Hoy presento una larga parrafada extraída íntegramente del libro "Historia de España
musulmana" de Anwar G. Chejne. Trata sobre el desarrollo del
Corán en Al-andalus, así como de las principales sectas y teólogos
que jugaron un papel importante. En España ha habido muy pocos historiadores que conozcan el árabe, de ahí que aún pervivan tópicos absurdos sobre Al-andalus originados por gente no capacitada, y eso por no hablar de la equiparación religiosa y/o nacionalista decimonónica con la mentalidad medieval hispana. Da la risa cuando uno escucha a salvapatrias cerriles de medio pelo juzgar u opinar sin haber estudiado en lo más mínimo la religión islámica. Esta mezcla de ignorancia y prepotencia es común en nuestros días a la hora de opinar sobre el Islam. Les dejo con esta rara joya
histórico-religiosa. Muy recomendable para los que están abiertos al conocimiento, poco para los de visión estrecha que nacieron sabiendo.
La expresión
‘Ilm shari at al-islam, que se emplea por Ibn Hazm,
significa literalmente “la ciencia de la revelación del Islam” y
la define así:
La ciencia de
la Revelación del Islam se divide en cuatro partes: la ciencia del
Corán, la ciencia de las Tradiciones (hadith), la ciencia de la
jurisprudencia (fiqh), y la ciencia de la teología (kalam). La
ciencia del Corán se divide en el conocimiento de su lectura y de su
significado; la ciencia de las Tradiciones en el conocimiento de sus
textos y de sus transmisores; la ciencia de la jurisprudencia en el
perfecto conocimiento del Corán, las Tradiciones, el consenso de los
acuerdos y discrepancias de los musulmanes, y los procedimientos de
demostración de lo que es válido o no; y la ciencia de la teología
en el conocimiento de los escritos (de los teólogos), sus
argumentos, y lo que es verdad o falsedad por demostración
científica.
Con esta
afirmación, el autor mas prolífico de al-Andalus no sólo resume lo
que son las ciencias religiosas, sino que muestra su íntima
interdependencia. Desde luego, el Corán –el Libro de la revelación
divina- es teóricamente la fuente y guía de las Tradiciones y la
jurisprudencia, los cuales se supone que desarrollan y no contradicen
los preceptos coránicos, pero de las Tradiciones y la ley surgieron
muchos conceptos morales que no se encuentran especificados en el
Libro Sagrado, y que fueron durante largo tiempo motivo de conflicto
entre los primeros musulmanes. También fueron objeto de diferencia
de opiniones y fuertes controversias algunas cuestiones básicas
relacionadas con Dios y sus atributos, el libre albedrío y las
acciones humanas, los pecados, la salvación y la condenación, etc.;
las cuales, condujeron al establecimiento de una teología que tardó
varios siglos en formularse y cristalizar definitivamente, y que
desde entonces quedó incorporada al Corán, las Tradiciones y la
ley, y convirtiéndose en inseparable de ellas.
El impacto de las
ciencias religiosas en la cultura musulmana fue muy grande, ya que
han sido la base de la educación en la sociedad musulmana y el mas
noble objeto de estudio. Todas las demás ciencias no sólo les están
subordinadas, sino que serían inútiles si no ayudasen a conocerlas.
Ibn Hazm reconoce la validez de todas las ciencias y oficios,
considerándolos interdependientes y útiles, pero añade que no lo
serían si se les aislase de las ciencias religiosas, que son las
únicas que aspiran a una recompensa en el mas allá y permiten al
individuo ser recto y estar en paz con el gobernante, los nobles y el
pueblo al mismo tiempo.
En suma, si no
fuese por la búsqueda de la salvación en el mas allá, el estudio
de cualquiera de las ciencias no tendría sentido, ya que sería una
pérdida de tiempo; además, nos libra de los gozos del mundo
transitorio, como la comida, la bebida, las distracciones, la
necedad, la ambición de las promociones, y la satisfacción de los
deseos. Y si no fuese porque el mas allá conduce al estudio de las
ciencias, nadie estaría en peores condiciones que el que se dedica
al saber. Si este es el caso, todas las ciencias están relacionadas
unas con otras como ya hemos demostrado, y cada una de ellas requiere
el conocimiento de las demás. Su fin no es otro que el saber que
conduce al mas allá, es decir, al conocimiento de la ciencia de la
revelación.
Ibn Hazm expresa,
sin duda, una creencia universal entre los musulmanes en lo que atañe
a la superioridad y primacía de las ciencias religiosas sobre las
demás disciplinas, y a esta convicción se debe el que la erudición
musulmana estuviese fuertemente impregnada del pensamiento religioso.
Es mas, es difícil hallar un erudito de cierta importancia –ya sea
filósofo, matemático, astrónomo, médico o filólogo- que no
hubiese investigado profundamente las ciencias religiosas; y a esto
se debe que cultivasen asiduamente en el oriente y en occidente
islámicos, el Magrib y España, y que la cantidad de literatura
religiosa sea asombrosa, así como el número de los eruditos
religiosos. La simple enumeración de estos últimos y de sus
escritos sería larga solamente en España, sin mencionar la
producción del resto del mundo musulmán.
Los eruditos
religiosos tuvieron una enorme influencia en los ámbitos espiritual
y temporal de la sociedad musulmana, y en el modo de pensar y de vida
de las gentes, contribuyendo a la existencia de una religiosidad
universal y convirtiéndose en árbitros de los múltiples aspectos
de la conducta humana. El Islam es para el creyente una norma de
vida, teniendo tanta relación con el bienestar de las personas en
este mundo como en el mas allá. Esta convicción se fomenta desde
que se nace hasta que se muere, y el niño comienza su educación con
la memorización del Corán, y continúa estudiándolo a la par que
las Tradiciones y las prácticas del Islam y sus formas dogmáticas y
rituales. Esto ocurrió en oriente y en la España musulmana. El
extremo oeste del mundo musulmán adoptó una postura ortodoxa desde
el principio, y siguió con firme fidelidad el texto del Corán y los
dichos y hechos del profeta Mahoma tal y como habían sido
transmitidos por las primeras y conservadoras escuelas del Este. Por
consecuencia, la España musulmana estuvo libre de las discusiones
bizantinas sobre religión y de la pugna que sacudió los cimientos
de la política islámica en oriente. La razón principal de esta
actitud conservadora fue, quizás, la gran distancia que separaba a
al-Andalus de los mas importantes centros religiosos, y su
aislamiento político de la metrópoli en el período temprano en que
las especulaciones religiosas tenían aún poca o ninguna
consecuencia.
Los primeros
musulmanes de España continuaron las prácticas de los omeyas de
Damasco, y como consecuencia, la España musulmana no se preocupó de
formular una teología o de establecer unos ritos legales. Los
movimientos político-religiosos como el Shi’ah, el Jawarich, el
Murchi’ah, el Mu’tazilah, y sus respectivos derivados (todos los
cuales prendieron en el Este y tuvieron una gran fuerza contra la que
hubo que luchar) nunca llegaron a implantarse en al-Andalus como
entidades organizadas y coherentes. Podemos apreciar mejor la actitud
de la España musulmana respecto a las ciencias religiosas analizando
el tema en sus cuatro categorías principales, que concuerdan con las
divisiones de Ibn Hazm: estudios Coránicos, Tradiciones,
jurisprudencia y teología.
