Existe una clase de fantasmas muy molestos aficionados a fastidiar a
los vivos en sus hogares. Tienen en común la capacidad de provocar
pesadillas, en ocasiones se dejan ver en la vigilia del sueño
aferrados al pecho de la víctima. Todos alguna vez hemos visto
alguna figura extraña en el transcurso de una pesadilla (aunque
normalmente se olvida) y una sensación de ralentización y pesar. Aunque estos fantasmas tienen nombres diversos, básicamente
son el mismo ser en muchísimos países europeos y adivino que en
otros continentes. Sería imposible describirlos a todos, así que
nos centraremos en los más conocidos, dando preferencia a los
españoles.
Debido a que les complace bastante aparecerse, entran en la familia
de los fantasmas, aparte que los textos históricos los llaman así
también. La llamada fantasma era una aparición femenina que
saltaba y brincaba exageradamente, más adelante veremos la relación entre saltar y pesadilla. Parece que el aspecto sexual es
importante para ellos, pues causar pesadillas les provoca a estos
espíritus el mismo placer que el coíto. El íncubo (masculino) y el
súcubo (femenino) es otro claro ejemplo de demonización por parte
de la Iglesia de seres paganos aprovechando las trastadas que a veces
cometen, comparándolo con otros seres de características similares
será posible separar lo verdadero de lo "moralizante".
Dice Isidoro
(s.VII) del íncubo:
Los peludos (pilosi), en griego, se
llaman panitas; y en latín, íncubos, o bien “inuos”, derivado
de “inire”, del trato carnal que acá y allá mantienen con
animales. Del mismo modo, los íncubos toman su nombre de
“incumbere”, esto es, de fornicar. A menudo estos desalmados
cohabitan también con mujeres, con quienes tienen relación carnal.
A estos demonios los galos los llaman “dusios”, porque viven
continuamente en esta inmundicia. A quien el vulgo da por lo común
el nombre de íncubo, lo conocen como “Fauno higuero”. De él
dice Horacio: “Fauno, amador de las ninfas que te huyen, acude
benevolente a recorrer mis dominios y mis soleados campos.
El DRAE de 1734
define al íncubo:
Llaman los
médicos un género de accidente, que da en sueños, con que se
comprime y aprieta el corazón, soñando alguna cosa triste y
melancólica, que regularmente llaman pesadilla.
El tardo: "Tardo" viene del latín tardus
(entorpecer, impedir, obstaculizar), en el sentido de "carga que
enlentece", y es esa precisamente la especialidad del tardo:
allá donde se apoya deja sentir su enorme peso. Es de origen
gallego, también conocido como "demo burlón" "o das
botas" "papá xarriña" "o das arandelas",
etc. El tardo suele tomar forma de numerosos animales: perro,
carnero, caballo, oveja, cerdo, polluelos, raposa, etc. Otro rasgo
que lo caracteriza es su tendencia a provocar pesadillas nocturnas,
oprimiendo con su peso el pecho de las mujeres. Los tardos tienen las
manos agujereadas, gustan de rondar especialmente por las cocinas,
aunque a veces se les ve en caminos y molinos.
A veces se reviste de forma humana, corpórea o fantasmal; alta y
delgada si toma figura femenina o como hombre pequeño, gordo con
gorro y chancas de correas y como niño pequeño tiritando de frio
(con intención de que las mujeres lo acurruquen). Suele ser usado
como asustaniños en su forma de figura femenina o de hombre pequeño.
Dentro de las casas es bastante revoltoso pues le encanta hacer ruido
con las tazas, platos... pero a la mañana siguiente debe dejarlo
todo como estaba. Como no puede recoger el agua caída, algunos
aldeanos le dejaban tazas llenas de agua en la cocina para que se
marchara. Otra de sus bromas favoritas es transformarse en tronco de
árbol que el leñador al cargarlo va notando que el peso se
incrementa hasta tener que dejarlo en el suelo. En otras ocasiones,
según las leyendas, se transforma en rebaño de ovejas que come la
hierba de noche, haciendo daños en las fincas de los campesinos.
Para conjurarlo solía dejarse en una mesa cercana a la cama un puñado de centeno, mijo, maíz o alpiste, con objeto de que se entretenga contando los granos, a lo que es muy aficionado. Como solo sabe contar hasta cien, al llegar a esta cifra se equivoca irremisiblemente, volviendo a contar de nuevo, estando toda la noche entretenido, por lo que dejará tranquilo a los durmientes. En algunos lugares aparece como un humanoide pequeño, peludo, lleno de dientes, de color verdoso y con penetrantes ojos redondos y negros.
