quien yo amo, y quien yo amo es
yo”, se convirtió en mártir y santo para sus seguidores, a pesar
de la indignación de la ortodoxia ante sus declaraciones. Del mismo
modo abundaron los escritos sobre sufismo, y Abu Sa’id Ibn
al-‘Arabi (m.952) escribió Categorías de hombres piadosos,
que se ha perdido, pero que fue seguido por otras muchas obras como
Luma’ de Aby Nasr al-Sarrach (m.988), Las categorías de
los sufíes de Abu ‘Abd Rahman al-Sulami (m.1021) y el Risalah
de Abu Qasim al-Qushay-ri (m.1074), todas las cuales contienen
información acerca de la doctrina sufí y sus líderes mas
destacados.
Al-Gazali (1111)
fue un sufí que evitó los extremismos y se inclinó por el Justo
Medio, lo que le permitió conciliar la devoción religiosa y la
dedicación al sufismo con los preceptos islámicos de evitar el mal
y seguir a Dios con el fin de salvarse. Los propósitos que expresan
este fin se hallan en sus escritos, principalmente en Ihya y
al-Munquih min al-dalal. De estos antecedentes surgió el
sufismo andaluz, y ya las tendencias ascéticas eran aparentes en
tiempos de la conquista. Se dice que una importante cantidad de
individuos despreciaban todo lo mundano, dedicando una gran parte de
su vida al ayuno prolongado y las plegarias, desdeñando los honores
y las mujeres, aunque es dudoso que constituyeran un cuerpo
organizado o desarrollaran una escuela de pensamiento. Hasta el siglo
X no hubo indicios de organización, que fue iniciada por Ibn
Masarrah, al cual se llama con frecuencia el primer filósofo de
al-Andalus, y que tuvo gran número de seguidores que continuaron la
empresa de su desaparecido maestro, aunque no está claro hasta que
punto influyeron en el misticismo hispano-árabe. Aparte del material
recogido por Asín Palacios, y que no es enteramente auténtico, poco
se sabe del sistema místico de Ibn Masarrah y sus seguidores, o de
su relación con la ya completamente desarrollada doctrina sufí del
Este. Esto no quiere decir que los andaluces ignorasen la existencia
del Sufismo o de sus principales jefes y sus escritos, pero puede
suponerse que los eruditos religiosos impusieron duras medidas contra
cualquier secta que pretendiese desviarse del dogma establecido.
En tales
circunstancias, las tendencias ascéticas en al-Andalus se expresaron
a menudo por medio de una ostentación de religiosidad y piedad,
evitando los extremos de la autoidentificación con Dios. Sin
embargo, al disminuir el poder de los eruditos religiosos en el siglo
XI, su influencia ya no fue tan restrictiva en al-Andalus, y el
desorden político, las continuas guerras internas, la inseguridad
reinante y la corrupción de las costumbres debieron influir en
muchas almas sensibles para decidirlas a apartarse de los disturbios
cotidianos, buscando solaz en las prácticas religiosas y la
contemplación, superiores a la devoción y retiro corrientes. Así
hicieron su aparición en el siglo XII algunos movimientos
colectivos, identificándose cada uno con un jefe. El primer grupo de
sufíes parece haber tenido su núcleo en Almería, y de allí se
extendió a Córdoba, Sevilla y otras ciudades del sur. El primer
dirigente destacado fue Abu-l-‘Abbas Ibn al-‘Arif (1088-1141),
que nació en Almería y al cual forzó a trabajar muy pronto su
necesitado padre; pero el muchacho mostró gran dedicación al
estudio de libros religiosos y filológicos, llegando a ser una
autoridad respetada en varias disciplinas. Su erudición le permitió
enseñar en su ciudad natal y en sitios tan alejados como Zaragoza y
Valencia, pero su fama se basa en su papel de místico y en la gran
influencia que tuvo en la enunciación y propagación del sufismo en
al-Andalus.