-Los estudios
coránicos: Desde los comienzos del Islam en el siglo VII hasta el
presente, el Corán ha sido considerado como el Libro de Dios, y,
excepto por los Mu’tazilah, escuela teológica del siglo VIII, se
le concibe como no creado y eterno como Dios mismo. Como tal, ha sido
el documento supremo y mas venerado de la lengua árabe, y como la
base del lenguaje y el origen de la ley y las ciencias, y no es
extraño que su estudio ocupe un lugar destacado en la cultura
musulmana. El Corán ha sido el núcleo de la vida temporal y
espiritual de los musulmanes se encuentren donde se encuentren, y en
él habla Dios en primera persona del plural. Consta de 114 capítulos
de versículos, y, con excepción del primer capítulo, está
ordenado según la longitud de los restantes, comenzando por el mas
largo y terminando por el mas corto. Está escrito en prosa rimada.
Los capítulos están divididos según hayan sido revelados en la
Meca o Medina, y esta distinción es importante, pues refleja la
orientación mental y religiosa del profeta Mahoma. Los 90 suras de
la Meca son cortos, llenos de inspiración religiosa, y tratan de
Dios en su mayor parte: de Su Indivisibilidad, Sus Atributos, y
exhortan continuamente a creer en Él. Por otro lado, los 24 suras de
Medina son largos, y tratan en su mayoría de asuntos sociales y
políticos, y de las reglas concernientes al matrimonio, divorcio,
herencia, trato dado a los esclavos, huérfanos, los oprimidos, y
otros asuntos legislativos, así como de los dogmas relacionados con
las plegarias, el ayuno, la peregrinación, las limosnas y demás
deberes de un musulmán.
Es importante
señalar que el Corán está lleno de tradiciones judeocristianas, y
que no sólo se reconoce a los principales profetas de la Biblia como
receptores de la revelación divina, sino que se les venera por
formar una cadena continua de profecías que acaba con el propio
Mahoma. Cuando murió Mahoma el 8 de junio de 632, el Corán aún no
se hallaba escrito, y un grupo de personas llamados huffaz se
especializó en aprendérselo de memoria. No tardaron mucho estos
memorizadores en discrepar entre sí en lo concerniente a la fiel
reproducción de algunos pasajes, y cobró gran urgencia la necesidad
de conservar la auténtica Palabra de Dios.
Se dice que el
primer califa intentó poner el Corán en forma de libro, pero el
resultado se prestaba a varias interpretaciones, y el tercer califa,
‘Uthman, hizo la corrección necesaria en 675. Sin embargo, debido
a la naturaleza de los caracteres arábigos, quedaron aún algunas
variantes, y el texto no fue fijado definitivamente hasta el siglo X,
por los visires Ibn Muqlah e Ibn ‘Isa. Al mismo tiempo que se
codificó el Corán en el siglo VII, surgió la necesidad de explicar
y comentar con todo detalle el Libro Revelado –su origen, su
vocabulario, su correcta interpretación, su significado, etc., para
no dejar lugar a la ambigüedad o la ambivalencia. Esto fue hecho con
dedicación, celo y meticulosidad, y bastará con mencionar aquí
algunas de las principales autoridades en los campos de la exégesis
y la lectura del Corán.
La exégesis
coránica. El primer exegeta parece haber sido ‘Abd Allah Ibn
‘Abbas, primo del Profeta, y una de las autoridades religiosas mas
respetadas en el campo de las Tradiciones Islámicas. Aunque no nos
han llegado sus escritos o los de sus seguidores inmediatos, muchas
de las tradiciones orales que les son atribuidas se extendieron y
pusieron por escrito. El principal comentario fue el del prominente
historiador al-Tabari (m.922), que, en una obra monumental de treinta
volúmenes, da lo esencial del enorme conjunto de tradiciones. Esta
obra llegó a tener gran influencia, y fue seguida de cerca por los
posteriores comentaristas en oriente y occidente. Entre los mas
destacados comentaristas orientales se encuentran al-Zamajshari
(m.1144), al-Baydawi (m.1286) y al-Suyuti (m.1505). Los andaluces
siguieron directrices orientales en cuanto a la exégesis coránica,
ya que los primeros comentaristas se habían educado en el Este, y al
volver a al-Andalus permanecieron fieles al modo de pensar ortodoxo.
El primer y mas prestigioso representante fue al-Baqi Ibn Majlad
(m.886), hombre íntegro y de modo de pensar independiente, cuya
actitud le ganó la antipatía de sus colegas, los cuales trataron de
acusarle de tender a la herejía, a pesar de lo cual, su exégesis
fue muy respetada, aún mas que la de al-Tabari. Al granadino
Muhammad Ibn ‘Atiyyah (m.1152) juez en Almería y Granada, le
correspondió resumir los comentarios existentes, y seleccionó las
posibles interpretaciones en su renombrado tafsir. Le
siguieron e imitaron el cordobés Muhammad Ibn Ahmad Ibn Farra
al-Quturbi (m.1273) y otros.
Los lectores
del Corán. Al no ser el Corán un libro corriente, debía ser
leído y recitado del modo que correspondía a su importancia, y esto
condujo al temprano desarrollo de una especialización en el modo de
leer el Libro Sagrado. Se prestó especial cuidado a la
pronunciación, articulación, entonación y otros aspectos, que
llegaron a uniformarse de tal modo que necesitaron lectores
especializados, los cuales, al principio, transmitieron oralmente sus
enseñanzas, pero no tardaron en codificar las reglas generales que
regían la lectura correcta. Así surgieron siete tipos de lectura
que recibieron la aprobación de los eruditos musulmanes. Los
lectores del Corán eran aquéllos que podían recitar el Corán de
memoria, de acuerdo con unas normas fijas, y, debido a la gran
demanda de sus servicios como recitadores y maestros, eran personas
respetadas e influyentes en la comunidad religiosa. Algunos de estos
lectores llegaron a ser famosos por sus explicaciones por escrito de
los siete tipos aprobados de lectura, perpetuándose así una
tradición de lectura que pasó de generación en generación, y se
extendió por todo el ámbito musulmán.
Al-Andalus
recibió desde el principio los tipos de lectura que trajo consigo el
ejército conquistador, y los neófitos les fueron fieles hasta el
final, poniéndose al día viajando al Este para instruirse, o
valiéndose de libros y profesores traídos de fuera. Por lo tanto,
la lectura del Corán según las normas establecidas en oriente era
considerada una digna tarea, y algunos de los muchos lectores
llegaron a ser famosos. Al-Muchahid (m.1044), que fue gobernante de
Denia, adquirió mas renombre como experto en la lectura del Corán
que como estadista, y su compatriota Abu ‘Amr al-Dani (m.1053)
alcanzó, según Ibn Jaldun, “la mayor perfección en la lectura
del Corán” y llegó a ejercer una gran influencia a través de sus
diversas obras sobre esa materia. La mas importante de ellas es Kitab
al-taysir, un manual que trata de las siete normas de lectura que
acabaron por reemplazar a todos los demás textos existentes. Le
siguió en popularidad Abu al-Qasim Ibn Firruh de Játiva (m.1194),
que resumió la obra de Abu ‘Amr y acometió la tarea de
transformarla en un poema que llegó a ser famoso.