Para conjurarlo solía dejarse en una mesa cercana a la cama un puñado de centeno, mijo, maíz o alpiste, con objeto de que se entretenga contando los granos, a lo que es muy aficionado. Como solo sabe contar hasta cien, al llegar a esta cifra se equivoca irremisiblemente, volviendo a contar de nuevo, estando toda la noche entretenido, por lo que dejará tranquilo a los durmientes. En algunos lugares aparece como un humanoide pequeño, peludo, lleno de dientes, de color verdoso y con penetrantes ojos redondos y negros.
El
Diaño burlón: "Diaño"
procede del latín damnum
(daño) cuya raíz es da- (dividir) con sufijo dap-no (daño [dar a
cambio]), incluye las palabras dañar, condenar, indemne, indemnizar.
Es de notar que la raíz es la misma que la de "demonio".
Tradicionalmente se cree que "diaño" viene de "diablo",
pero esto se debe más a sus maldades demoniacas y parecido aparente
de las palabras que a la realidad. "Diaño" es en Galicia
eufemismo de demonio (demo),
pues se creía que nombrar al maligno podía atraerlo o causar algún
mal. El llamado "demo burlón" era conocido también como
"tardo", debido a ello y sus parecidas costumbres podemos
afirmar que diaño burlón es sinónimo de tardo.
Pesanta,
pesadillo, pesurole,
pesadiello:
En ciertas zonas catalanas se la equipara a una bruja o una
indefinida forma animalesca. Su hobby favorito es trastear de noche
por la cocina para luego sentarse en el pecho del durmiente y
causarle pesadillas. La propia palabra "pesadilla" viene de
"pesar", pues antiguamente creían que estas entidades las
provocaban. Una de sus formas favoritas que elige para aparecerse es
la de perro negro. Para expulsarla se solía dejar mijo, centeno u otros granos para que se aburriera contándolos.
Manonas:
En Castilla, Extremadura y Asturias existen mitos sobre un ser en
forma de horrorosa mano que perturba todo en una casa, trastornando
todos los aperos del ganado y útiles de labranza. En las Hurdes se
presenta ante los durmientes como una mano fría que de noche recorre
una a una las vértebras produciendo angustias y escalofríos. Cabe
destacar que "mampesadilla" o "mampesada" es
sinónimo según el DRAE de pesadilla. Se confunde con el pesadillo
en muchos lugares, pues además a veces aparecía como perro negro.
El
elfo y la mahr:
En antiguo alemán, “elfo” (alp) designa la pesadilla, y
actualmente ésta recibe el nombre de “presión del elfo”
(Alpsdruck) o “sueño
élfico” (Alptraum).
De hecho, elfo y la entidad que los germanos denominaban mar,
masculino y femenino en todos los idiomas germánicos, son distintos
al principio. Detengámonos un instante en la forma en que se operó
su vinculación. Para mayor comodidad, emplearemos el sustantivo
Mahr, plural Mahren,
que encontramos en la denominación francesa de la pesadilla:
cauche-mar. En inglés, nightmare (literalmente "fantasma nocturno") es pesadilla, añadámos que mare es también en inglés "yegua", la relación con "montar" o "cabalgar" queda clara. La raíz etimológica es mer- (borrar, dañar, agarrar).
“Cauchemar” entra tardíamente en
el léxico francés, a comienzos del siglo XVI, y se admite
generalmente que está formado del medio neerlandés mare, al
que se atribuye el sentido de “fantasma” y del determinante
cauche-, para el que se consideran dos etimon: el latín
calcare, “pisar, prensar”, o calceare, “calzar”.
La forma cauche cabe suponer que viene del cruce del francés
antiguo chaucher y del picardo cauquer. Antes del siglo
XVI, los franceses llamaban a la pesadilla appesart, palabra
emparentada con la italiana pesuarole, la española pesadilla
y la portuguesa pesadela, derivadas todas de un verbo con el
significado de “pesar”. En el caso de los dialectos italorromanos
y galorromanos, R. Riegler ha mostrado que la pesadilla saca su
nombre de verbos y sustantivos que expresan nociones de peso y
opresión, así como la idea de saltar o montarse sobre alguien.
Así pues, en el mundo románico, el o
la Mahr es una criatura que nos asalta y deja sentir su peso
sobre nosotros; debido a ello, es etimológicamente un pariente
cercano del ephialtes griego, literalmente “que salta
encima”, y del incubus romano, es decir: “que se acuesta
encima”. La noción de pisoteo, ajena al mundo románico y que
encontramos en cauche, está tomada de las tradiciones
germánicas. Allí, la pesadilla te pisa, tema más antiguo, y más
tarde te cabalga. Señalemos de pasada que, en la literatura
medio-latina, la pesadilla es llamada phantasma, término que
dio “fantasma”, detalle que tiene su importancia. La primera
huella de fusión entre los elfos y los Mahre se encuentra en
el Laeceboc, redactado hacia 950-1000, y en el que leemos, en la medida en que el texto permite la
traducción:
Remedio contra todo hechizo pagano,
contra la magia de los elfos (aelfsidenne), es decir, encantamiento
para una especie de fiebre, y polvo, filtros y un ungüento; y si
esta enfermedad ataca a los bovinos, si aflige a un hombre o si a
éste lo cabalga y lo golpea una Mahr.