Fue muy respetado
y admirado, pero también perseguido por el juez de Almería que lo
exilió a Ceuta y de allí a Marrakush, donde obtuvo los favores del
gobernante, y finalmente murió, al parecer envenenado. Entre sus
obras se encuentra el Muhasin al-machalis, al que
frecuentemente menciona Ibn ‘Arabi en su Futuhat, y que
describe las diversas etapas del camino místico: gnosis, deseos,
abstinencia, confianza, paciencia, tristeza, esperanza, gratitud y
amor, a las cuales y quizás tras pensarlo bien, añade el
arrepentimiento y la proximidad a Dios. El gnóstico llega a
comprender que Dios y sólo Dios existe en realidad y que todo lo que
no es Él debe ser rechazado. Los principales contemporáneos de Ibn
al-Arif fueron Abu al-Hakam Ibn Barrachan (m.1142) de Sevilla, Abu
Bakr al-Mayurqi (siglo XII) de Córdoba e Ibn Casi (m.1152) de
Silves. Los dos primeros fueron exiliados con Ibn al-‘Arif al norte
de África, desde donde influyeron en la trayectoria del sufismo en
al-Andalus y en su propio entorno. Se les atribuyen varias obras
basadas en el sufismo oriental, principalmente en los escritos de
al-Gazali. Estos hombres, con diferentes opiniones mundanas y
espirituales, fueron el instrumento de propagación del Sufismo en
las mas adversas circunstancias del siglo XII, y ellos fueron los
responsables de la creación de un ambiente que mas tarde favorecería
la aparición de Ibn ‘Arabi, uno de los mas grandes místicos
islámicos.
Es interesante
señalar que la conducta de algunos sufíes andaluces apenas
satisfacía la rigurosa disciplina de un devoto sectario. Por
ejemplo, Abu-l-Qasim Ibn Casi (m.1152) sheik sufí y jefe de
la secta Muridi del occidente andaluz, irradió sus doctrinas desde
su monasterio (rabitah), situado en una ciudad cerca de
Silves, y se convirtió en Mahdi, afirmando estar inspirado y poder
satisfacer cualquier petición material, en busca de lo cual le
rodearon sus sectarios y otras gentes, pudiendo así instigar una
revuelta y amenazar los últimos vestigios de los almorávides.
También parecen haber sido reconocidos los sufíes como una facción
política, y se les menciona entre los oradores, santones,
menesterosos y eruditos que asistían a la instauración de un
gobernante. Por supuesto que estas exhibiciones mundanas no
concordaban con los objetivos puritanos y espirituales de un devoto
sufí, aunque también en el Este el movimiento contaba con gentes
que explotaban a los devotos sinceros. Sin embargo, estos últimos
también existieron en al-Andalus, e Ibn ‘Arabi admiró la devoción
y austeridad de Yusuf Ibn Jalaf al-Kumi (m.1181), Abu’ Amran
al-Mirtuli y otros, de los cuales y sus doctrinas, desgraciadamente,
tenemos una información muy limitada.
El único andaluz
importante que formuló una doctrina sufí y fue uno de sus líderes
en el siglo XIII fue Muhyy al-Din Ibn ‘Arabi, el cual estuvo
influenciado por su ambiente islámico, los sufíes orientales, las
sectas y la filosofía musulmanas y por otras fuentes no islámicas.
Ibn ‘Arabi nació en Murcia en 1165 y, en 1172 se trasladó a
Sevilla, donde se educó en las ciencias religiosas y otras
disciplinas, y donde se puso en contacto con los principales
eruditos, incluyendo importantes líderes sufíes. Debido al
deterioro de la situación en al-Andalus marchó al Este en 1201,
visitando Egipto, el Hichaz, Iraq y Siria y murió en 1240 en
Damasco, donde su tumba aún es venerada por admiradores de todo el
mundo musulmán. En su juventud llevó Ibn ‘Arabi una vida
licenciosa, pero influyeron en él algunos sufíes que le iniciaron
en el camino del ascetismo y el autoexamen, transformando así su
modo de pensar y convirtiéndose en un verdadero místico tras seguir
las escuelas Zahirí y Batín (esotéricas). Optó por una vida de
reclusión, empleando la mayor parte de su tiempo en la lectura de
textos sufíes, y se consideró inspirado por lo que pensó ser una
luz divina que, descendiendo sobre él, llenaba su mente de
sabiduría. Las adversas circunstancias políticas y sociales de
al-Andalus y el noroeste de África pueden haber contribuido a la
decisión de Ibn ‘Arabi de abandonar su patria para siempre.
Durante sus viajes gozó de gran popularidad y, a menudo, de mucha
enemistad, siendo amenazado de muerte en Egipto, cosa que no disuadió
a sus discípulos de reverenciarle como su principal maestro.