-Las tradiciones
proféticas (Hadith): A la muerte de Mahoma en 632 surgieron
varias dificultades debido a que nadie podía sustituir al profeta,
ni nadie podía hallar la solución de los acuciantes problemas o
contestar a las complicadas cuestiones del dogma y los ritos. El
Corán contenía preceptos, pero los detalles para llevarlos a la
práctica debían ser elaborados para que la comunidad islámica
pudiese continuar funcionando ordenadamente. Por eso surgieron el
hadith y el sunnah, de los cuales el primero daba a
entender haber oído al Profeta decir algo, y el segundo indicaba
haberle visto hacer algo. Por regla general, el hadith (la Tradición)
se remontaba a los orígenes, el Profeta, sus compañeros, y sus
sucesores inmediatos, y llegó a ser un complemento del Corán que
había que aprenderse como el Libro Sagrado. Al principio, un gran
conjunto de tradiciones fueron transmitidas oralmente, y una gran
parte de ellas contenían contradicciones, e incluso eran opuestas,
debido en mucho a falsificaciones o manipulaciones de los nacientes
partidos político-religiosos, que elaboraban su propio hadith
en beneficio de sus intereses. Como consecuncia de esto, surgió la
necesidad de verificar y determinar la autenticidad de las
tradiciones, sirviéndose de un estudio rigurosamente metódico.
Primero, para ser cierto, un hadith debe contar con una
continua cadena de autoridades transmisoras, y con un texto. Las
primeras deben estar perfectamente identificadas en lo que respecta a
sus fechas de nacimiento y muerte, sus viajes, mutuas relaciones, y,
lo mas importante, su integridad.
La cantidad de
tradiciones era ya enorme en el siglo IX, e incluso antes, y estaban
faltas de codificación y de una selección cuidadosa para distinguir
las verdaderas de las falsas. La labor de los codificadores fue
enorme, y hombres como al-Bujari (m.870) y Muslim (m.875) intentaron
con algún éxito separar de entre los miles de tradiciones las que
pensaron tenían mas validez. Sus obras tomaron el sugestivo título
de sahih (verdadero), y sus conclusiones fueron aceptadas por
la ortodoxia y pasaron a formar parte integral de la vida religiosa
de la comunidad islámica. Otras recopilaciones menos ambiciosas
fueron llevadas a cabo por Abu Dawud en su Sunan, por
al-Tirmidhi (m.892) en su Chami’, y por Ibn Macha y
al-Nisa’i (m.915) en sus libros, ambos también titulados Sunan.
Todas estas recopilaciones constituyen los Seis Libros Canónicos.
Las Tradiciones Proféticas abarcan una gran variedad de temas, todo
lo concerniente a la fe y las obligaciones de un buen musulmán para
con su Creador y su prójimo: la fe, Dios y el Sagrado Corán, la
purificación, la plegaria, los funerales, las limosnas, el ayuno, la
peregrinación, los negocios, el matrimonio, la liberación de los
esclavos, la venganza, los castigos, el oficio del juez, la Guerra
Santa (Chihad), los juegos, la comida, los vestidos, la
medicina y los hechizos, las apariciones, el comportamiento en
general, las palabras que ablandan el corazón y la vida futura.
Debido a su gran
importancia, el hadith fue muy estudiado y venerado y sus eruditos
trabajaron meticulosamente, siendo muy influyentes en la sociedad
musulmana. Los Seis Libros Canónicos fueron objeto de un cuidadoso
estudio y formaron la base para los posteriores resúmenes y
recopilaciones. Los primeros eruditos andaluces que habían sido
preparados por los maestros orientales se convirtieron a su vez en
profesores y recopiladores en su patria, y atestiguan su gran número
las numerosas biografías de expertos en hadith. Solamente
nombraremos aquí a los mas importantes: Muhammad Ibn Waddah (m.900),
Qasim Ibn Asbag, Ibn al-Futays (m.1011), Abu ‘Abd Allah al-Chawlani
(m.1075), Ibn ‘Abd al-Barr, el Qadi ‘Iyad (m.1149), etc. Según
la opinión de Ibn Hazm, las obras de Ibn ‘Abd al-Barr sobre la
Tradición y la Ley de acuerdo con el rito Malikí no tienen rival.
-La
jurisprudencia (Fiqh): La misma importancia tuvo el estudio de
la jurisprudencia en la sociedad islámica, por la estrecha relación
que guardaba con todas las facetas de la vida cotidiana, y su
ejercicio ofrecía magníficas oportunidades de ocupar puestos
lucrativos y de tener influencia. El vocablo árabe Fiqh
significa a la vez saber, teología y ley; y la jurisprudencia se
basa fundamentalmente en el Corán, las Tradiciones Proféticas, el
consenso de la comunidad islámica, y, en algunos casos, en la
opinión personal y la analogía, pero sobre todo esto no impidió
que se incorporaran una gran cantidad de leyes consuetudinarias que
se remontaban a la antigüedad del Oriente Medio, y al derecho
romano. A lo largo de los siglos VIII y IX se desarrollaron cuatro
escuelas jurídicas que han ejercido una enorme influencia en la vida
musulmana hasta nuestros días. La primera de ellas, o escuela
hanifí, fue fundada por Abu Hanifah (m.767), un hombre moderado y
muy virtuoso que prosperó en Kufah y Bagdad, y que arguyó que en
caso de que no se encontrasen soluciones claras en el Corán y las
Tradiciones, debía uno de guiarse por los principios de la analogía
o de la preferencia. Su sistema se adoptó en Turquía, la India y
Asia Central. La segunda, o escuela malikí, fue establecida por
Malik Ibn Anas (m.795) de Medina, cuyo al-Muwatta’ es la
primera gran obra legal musulmana existente. El sistema de Malik
abogaba por una estricta observancia del Corán y las Tradiciones, y
también aceptaba como válida la decisión de la comunidad
islmámica. Se convirtió en la única escuela reconocida en
al-Andalus y el noroeste de África.