El pasaje es oscuro, pero vemos con
todo que a la mahr la pone en el mismo saco que a los elfos y
la entiende como resultado de un sortilegio. El segundo testimonio
data también del siglo X y se debe al escaldo Thjodolf Hvinverski y
lo recoge Snorri Sturluson en el Orbe del mundo:
Tras haber desposado a Drífa en
Finlandia, el rey Vanlandi regresa a Upsala. Antes de partir, promete
a su mujer que regresará en el plazo de tres años, pero pasan diez
años sin que piense en cumplir su promesa. Drífa convoca a la maga
(sejdkrona) Huld y le entrega una suma de dinero para que, con sus
sortilegios, haga regresar a su esposo o lo mate. La magia de Huld
provoca en Vanlandi un vivo deseo de volver a ver a su mujer, pero
sus amigos y sus consejeros lo ponen en guardia: ese deseo se debe a
los maleficios de los finlandeses, le dicen. Vanlandi es entonces
presa de un sueño –reacción típica de un hombre al que ataca o
visita un espíritu-; va a acostarse y se duerme. Despierta poco
después gritando que la Mahr lo ha pisoteado. Cogen entonces la
cabeza del rey, pero la Mahr se pone a aplastarle las piernas. Le
cogen las piernas, pero la Mahr agarra la cabeza de Vanlandi y lo
mata.
La maga se llama Huld; pues bien, en
las leyendas nórdicas, los espíritus subterráneos, enanos y elfos,
son denominados “gente de Huld” (Huldfolk); así pues,
podemos admitir que, o bien la Mahr es un ser élfico que
obedece a Huld, o bien se trata de un muerto que la maga utiliza como
un zombi. En efecto, la etimología ha revelado que el germánico
mar- se remonta a una raíz indoeuropea mer- que abarca
las nociones de óbito. En el siglo XIV, el fabliau alemán
Irregang y Girregar, de Rüdiger de Munre, muestra que
se confunden Mahr y elfos:
Dos estudiantes hacen noche en casa
de un campesino. Uno de ellos se acuesta con la hija de su anfitrión,
se une sexualmente a ella y luego quiere volver a su cama; se
equivoca en la oscuridad y se acuesta junto al padre de la joven.
Creyendo que se trata de su compañero, le narra su buena fortuna. El
anfitrión se enfada, lo golpea y lo saca de la cama. Ante el ruido,
su esposa se despierta y, al oír el relato que le hace, le dice a su
marido: “¡No pierdas la cabeza, y ten sangre fría! Te ha
cabalgado la Mahr, una cosa élfica. Tienes que alejar a esa criatura
maligna con la señal de la cruz.
Por aquel entonces, pues, la Mahr
forma parte de la familia de los espíritus que los hombres llaman
“elfos”, lo que confirma un hechizo de comienzos del siglo XV:
“¡Madre de elfo, Trute y Mahr, marchaos por el tejado!”. Trute
es sinónimo de Mahr, pero se utiliza en la Alemania meridional y en
la Italia del norte. Así pues, vemos que el vocablo “elfo” se ha
convertido en nombre colectivo, en término genérico que engloba a
todos los espíritus nocturnos y nocivos. Se opone ahora a “enano”,
también término colectivo, que designa a las demás pequeñas
criaturas de las creencias populares, esta vez benéficas. Entre
–digamos- el siglo IX y el XIII, hubo inversión de caracteres: la
buena criatura, aquella a la que se dirigían ritos propiciatorios,
se ha convertido en maligna, mientras que el ser maléfico se ha
transformado en una persona simpática y bondadosa, la que a menudo
nos presentan los cuentos y leyendas. ¿Cómo se operó la fusión
del elfo y la Mahr?