Fue Ibn ‘Arabi
un escritor fecundo y buen poeta, y sus biógrafos le atribuyen unas
cuatrocientas o quinientas obras, que incluyen poemas de contenido
místico. Por regla general su lenguaje es ambiguo y complejo,
empleando una terminología que necesita de explicaciones para poder
entender el propósito y tendencia de su pensamiento. Sus poemas de
amor a una dama de la Meca parecieron tan eróticos al hombre piadoso
medio que se vio en la necesidad de explicarlos, insitiendo en que,
lejos de ser mundanos o sensuales, iban dirigidos a “la sabiduría
y luz divinas, los secretos espirituales, percepciones intelectuales
y exhortaciones lícitas”. Su fama se basa en sus numerosos
escritos místicos en prosa, entre los cuales destacan Fusus
al-hikam, al-Futuhat al-makiyyah y otros tratados que
están a nuestro alcance. Los dos anteriormente mencionados presentan
la filosofía mística de Ibn ‘Arabi con detalles enciclopédicos
sobre los diversos aspectos del Sufismo: sus etapas y estados, el
camino sufí, las categorías de la perfección mística, la unión
de las almas con Dios y el estado final de éxtasis. Su doctrina es
una mezcla de ideas anteriores, pero lleva la impronta de su talento
y su propia interpretación tanto del dogmatismo islámico como del
punto de vista sufí.
Para Ibn ‘Arabi,
Dios es el Ser Absoluto, y al mismo tiempo todo lo abarca; fuente de
toda la existencia trascendente e inmanente; Realidad Única como
Amor y Hermosura imperantes. El Universo del Primer Intelecto es la
Realidad de Mahoma, que es el Hombre Perfecto, el Logos y el
mas grande de los Profetas (a todos los considera santos y a sí
mismo el Sello de los Santos). El Hombre Perfecto es una miniatura de
la Realidad Única (Dios), el microcosmo que refleja la totalidad de
los perfectos atributos del macrocosmo. Defiende un monismo
panteísta, y según él una Única Realidad y todas las cosas
creadas son manifestaciones de esa Realidad, o “Único y Muchos son
sólo nombres de dos aspectos subjetivos de la Realidad Única”.
‘Afifi parafrasea su pensamiento del modo siguiente:
Debido a lo
finito de nuestras mentes y a nuestra incapacidad de agrupar el “Todo
como un Todo”, lo consideramos como una pluralidad de seres,
atribuyendo a cada uno de ellos características que lo distinguen
del resto. Solo una persona con visión de místico, diría Ibnul
‘Arabi, puede superar, en un estado de intuición supramental, toda
la multiplicidad de formas y “ver” la Realidad que yace debajo de
ellas.
En este contexto
Ibn ‘Arabi considera los divinos atributos como subjetivos y
relativos. El intelecto humano es incapaz de conocer a Dios o de
estudiar teología, mientras que el camino del místico, investido de
luz divina, conduce a conocerle. A través de la experiencia extática
y el estado místico de fana’ (autoanulación), halla el
individuo su propia absoluta realización en Dios. Esta etapa final
se alcanza sólo a través de dos tipos de conocimiento: al-ma’rifah
o “conocimiento por relación”, adquirido por el alma, e ‘ilm
o conocimiento intelectual al que se llega por la razón. Dice que,
normalmente todo el conocimiento se adquiere a través de los cinco
sentidos y el intelecto, pero el método mas importante para llegar a
la verdad es el conocimiento intuitivo o esotérico, nacido de la
experiencia como resultado de la experiencia íntima. A este tipo de
conocimiento se llama con frecuencia sabor, o conocimiento de los
secretos, y conocimiento de lo invisible. Este tipo de conocimiento
es innato, y no es el resultado de disciplina alguna, sino mas bien
“yace latente en lo mas recóndito del corazón humano”.
Sobrepasa a la razón, de la cual no se puede uno valer para probar
su validez. “Al contrario, si la razón y la intuición chocan, la
primera debe ser siempre sacrificada a la última”; se manifiesta
en forma de una luz que inunda la totalidad del corazón sufí y se
materializa en determinados; percibe la Realidad misma, cuyo
conocimiento de Dios; y es infalible, alcanzando el místico, gracias
a él, el perfecto conocimiento de la naturaleza de la Realidad.
La percepción de
este conocimiento se alcanza por medio del fana’, que para
Ibn ‘Arabi tiene un significado distinto del concepto tradicional
sufí de autoanulación y equivale a la superación del pecado, todas
las acciones, los atributos, la propia personalidad, la totalidad del
mundo, todos los atributos divinos, es decir, la superación de la
ignorancia y las apariencias hasta alcanzar la verdadera sabiduría.