La tercera, o
escuela Shafi’í, fue fundada por al-Shafi’i (m.820) de
Bagdad que elaboró el concepto de ichma’, y dio validez a
la opinión personal. Su sistema fue adoptado en Egipto y Africa
oriental. La cuarta, o escuela Hanbali fue establecida por Ahmad Ibn
Hanbal (m.855), quien, como reacción ante el racionalismo de su
época, manifestó un gran conservatismo en su sistema, abogando
intensamente por la interpretación del Corán al pie de la letra mas
que por el razonamiento. Fue discípulo de al-Shafi’i, pero se
separó de su escuela por las razones expuestas, y su sistema, tal y
como lo perpetuaron Ibn Taymiyyah (m.1326) y Muhammad Ibn ‘Abd
al-Wahhab, es todavía la ley de la Arabia Saudí. Aunque las cuatro
escuelas han sido aceptadas por la ortodoxia en el ámbito musulmán,
en al-Andalus sólo fue reconocida oficialmente la de Malik Ibn Anas,
hasta el punto que las demás fueron prohibidas como heréticas. La
fecha exacta de la introducción del Malikismo en España es
incierta, pero es probable que fuese a finales del siglo VIII,
durante el reinado de Hisham I, y reemplazó rápidamente a la
escuela jurídica de al-Awza’i (m.774), imán sirio, y seguidor de
Abu Hanifah. La doctrina de al-Awza’i duró algún tiempo gracias a
los esfuerzos de su fiel discípulo Sa’sa Ibn Sallam al-Shami (m.
Hacia 800), quien hizo las veces de muftí y muecín en Córdoba.
Al-Awza’i fue
muy respetado en Siria, pero con la caída de la dinastía Omeya de
Damasco en 750 disminuyó su influencia, y se estableció en Beirut,
donde continuó enseñando. Mientras tanto, los andaluces acudieron a
Medina a estudiar con Malik Ibn Anas, que se oponía a la política
tiránica del gobernante ‘Abbasí al-Mansur. Se dice que Malik
expresó la esperanza de que los gobernantes Omeya de al-Andalus
acabaran por “adornar nuestro santuario”, y, al hacerse esto
público, los andaluces empezaron a seguir el rito malikí y a tomar
sus decisiones legales de acuerdo con la opinión de Malik ya durante
el reinado de Hisham I. La entrada y el éxito final del malikismo en
España se debieron, sin duda, al modo de pensar mas bien prudente y
sencillo de los primeros colonizadores, que no eran dados a la
especulación filosófica y teológica; y la importancia que alcanzó
se debió en mucho al entusiasmo de los estudiantes andaluces, que
cada vez en mayor número cayeron bajo la influencia de Malik Ibn
Anas y sus seguidores. Entre los estudiantes que contribuyeron a la
expansión y fuerza del malikismo en al-Andalus se encuentra ‘Isa
Ibn Dinar (m.827), Yahya Ibn Yahya (m.847), Ibn Aviv, y Muhammad Ibn
Ahmad al-‘Utbí (m.868).
‘Isa Ibn Dinar,
conocido como “el jurista de al-Andalus”, introdujo en éste
varios trabajos sobre el malikismo, y escribió una obra en doce
tomos titulada al-Hidayah (el buen camino), que trata de la
escuela de Malik, y estuvo muy bien considerada por sus
contemporáneos y por Ibn Hazm. El principal defensor del malikismo
fue Yahya Ibn Yahya al-Laythi, beréber que llegó a ejercer una gran
influencia en la corte de los emires Omeya, sobre todo durante los
reinados de al-Hakam I y ‘Abd al-Rahman II; y conservó su poder,
influyendo en la política estatal y en el comportamiento de las
gentes dentro y fuera de la corte, a pesar de los desaires de que fue
objeto, primero durante la Revuelta del Arrabal, y luego a causa del
tratamiento de preferencia que dio ‘Abd al-Rahman II al músico
Ziryab. Yahya se inició en el malikismo en su tierra, y completó su
educación con el mismo Malik en Medina, poniéndose en contacto con
los principales malikíes en sus viajes a Oriente. Regresó a
al-Andalus lleno de entusiasmo por la escuela de su maestro, y se
convirtió en su mayor defensor, además de imponerse como
tradicionista, jurista y recitador del Muwatta’ de Malik. Tuvo
numerosos discípulos que extendieron el malikismo por todo
al-Andalus.
A Ibn Habib,
conocido por el sobrenombre de “el erudito de al-Andalus”, se le
atribuyen cientos de obras, destacando entre ellas el Wadihah,
que comenta el rito malikí. Viajó al Este, donde puede ser que
conociera al ya anciano Malik o a algunos de sus mas importantes
seguidores, y él mismo tuvo un buen discípulo en al-‘Utbi, que
fue famoso por su obra ‘Utbyyah, la cual llegó a reemplazar
al Wadihah como principal libro de texto del malikismo. Todos
estos hombres influyeron grandemente en la vida religiosa de
al-Andalus durante el gobierno de los Omeya, empezando a declinar su
poder a principios del siglo XI, cuando los eruditos religiosos y los
juristas no podían ya controlar a los gobernantes en medio de las
revueltas y la desintegración política. Sin embargo, el malikismo
continuó siendo la doctrina universal del territorio, y una gran
cantidad de eruditos lo perpetuaron a través de sus enseñanzas y
escritos. De éstos sólo podemos mencionar aquí unos pocos: Ibn
‘Afif (m.1029), autor de un diccionario biográfico sobre jueces y
juristas de Córdoba; Abu al-Walid al-Baqi (m.1081), autor de varias
obras de temas religiosos, incluido un estudio de al-Muwatta;
y Abu al-Walid Muhammad ‘Ibn Rushd (m.1126), abuelo del filósofo y
prominente jurista Averroes.
Aunque el
malikismo fue reconocido como la única doctrina oficial de
al-Andalus, las demás escuelas –Hanifí, Shafi’i y Hanbali-
también fueron conocidas de los andaluces, y contaron con
seguidores. Todos los que fueron a educarse a Oriente debieron
familiarizarse con ellas, y probablemente las dieron a conocer a sus
discípulos. Además, nunca tuvo trabas la entrada de libros a
al-Andalus, y se sabe que algunos eruditos mostraron sus preferencias
por otras doctrinas que la malikí. Entre ellos estuvo Baqui Ibn
Majlad, gran exegeta del Corán, que fue acusado de Shafi’ismo.
Mundhir Ibn Sa’id al-Balluti (m.966), y el principal teólogo de la
España musulmana, Ibn Hazm, fueron seguidores de la escuela Zahirí,
que defendía la observancia estricta de las explicaciones textuales
del Corán y las Tradiciones, conforme a su sentido literal. Ibn Hazm
escribió cuatro largas obras jurídicas, y, en su al-Muhalla,
de once tomos, expone su sistema jurídico, incluyendo todos los
aspectos y prácticas de la ley: su origen, creencias, limosnas,
ritos, asuntos domésticos, matrimonio y divorcio, testamentos,
comida, bebida, ropas etc. Trata 2.308 problemas, y los presenta
dando su opinión, basada en el Corán, las Tradiciones Proféticas,
y el ichma. También incluye referencias a las teorías de las
otras escuelas legales, rechazándolas cuando no concuerdan con el
sistema Zahirí. Muchos de los discípulos de Ibn Hazm se
convirtieron en sus seguidores, y entre ellos estuvieron Abu ‘Abd
Allah al-Humaydi (m.1095) de Mallorca, autor y renombrado jurista.