Se vio favorecida por dos conjuntos de
elementos. En primer lugar, la proximidad de esos dos seres con la
muerte, el elfo, entre otras cosas, a través de la fiesta de Jól,
celebración de los ritos de fecundidad y de conmemoración de los
difuntos, muertos más o menos confundidos con nuestras criaturas,
puesto que aquella fiesta se llama también “sacrificio a los
elfos” (álfablót). Y en segundo lugar, por la noción de
magia, de sortilegio, de ilusión: los elfos están considerados un
poco brujos, y la Mahr parece entenderse como una
personificación de sus maleficios. Pero la Mahr, al
principio, era un muerto maligno, y para que podamos convencernos de
ello, he aquí una anécdota del siglo XII, que sacamos de la
Historia rerum Anglicarum de Guillermo de Newbury:
Tras su deceso, un hombre, gracias a
diligentes esfuerzos de su esposa y sus allegados, es enterrado según
la costumbre –detalle que tiene su importancia, pues muestra que el
difunto no tiene ningún motivo para regresar-. A la noche siguiente
a la inhumación, el muerto entra en la habitación de su esposa, la
despierta y la aplasta con su peso, que ella apenas puede soportar.
Este difunto se conduce estrictamente
como una pesadilla, lo que confirma muy exactamente las revelaciones
de la etimología según las cuales la Mahr era ante todo un
muerto. Por extraordinaria coincidencia cuyo secreto tienen las
tradiciones populares, la confusión entre elfo, el enano y la Mahr
dejó huellas duraderas hasta una época reciente. En un notable
estudio titulado De Lutins en cauchemars, Christian Abry y
Charles Joinsten recogieron un dossier asombroso. Trantando de
penetrar el secreto del chaufaton, nombre de un lutin
doméstico documentado en las creencias del alto valle de Aulps
(Haute-Savoie), estos dos estudiosos recogieron textos y testimonios
de los que se desprende que este personaje tiene relaciones estrecha
con los animales domésticos y las producciones agropastorales, o
sea, con la tercera función. Es servicial, pero también travieso y
susceptible, experimenta una profunda aversión por los objetos
cortantes, cosa que sin duda es una forma de expresar una idea muy
antigua, a saber, que el hierro les resulta insoportable a los
espíritus.
Como todo buen lutin románico,
trenza las crines de los caballos, se burla del hombre, reside en el
henil, el granero del heno, donde se lo oye reír. También es un
espíritu pisoteador, que pisotea a los hombres y mujeres acostados
en el heno, a un posadero, a niños... A veces, se conduce como una
Mahr:
Otras veces, cuando estaban dos o
tres acostados sobre el heno, iba el chaufaton y los oprimía y
paralizaba con un peso muy fuerte, como si tuviesen una piedra
encima, unos tras otros.
Abry y Joisten destacan dos grandes
ejes funcionales de los lutins: su domesticidad y su carácter
de íncubo, es decir, de pesadilla, de pisoteador. Y se preguntan:
“Cabe preguntarse si el papel de la pesadilla no lo desempeñan
siempre “ocasionales”. En el siglo XIX y XX, sí, esa es
realmente la impresión que se desprende de los textos, pero en la
Edad Media la cuestión no se plantea: existe, como mínimo en los
países germánicos, la Mahr; más tarde ésta convive con el
elfo (alp) hasta que éste la elimina. Creemos que las
tradiciones populares conservan el recuerdo de tiempos antiguos: y es
que nos parece muy significativo que sea precisamente un genio
doméstico, el chaufaton, el que pueda desempeñar el papel de
la pesadilla, pues esos genios suelen ser forma que toma el buen
ancestro difunto, y su culto se confunde con el de los muertos
bondadosos y tutelares. Ahora bien, la Mahr es un muerto
maligno. A partir del momento en que cae en desuso el culto a los
ancestros, en que ya no se sabe que esa Mahr que lo pisotea a
uno es un difunto, es decir, a partir del momento en que se confunde
la Mahr con genios, espíritus y enanos, la imagen que, con el
nombre que sea, sobrevive en el folklore es sincrética, es una
imagen nacida de la fusión de datos dispares, incluso
contradictorios, pero de una notable homogeneidad en el plano
funcional.
Esos son los grandes rasgos de la
decadencia de los elfos, interpretados ad malam partem y
confundidos con los enanos propiamente dichos y los Mahren. La
palabra elfo se convierte en el nombre de la familia de las criaturas
temidas, y el adjetivo que los alemanes sacan de ella (elbisch)
sirve hoy para designar a los seres fantásticos que aparecen en las
literaturas medievales y, ya más cerca de nosotros, en cuentos y
leyendas. “Elfo” connota las nociones de lo maravilloso y
sobrenatural inquietantes. Lo mismo ocurre en Inglaterra, donde
elf-struck, literalmente “golpeado por el elfo”, significa
“embrujado, encantado”. Sin embargo, en Islandia todavía llaman
a veces a los elfos luiflingar, es decir: “amigos
queridos”... Ni siquiera la morfología de los elfos ha quedado
intacta. En Dinamarca, se parecen a los viejos, y en las islas Feroe
son personajes de gran estatura (¡), de pelo negro y vestidos de
gris.
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