En sus múltiples etapas, fana’ está complementado por baqa
(permanencia o continuidad). Para Ibn ‘Arabi ni la filosofía, ni
la teología, ni ninguna religión concreta son un buen sustituto del
camino místico, y describe el viaje de un místico y un filósofo a
los siete cielos imitando la ascensión de Mahoma. Este pasaje
describe las desventajas del filósofo y las claras ventajas del
místico-creyente, el cual, a lo largo del viaje alcanza la verdad
infalible, mientras que el filósofo se halla obstaculizado por el
escepticismo y la confusión. Incluso cuando el filósofo abandona
todas sus especulaciones y se pasa al camino del místico, sólo
puede percibir las cosas aparentes y lo fenomenal, mientras que el
místico alcanza lo espiritual y lo real. Aunque ambos persiguen el
mismo objetivo, sus métodos son diferentes y los resultados
desiguales. Por ejemplo, el filósofo puede conocer la causalidad
basándose sólo en la observación, mientras que el místico “ve”
por sí mismo cómo la Causa Única opera en todas las demás.
Además, el conocimiento del filósofo no puede alcanzar mas allá de
las siete esferas, mientras que el místico continúa su ascensión
espiritual y penetra en otras donde se le enseñan temas
escatológicos y místicos.
Ibn ‘Arabi tuvo
un gran número de seguidores, y se hizo sentir su influencia entre
musulmanes y cristianos. Asín Palacios, clérigo que a menudo dio
preferencia a la erudición sobre prejuicios religiosos y nacionales,
señaló la deuda de Dante en la Divina Comedia para con Ibn
‘Arabi. Uno de los discípulos de este último fue Ibn Sabin
(1218-1269) de Murcia, que se educó en las ciencias religiosas y la
filología y emigró a Ceuta, donde atrajo a muchos seguidores.
Escribió un gran número de tratados y un manual del sufí, y su
influencia en el subsiguiente pensamiento místico fue enorme, siendo
aparente en la piadosa conducta de Ibn ‘Abbad, y en la obra de ‘Abd
al-Karim al-Chili (m.1428), que escribió un libro con el adecuado
título de El hombre perfecto. El último sufí destacado de
al-Andalus fue Ibn ‘Abbad (1332-1389), que nació en la apartada
serranía de Ronda de una familia rica y preeminente que es probable
fuese originaria de Sevilla. Se educó en su ciudad natal y parece
ser que tomó contacto muy joven con la literatura sufí. Viajó a
Tánger, Tremecén y Fez, donde permaneció el resto de su vida como
predicador e imán de la mezquita principal, siendo muy respetado por
el gobernante y las gentes. Su existencia ascética y ejemplar le
granjeó la veneración de sus seguidores e incluso de los eruditos
religiosos, que de ordinario veían con desagrado a los sufíes. La
mayor parte de sus escritos fueron sermones y homilías que siguieron
recitándose en las mezquitas largo tiempo tras su muerte e
igualmente importante es su Comentario de las máximas de
‘Ata’allah (m.1309) de Alejandría, que define la vida
ascética y el camino místico. Su influencia se hizo sentir mas allá
del noroeste de África y parece impregnar la obra del gran místico
español San Juan de la Cruz (m.1591).
En suma, al parecer ni las ciencias religiosas
(sahri’ah), ni la especulación teológica de acuerdo con el
ichtihad (esfuerzo personal), ni la filosofía basada en la
investigación y el razonamiento demostrativo, satisfacieron los
sentimientos íntimos de los sufíes, y los ascetas incluso se
horrorizaron ante la excesiva especulación intelectual y teológica.
Los místicos, por tanto, parece que olvidaron el hecho de que el
Islam es un instrumento para obtener el bienestar individual,
apoyándose en la emotividad y en lo que ellos llamaron “percepción
íntima” trascendiendo el sentido literal de shari’ah, la
eterna especulación de los teólogos, y la limitada capacidad de la
filosofía para percibir la verdad final, que es Dios. Debido a esta
postura, los sufíes no tenían mas remedio que sufrir
enfrentamientos con teólogos y filósofos. Investigaron el
significado esotérico de los textos religiosos, dando a menudo su
propia interpretación que no concordaba con la del dogma. La esencia
del problema era la relación del hombre con su Creador y, mientras
el ámbito ortodoxo la considera en términos de adorador y adorado,
los sufíes preferirían que fuese la de un amante y su amada.
Consideraron a los filósofos como escépticos confusos, cuyos
instrumentos (principalmente la razón) para llegar a la verdad son
inferiores a la “percepción interna” (dhawq, o amor
divino) del sufí, que es la base de la vida devota para llegar a
Dios.
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