-La teología
(kalam): Debido a su completa dependencia del Este en todo lo
tocante al dogma, ritual y ley, se puede decir que al-Andalus
contribuyó en muy poco a la formulación de una teología, o a la
especulación dogmática; o, en otras palabras, al-Andalus se
conformó con su postura de receptor y seguidor, mas bien que de
contribuyente e innovador. Esto lo admiten generalmente los mismos
andaluces, y, en su tratado de alabanza a los grandes talentos de
al-Andalus, Ibn Hazm, que puede ser justamente llamado el principal
teólogo del país, afirma que el estudio de la teología no floreció
en al-Andalus por la sencilla razón de que allí no existían los
conflictos religiosos. Sin embargo, un gran número de personas
fueron testigo de que el país no fue indiferente a la teología, y
entre ellas se encuentra Ibn Hazm, que cultivó diversas tendencias,
se interesó por sus orígenes, y escribió obras acerca de ella. Al
cabo de casi cuatro siglos, se consiguió formular en Oriente una
teología islámica ortodoxa, y, durante este largo período, el
occidente estuvo dividido por discusiones bizantinas acerca de Dios,
Su naturaleza y atributos, recompensa y castigo, el pecado, las
obligaciones del creyente, las malas y buenas acciones, la cuestión
de la autoridad, la sucesión al gobierno, etc.
Al-Ash’ari
(m.935) consiguió alcanzar algunos acuerdos en estos y otros temas,
y lo completó el gran teólogo al-Gazali (m.1111), que reunió en su
monumental obra “La revificación de las ciencias religiosas” las
principales teorías y temas que afectaban al creyente en este mundo
y en el mas allá. La especulación teológica comenzó poco después
de la muerte de Mahoma, y ciertos acontecimientos políticos, como el
asesinato de ‘Uthman en 656, seguidos de las batallas del Camello y
de Siffin en 659, resultaron en la formación de movimientos
político-religiosos que se identificaron con ciertas posiciones o
puntos de vista. Todo esto repercutió gravemente en los ámbitos
políticos y teológicos, y surgieron acto seguido un gran número de
sectas con opiniones contrarias, siendo el conflicto resultante lo
bastante serio como para quebrantar los cimientos de la naciente
comunidad islámica. La primera secta islámica fue la Shi’ah que
quiere decir “partido”, y que defendió el derecho exclusivo a la
sucesión del gobierno de ‘Ali, primo y yerno de Mahoma. Sus
partidarios eran inflexibles a este respecto, y, cuando el propio
‘Ali comprometió su posición en la batalla de Siffin al aceptar
un arreglo con Mu’awiyah, simple gobernador de Siria, algunos de
sus partidarios se indignaron y dejaron su ejército, acusándole de
traicionar la causa de Dios, árbitro de todas las decisiones.
Esos fueron los
Jawarich, contra los que tuvo que luchar ‘Ali, facción que se
rebeló reiteradamente contra lo establecido por largo tiempo,
alegando que sólo ellos eran los verdaderos musulmanes, y acusando a
todo el que no fuese uno de ellos de ser un pecador, merecedor de la
muerte y el fuego del infierno en el mas allá. Con el transcurso del
tiempo se dividieron en varios grupos, algunos de los cuales
siguieron conservando sus opiniones extremistas, mientras que otros
tendieron a la moderación. Sin embargo, todos se aferraron al
concepto de la comunidad como núcleo de su doctrina. También los
Shi’ah se dividieron con el tiempo en unas doce sectas, cada una de
las cuales tuvo un líder carismático (llamado generalmente Mahdi o
Iman) al que Dios había dotado de atributos divinos, y que volvería
a aparecer en cualquier momento para traer la justicia y la virtud al
mundo. En suma, los Shi’ies confiaban en el lider carismático para
alcanzar sus objetivos, mientras los Jawarich lo hacían en la
comunidad. Los Murchi’ah y los Mu’tazilah fueron distintos a los
Shi’ah y los Jawarich, ya que ambas sectas fueron conocidas por su
moderación y neutralidad en las candentes cuestiones políticas con
que se enfrentó el naciente Islam, y desarrollaron su teología en
el ambiente tranquilo y civilizado de Basrah, cuna de la temprana
teología islámica.
Los Murchi’ah,
nombre que significa literalmente “suspensión”, fue un grupo que
se opuso al extremismo de los Jawarich en lo concerniente al pecado,
y abogaban por no enjuiciar la cuestión, en la creencia de que
solamente Dios es el Juez Supremo que decide si un pecador deja o no
de ser musulmán, y si merece el castigo del infierno o el premio del
paraíso. Este pensamiento se trasluce en las opiniones de Hasan
al-Basrí, hombre piadoso y ascético, que mantuvo que el creyente
era responsable de sus propios actos, y que un pecador no era un
proscrito sino un musulmán descarriado, opiniones que también son
la base del Mu’tazilismo, que llegó a defender el libre albedrío,
la unidad de Dios, y la negación de los atributos divinos, y su
creación del Corán. Todas las sectas que acabamos de mencionar
–Shi’ah, Jawarich, Murchi’ah y Mu’tazilah- estaban en
desacuerdo respecto a cuestiones importantes, y esto condujo a la
aparición de numerosas escuelas, conocidas por el nombre de sus
fundadores, que a veces tomaron posturas radicales frente a las demás
sectas importantes, e incluso frente a aquélla de la cual se habían
derivado. Sus relaciones se caracterizaban por los conflictos, desde
acaloradas controversias y polémicas, hasta la persecución y las
guerras. Al mismo tiempo, en medio de esta intensa especulación y
ásperos debates, se estaba formando una teología “ortodoxa”,
que, en sus aspectos rituales y dogmáticos englobaba la totalidad de
la religión.
Creencias y
observancias, la naturaleza de Dios, la salvación y la condenación,
etc. El Corán, las Tradiciones según constaban en los Seis Libros
Canónicos, y la ley tal y como la definieron Abu Hanifah, Malik,
al-Shaf’i, e Ibn Hanbal, fueron los pilares de la teología
ortodoxa, que, a pesar de estos códices siguió siendo confusa hasta
que la salvaron dos grandes teólogos: al-Ash’ari y al-Gazali,
quienes mantuvieron la eternidad del Corán, los atributos divinos, y
la necesidad de la comunidad islámica de tener siempre un iman o un
califa como oscilando entre la voluntad divina y las acciones
individuales y voluntad humana. Al-Ash’ari nació en Basrah en 873,
y fue un decidido Mu’tazilí, aunque mas tarde, hacia 915, cambió
de postura y trató de compaginar el mu’tazilismo con el dogma
orotodoxo. Defendió la superioridad de la revelación frente a la
teología filosófica, y se dedicó al estudio del Corán y de las
Tradiciones. En cuanto a la cuestión del libre albedrío, formuló
la doctrina de iktisab, que postulaba que Dios crea los actos
humanos, y el hombre los “adquiere”. Tuvo muchos seguidores, y
entre los teólogos que le sucedieron son importantes al-Baqillani
(m.1013), que acentuó la naturaleza milagrosa del Corán; al-Bagdadi
(m.1037), que rebatió las diferentes escuelas en su valioso libro
sobre las sectas; y al-Chuway-ní (m.1085), maestro de al-Gazali y,
posiblemente, el teólogo mas importante del Islam.
Abu Hamid
al-Gazalí nació en 1058 en Tus, al noreste de Irán, donde recibió
su primera educación, y, en 1091 se convirtió en profesor del
colegio Nizamiyyah de Bagdad, fundado por el visir salchuqi Nizam
al-Mulk, firme defensor de la ortodoxia. Tras cuatro años de
enseñar, escribir y estudiar filosofía por sí solo, al-Gazali dejó
su puesto y se unió al movimiento sufí, a través del cual esperaba
satisfacer su ardiente deseo de hallar respuestas a las importantes
cuestiones religiosas de su época. Al no hallarlas en la filosofía,
escribió una crítica mordaz de los filósofos en su Tahafut
al-falasifah (La incoherencia de los filósofos), y en el sufismo
encontró la paz y el consuelo, siendo un convencido sufí durante el
resto de su vida. Trató de conciliar las prácticas y observancias
sufís con las de la ortodoxia, y su intento de vivir piadosamente se
halla expreso en su obra La revivificación de las ciencias
religiosas, sólida obra en cuatro tomos que está formada por
unos cuarenta libros sobre todas las facetas de la vida recta y
religiosa. En algunos aspectos es el epítome de los formulados
teológicos y de las obligaciones religiosas, cuya fiel observancia
aseguraría una vida bienaventurada en este mundo y en el futuro. La
teología islámica estuvo plagada de vicisitudes y tribulaciones
durante casi cuatro siglos, y los andaluces fueron conscientes de
esta situación pero no se dejaron vencer por ella, sino que se
aferraron al malikismo y fueron fieles al contenido del cuerpo
oficial de Tradiciones, comentarios y lecturas coránicos.
Sin embargo, los
estudiantes andaluces que fueron a educarse al Este lo hicieron con
eruditos orientales, no pudieron evitar sus influencias, incluso en
materias teológicas. Ibn Masarrah (m.931), el primer filósofo de la
España musulmana, se había impregnado del pensamiento mu’tazilí
en oriente y, a su vuelta a Córdoba, sus teorías no fueron
aceptadas y se vio obligado a buscar refugio en la sierra cordobesa,
donde en el retiro desarrolló tendencias místicas, siendo un
ejemplo de los muchos eruditos que se sintieron atraídos por
escuelas diferentes a la de Malik Ibn Anas. El principal
representante de esta tendencia fue sin duda, Ibn Hazm, el teólogo
mas destacado de la España musulmana. Recibió la educación
tradicional basada en el Corán, las Tradiciones, gramática y
lexicografía, etcétera, y abarcó toda la gama de las ciencias
religiosas. Además de su Fisal, obra voluminosa sobre las
sectas y confesiones, escribió una serie de tratados de interés
teológico: uno sobre el modo de rebatir a los herejes “que están
inspirados por el demonio y los infieles”, otro demostrando que el
Corán se halla por encima de toda elocuencia humana, otro acerca de
las interpolaciones de judíos y cristianos en el Viejo y Nuevo
Testamentos, y otro formado por consejos en contra de los abominables
errores de las principales sectas musulmanas.
En su juventud
mostró gran interés por la política, pero tras una serie de
experiencias desafortunadas, buscó refugio en los estudios
religiosos a los 24 años, dedicándose por entero al estudio de la
jurisprudencia y la teología. Comenzó por el al-Muwatta’ de
Malik, pero al cabo de unos cuatro años, su mente inquisitiva quedó
desengañada del malikismo, y se volvió hacia el shafi’ismo, al
que pronto abandonó por el zahirismo, del cual fue partidiario
durante el resto de su vida. La escuela Zahiri fue fundada en Oriente
por Dawud Ibn Jalaf (m.883), y abogaba por la teoría de que los
textos del Corán y las Tradiciones debían ser considerados
literalmente, según su significado externo, en oposición a su
significado oculto o interno y al principio de la analogía. Este
literalismo zahiri parece restringir el raciocinio, tan recomendado
por Ibn Hazm, pero éste arguye que el hombre puede, razonando,
llegar a la conclusión de que el mundo existe y tiene un creador.
Mas allá de esto, la razón, valiéndose de la analogía, la opinión
personal, la preferencia, u otros medios, no puede comprender la
finalidad de la voluntad divina o la esencia de Dios. El Corán y las
Tradiciones auténticas son las únicas fuentes de la revelación y
deben ser seguidas y comprendidas basándose en las estricas reglas
de la gramática, la sintaxis y las formas estilísticas de la lengua
arábiga, teniendo cuidado de respetar el orden cronológico de los
textos, ya sea dentro de un contexto especial o general.
En el caso de que
el sentido literal de un texto determinado vaya en contra de la razón
humana, debe ser rechazado, y al mismo tiempo se hace necesario un
esfuerzo personal para descubrir la verdad. Este enfoque otorgaba
gran libertad a los musulmanes para estudiar los textos y llegar a
conclusiones basándose en el razonamiento, lo cual concordaba con el
temperamento con el temperamento inquieto de Ibn Hazm, que se oponía
a la obediencia ciega de la autoridad oficial del ‘ulama’
de su época. La reacción de este último tuvo como consecuencia la
condena al ostracismo de Ibn Hazm, el cual continuó defendiendo su
postura con toda su fuerza y su elocuencia, y, aunque sus principios
fueron empleados en cuestiones legislativas, los amplió y aplicó
también a asuntos teológicos. Ibn Hazm defendió la tesis de que el
Corán y las Tradiciones son la única base de la ley, y deben
interpretarse solamente conforme a las estructuras léxicas y
gramaticales, y, por consecuencia, los métodos empleados por las
demás escuelas legales, tales como la opinión personal, la
analogía, la preferencia, y la aceptación de la autoridad no hallan
lugar en su sistema, ya que constituyen una afrenta a la sabiduría
divina.
Esta actitud
inflexible se refleja en muchos de sus escritos; y su teología es
esencialmente una extensión de sus creencias zahiríes, compendiada
en su valiosa obra Sectas y Confesiones, en la que demuestra
no sólo la superioridad del Islam sobre las demás religiones,
principalmente el Judaísmo y el Cristianismo, sino la de su propia
ortodoxia sobre las restantes escuelas y sectas musulmanas. Según
Ibn Hazm, la mente inculta solo necesita de la fe para entender la
verdad del Islam, y esta fe, inspirada por la gracia divina, es tan
fuerte que no necesita reforzarse, ni siquiera con el estudio de la
lógica. Esto ayuda al individuo a rechazar conceptos falsos; y
critica a los que se dedican al estudio de las ciencias naturales
pretendiendo que todo lo saben y abandonando las disciplinas
religiosas. Del mismo modo critica a los que se limitan a las
ciencias religiosas sin prestar la debida atención a las seculares,
ya que considera que ambas se complementan, y permiten aliar la fe y
el raciocinio. Ibn Hazm concibe a Dios como todo perfección, eterno,
autosuficiente y Creador de todas las cosas; la revelación no sólo
es posible sino necesaria, y concuerda con el dictado de la razón, y
también lo es la existencia de los profetas, que recibieron la
revelación a través de Dios del mismo modo que las ciencias y
oficios se aprenden a través de la enseñanza.
Acepta también
los milagros de los profetas, y la naturaleza divina del Corán.
Desde luego, puede uno formarse una idea mas clara leyendo
cuidadosamente el Fisal, del que sólo podemos hacer aquí un
breve análisis, y que no es, como mantiene Asín Palacios, la
primera obra islámica de este tipo, ya que anteriormente se habían
escrito varias heresiografías en Oriente. Pero por su volumen es
quizás la mayor de ellas en presentar un plan determinado para
rebatir a los adversarios doctrinales, ya sean musulmanes o no,
politeístas o agnósticos como los sofitas, ateos como los
filósofos, y deístas como los que no admiten que Dios es el Creador
de todo lo existente, dualistas como los zoroastras y maniqueos,
politeístas como los cristianos trinitarios, y a los bramanes que
niegan el concepto de la revelación profética, y a los judíos que
admiten algunos profetas y rechazan otros.
A todo esto añade
una dura crítica de las diversas sectas musulmanas como las
Mu’tazilah, Murchi’ah, Shi’ah, Jawarich, y de la actitud
fanática de los que practican la ortodoxia con una mente estrecha y
una ciega imitación. El trato que da a las sectas islámicas es
parecido al de las demás religiones; primero expone los principales
aspectos de cada religión o secta tal y como los entienden sus
creyentes, para, a continuación, rebatir sus dogmas punto por punto.
Se opone a la interpretación alegórica del Corán que hacen algunas
sectas, y defiende su interpretación literal y externa, tratando los
siguientes temas: Dios, Su naturaleza y atributos, libre albedrío y
predestinación, la fe, la vida futura, el imanato, y otros asuntos
teológicos. A la muerte de Ibn Hazm en 1064, había disminuido
considerablemente la influencia de los eruditos religiosos en la vida
de los andaluces, pero quedó un ambiente de intolerancia que fue la
causa de que se quemasen sus libros, seguido por la quema de La
revivificación de las ciencias religiosas de al-Gazali, que era
la Summa Theologica de la ortodoxia islámica. Como
consecuencia de esto, se hizo necesaria la búsqueda de una nueva
teología, que se manifestó en el retoñar de la filosofía en el
territorio andaluz, en unos momentos en que esta disciplina se
hallaba desacreditada en Oriente como perjudicial a la religión. Ya
al-Gazali había expuesto sus objeciones a la filosofía en Tahafut
al-falasifah, duramente atacado por el filósofo andaluz Averroes
(Ibn Rushd).
Esta búsqueda de
una nueva teología trajo, quizás, un renacimiento de la filosofía
bajo la dinastía almohade (1130-1269), que se levantó sobre una
base religiosa. Ibn Tumart (hacia 1080-1130), fundador de la
dinastía, fue asimismo un teólogo que se opuso a las prácticas
religiosas de su época, y marchó al Este, donde se impregnó de las
teorías teológicas de las diversas escuelas, sobre todo las de
al-Ash’ari y al-Gazali. Se proclamó mahdi, y se veía a sí mismo
como un iman infalible. Acentuó la unidad de Dios, de la cual se
deriva el nombre muwahhid por el que se conoce a sus
seguidores, y, aún mas importante, revocó la prohibición que
pesaba sobre los libros de al-Gazali; y algunos de sus escritos
reflejan sus inclinaciones teológicas. Uno de sus sucesores, Abu
Yusuf Ya’qub (1184-1199) tuvo en su corte a los dos grandes
filósofos de al-Andalus: Ibn Tufayl y Averroes, que defendieron la
razón como vía válida de llegar a la verdad. En suma, al-Andalus
adoptó la ortodoxia desde el principio, y permaneció no solo
fuertemente conservador, sino también altamente intolerante con
cualquier tipo de herejía o sectarismo, estando por esto
prácticamente libre de las guerras religiosas internas que sufrió
el Este. Las suyas, y fueron muchas, fueron político-étnicas:
rencillas entre los mismos árabes, árabes contra beréberes y
viceversa, y musulmanes contra los cristianos independientes o
semi-independientes. Por lo tanto, los tempranos movimientos
religioso-políticos del Islam, como el Shi’ismo, Jarichismo,
Murchi’ismo, Mu’tazilismo, y sus ramificaciones, nunca se
afianzaron en España como entidades organizadas y coherentes. En
Oriente, cada uno de ellos desarrolló sus propias teorías, teología
y filosofía de la vida, que a veces chocaron con el orden
establecido y acabaron en largas y sangrientas guerras.
En España, el
papel de estos movimientos fue insignificante, simplemente debido a
su aislamiento de ellos desde el principio. Cuando apareció alguna
herejía fue aplastada de inmediato, y mucha gente sufrió el
ostracismo y la persecución. En España, generalmente, preponderó
la ortodoxia tal y como la concebía e interpretaba el malikismo, de
un modo no muy diferente al Catolicismo de hoy día. Además el
Malikismo, al igual que al Iglesia Católica, tuvo una enorme
influencia en los asuntos de estado. El erudito Asín Palacios
resumió así la situación de la época:
Puede decirse
que durante su larga historia, la España musulmana fue la región
mas conservadora del mundo musulmán, a pesar del hecho de ser la mas
distante del centro de fe. Aunque su literatura y su teología eran
réplica de las del Este, las innumerables herejías orientales no
encontraron aquí mas que un eco insignificante. El clero ortodoxo
malikí comprendió quizás instintivamente que la vida política del
Islamismo español dependía de su unidad dogmática y probablemente
movidos a preservarlo sano y salvo con una actitud tradicionalista y
antifilosófica, consiguieron suprimir toda clase de innovaciones con
la mas violenta intolerancia. El estado, sobre todo al principio,
apoyó con su autoridad moral y sus medidas represivas esta política
del clero ortodoxo.
La activa
vigilancia de los incorformistas religiosos por parte de la iglesia y
del estado puede que asegurase la unidad religiosa de la España
musulmana, y puede que también evitase complicar una estructura
sociopolítica ya tensa y complicada, pero es probable que arrasase
el proceso de la libertad intelectual. En esas circunstancias, anidó
la desconfianza en muchas mentes fecundas y capaces de los mas
avanzados pensamientos. Ibn Masarrah, como muchos de sus
compatriotas, estuvo en contacto desde muy joven con el pensamiento
oriental, y, al no poder seguir su inclinación por los estudios
intelectuales, prefirió retirarse a vivir a un monte no lejos de
Córdoba. Sus libros fueron clandestinos, y solamente nos han llegado
algunos extractos que se le atribuyen, pero que a menudo no
concuerdan con su verdadero pensamiento. Parece haber sido un
filósofo y teólogo de gran talento y con grandes dotes de
persuasión, pero desgraciadamente se ha conservado muy poco de sus
teorías como para juzgarlo merecedor de una posición destacada. A
esta relación pueden añadirse muchos hombres destacados: Baqi Ibn
Majlad, respetable jurista y tradicionista, que fue perseguido
principalmente por haber introducido los libros del jurista
al-Shafi’í firme ortodoxo, y acreditado como tal en gran parte del
territorio musulmán.
Incluso durante
el período de mayor esplendor de la España musulmana, fueron
víctimas de las persecuciones y el ostracismo todos los
inconformistas, y la destacada figura de Ibn Hazm puede ser añadida
a la lista de los que sufrieron algún tipo de acoso. En realidad,
Ibn Hazm fue un ortodoxo en toda la extensión de la palabra, pero
algunas de sus teorías le convirtieron en persona non grata para sus
colegas los fuqaha’ (juristas). El gran Averroes, filósofo,
médico y estadista, no pudo escapar de aquel ambiente inhóspito
para la libertad de pensamiento, y, a pesar de que parte del
escolasticismo cristiano le debe mucho, fue víctima de los ataques
de los eruditos musulmanes y de los clérigos católicos. Lo mismo
puede decirse del igualmente inteligente Ibn Maymun (Maimónides),
judío de religión y árabe por su cultura, que no gozó del aprecio
ni de sus correligionarios ni de sus contemporáneos musulmanes, y
que para escapar de la intolerancia de su patria tuvo que marcharse
al Cairo, siendo por fin apreciado su talento en una corte musulmana.
En general, la contribución andaluza a las ciencias religiosas puede
decirse que fue nula por razones muy obvias, y los eruditos
religiosos fueron fieles a las tradiciones que contenían las obras
de los grandes maestros orientales.
Por otra parte,
los muchos entre ellos que había ido al Este para seguir estudios
religiosos trataron de copiar fielmente el pensamiento de su
profesores tal y como se hallaba en los libros que habían traído
con ellos. Por lo general, el aspirante a erudito religioso tenía
trazado el camino claramente, y si iba a estudiar al Este buscaba
especialmente el maestro que sabía le pondría en contacto con ideas
que estuviesen de acuerdo con la mentalidad del país, evitando así
mezclarse con “herejes” o personas inclinadas a la herejía. Sin
embargo, no ignoraba por completo ni los diversos matices religiosos
que existían en Oriente, ni las a menudo sangrientas consecuencias
que tenían. En resumen, el erudito andaluz fue un simple imitador
del dogmatismo oriental, y aún llegó mas allá al limitarse e una
sola escuela, en vez de servirse de todas las que existieron en el
Este. Escogió el Malikismo y lo observó hasta el fin, mientras que
las escuelas legales de al-Shafi’i, Abu Hanifah y Ahmad Ibn Hanbal
(reconocidas por la ortodoxia al igual que la de Malik Ibn Anas)
estuvieron tan apartadas de al-Andalus como las claramente heréticas.
Además, el
erudito religioso andaluz no estaba en condiciones de añadir nada a
lo que ya había sido establecido en Oriente, pues, al estar lejos
del centro religioso y ser tradicionalista, no podía elaborar una
tradición basándose en transmisiones orales que tenían su origen
en el propio Profeta, ya que hubiese sido insostenible. En su lugar,
tomó como única guía el Muwatta’ de Malik,
complementándolo con el núcleo de tradiciones codificadas por
al-Bujari, Muslim, Abu Dawud y otros. Los andaluces estuvieron muy
ligados a la ortodoxia islámica, pareciéndoles cualquier desvío de
ésta equivalente a una herejía, y, a consecuencia de esto, el
sectarismo no existió ni dentro ni traído de fuera de al-Andalus.
Las herejías orientales fueron objeto de condena inmediata, al igual
que las demás religiones. Ibn Hazm, representando la actitud usual
del andaluz, atacó duramente en su Fisal, tanto las herejías
islámicas como al resto de las religiones que conocía:
Zoroastrismo, Hinduismo, Judaísmo, Cristianismo y otras muchas
sectas. Es, por lo tanto, el Fisal un importante estudio
escrito por un hombre de inquebrantable fe en el Islam. Comienza Ibn
Hazm con la premisa de que el Islam es la verdadera religión y
aventaja a las otras dos religiones reveladas: el Judaísmo y el
Cristianismo; y sostiene que vino a suplir y derogar al Cristianismo,
del mismo modo que éste reemplazó al Judaísmo. Para demostrarlo
basa su crítica en ejemplos sacados del Antiguo y Nuevo Testamento y
de otros escritos judíos y cristianos, y también en polémicas que
mantuvo con fieles de las dos religiones, sosteniendo que ambas
degeneraron en diversas sectas y acabaron poseyendo escrituras
falsificadas, llenas de contradicciones, inexactitudes e insultos.
Según él, los
judíos vivían en ghettos y se tomaron tantas libertades con las
Divinas Escrituras que es casi imposible demostrar su autenticidad y,
del mismo modo se tergiversaron las escrituras cristianas debido a
las dificultades de los comienzos del Cristianismo. A lo largo de su
desarrollo, tanto los judíos como los cristianos introdujeron
falsedades en las escrituras, transformando así los textos
originales y permitiendo atribuciones inciertas a Dios, los ángeles
y los profetas. En su esencia, tanto el Nuevo como el Antiguo
Testamento son apócrifos, producto de un fanatismo tradicional. La
mayor parte del Antiguo Testamento fue falsificada por personas
mentirosas, maliciosas y traidoras, que se abandonaron a las
inexactitudes y las contradicciones, teniendo la audacia de atribuir
dudas a Sara y Abraham cuando Dios le prometió un hijo en su
ancianidad. Y peor aún, pretendieron que Lot tuvo trato carnal con
sus dos hijas con objeto de perpetuar la raza. En cuanto a los
cristianos, siguieron los errores de los judíos, añadiendo otros
terribles, y en su confusión atribuyeron a Cristo toda clase de
naturalezas: humano, encarnación de Dios, humano y divino a la vez;
padre, hijo, y espíritu en uno, hijo de Dios algunas veces, y otras
hijo de José, etc. Para demostrar sus alegaciones compara setenta
pasajes de los cuatro Evangelios, señalando sus enormes
discrepancias. Considera a los Evangelios menos verídicos que el
Antiguo Testamento, conteniendo cosas abominables sobre Dios y los
profetas; por ejemplo, la genealogía de Jesús según San Mateo
tiene un gran vacío, y es contradictoria a los escritos judíos.
La versión de San Lucas no concuerda con la anterior,
por lo que llega a la conclusión de que uno o todos los autores de
los Evangelios son unos embusteros. Además, tanto Mateo como Lucas
afirman que el Diablo manipuló a Jesús, a lo cual Ibn Hazm arguye
que cómo pudo eso ser posible si piensan que Jesús es Dios, y cómo
esos idiotas pudieron concebir o tener la audacia de sugerir que el
diablo pudiese proponer a Dios que le adorase. Y aún mas abominable
es el hecho de que los Evangelios admitiesen que Jesús tuvo padre,
madre, hermanos y hermanas, y a pesar de todo le llamen Dios, ante lo
cual clama Ibn Hazm agradeciendo a Dios el haber creado el Islam, la
religión pura, verdadera, y magnífica, sin tacha ni error.
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