La imagen que pretenden vendernos hoy día sobre una convivencia
exquisita entre moros, judiós y cristianos en Al-andalus (poco menos que iban de la manita por la calle) está lejos
de ser cierto. De nuevo los manipuladores de turno emplean el engaño
para adoctrinar a las masas en sus postulados edulcorando los hechos. Por naturaleza
aborrecen la verdad, cosa lógica entre los embusteros compulsivos.
El historiador Claudio Sánchez Albornoz será una buena guía para
conocer los hechos tal como sucedieron. Pese a quien pese, la
historia es de por sí políticamente incorrecta, al igual que un
personaje como Don Claudio, el cual fue misteriosamente silenciado
por unos y otros a pesar de haber sido presidente de la República en
el exilio durante el franquismo.
A grandes rasgos el pueblo judío ha pecado de excesivo celo en lo
tocante a la religión "propia", ello fue aprovechado por sus líderes
religiosos y políticos para manipular las escrituras
sagradas reveladas por Yavé (véase la entrada "El Único")
a su antojo. Dudo bastante que Dios sea propiedad de ningún pueblo por muy inteligente que se considere, pienso por el contrario que la humanidad es propiedad de Dios. Tan mezquina es la avaricia mundana como la espiritual. Esa falta de humildad (o terquedad si me
permiten) ha llevado al pueblo judío a creerse las propias mentiras que les han
ido enseñando en su comunidad a lo largo de los siglos. Yavé pasó de ser un aliado en época de Moisés a un fiero enemigo posteriormente (¡que mal trueque!). Todo en
exceso es malo y han probado a menudo la misma medicina que han
dispensado, aún así muchos persisten actualmente en el error: Me
refiero al sionismo bastardo sostenido por medio de la usura a nivel mundial. La historia judaíca se repite machaconamente con la ecuación expolio ajeno=hostilidad ajena, de corazón espero que los líderes y rabinos de marras reflexionen un poco para evitar otro nuevo holocausto.
No debemos, sin embargo, generalizar ni culpar ciegamente a los que son en realidad víctimas de sus propios jefes. Dentro del pueblo judío ha habido y hay gente bastante inteligente y crítica con su historia. No es nuestra tarea juzgarlos ni condenarlos, que lo haga el Altísimo y la propia historia. Con todo, la historia no debe ser manipulada o silenciada en aras de lo políticamente correcto o de una demagógica defensa contra supuestos antisemitas. El funesto matrimonio medieval entre noble y usurero para esquilmar al pueblo equivale actualmente al de los políticos con los banqueros, la historia enseña -en seguida lo veremos- que a la larga nunca acaba bien este cocido pues todos salen perjudicados de un modo u otro. Albornoz no es especialista en religión, pero aporta datos históricos sobre el pensamiento de importantes intelectuales judíos que serán francamente útiles a nivel teológico y filosófico. Les dejo con un extracto de su obra.
No debemos, sin embargo, generalizar ni culpar ciegamente a los que son en realidad víctimas de sus propios jefes. Dentro del pueblo judío ha habido y hay gente bastante inteligente y crítica con su historia. No es nuestra tarea juzgarlos ni condenarlos, que lo haga el Altísimo y la propia historia. Con todo, la historia no debe ser manipulada o silenciada en aras de lo políticamente correcto o de una demagógica defensa contra supuestos antisemitas. El funesto matrimonio medieval entre noble y usurero para esquilmar al pueblo equivale actualmente al de los políticos con los banqueros, la historia enseña -en seguida lo veremos- que a la larga nunca acaba bien este cocido pues todos salen perjudicados de un modo u otro. Albornoz no es especialista en religión, pero aporta datos históricos sobre el pensamiento de importantes intelectuales judíos que serán francamente útiles a nivel teológico y filosófico. Les dejo con un extracto de su obra.
Pocas páginas
de la historia de España han suscitado tan formidable marejada de
pasiones como las que refieren los contactos de españoles y judíos.
Fueron ellos tan agrios que todavía siguen batiendo los acantilados
de la verdad histórica olas de apasionados comentarios. Ningún
español culto siente hoy antipatía alguna hacia el pueblo hebreo,
pero áun están vivas las sañas hebraicas contra España. Procuran
los estudiosos hispanos examinar con serenidad la historia de los
judíos peninsulares, y algunos llegan a mostrarles férvida
devoción; los estudiosos judíos no han logrado a la hora de hoy
contemplar el remoto ayer del pueblo hispano con mirar justiciero,
libre de rencor. Hace años resumí mi juicio sobre las relaciones
entre los hebreos y españoles en una escueta frase: cuentas
saldadas. Los judíos tienen una larga serie de créditos contra
los españoles; no es menor la serie de los créditos hispanos contra
los judíos. Una diferencia separa sin embargo las dos deudas: los
españoles no fueron mas crueles con los hebreos que los otros
pueblos de Europa, y contra ninguno de ellos han sido sin embargo tan
sañudos los hebreos.
Mas no voy a
trazar aquí el debe y el haber histórico de cada pueblo respecto al
otro; es preciso el tema de estas páginas. Al examinarle he de
señalar mas de una vez lo ingrato de la conducta de los judíos
medievales contra los peninsulares entre los que vivían. Los hechos
históricos no pueden ser escamoteados por el historiador al servicio
de ninguna escuela. He sacrificado cuanto mas puede amar un hombre a
mi fidelidad a los mas altos valores del espíritu, a mi respeto por
los inalienables derechos de la persona humana y a mi fe en lo
fecundo de la pacífica convivencia de las comunidades populares.
Nadie puede por tanto atribuirme fobias bastardas. Reconozco la
magnitud del aporte de los judíos españoles a la cultura universal:
en España nacieron figuras de la talla de Ibn Gabirol, Ibn Paquda,
Yehudá ha-Leví, Abraham ibn Ezra, Maimónides... y una pléyade de
ilustres hombres de letras y ciencia.
Todos deben ser
inscritos en los cuadros de la tradición cultural hispano-árabe y
solo muy limitadamente marcaron la impronta de su propia estirpe
temperamental en las formas islámicas de pensamiento y de creación
literaria y científica; pero ello no empece para que sea justo
reconocer la importancia de su contribución a la vida espiritual de
Europa. No he de regatear tampoco a los judíos hispanos la
importancia de su papel de intermediarios entre las culturas de
Oriente y de Occidente en la Península. Fueron vehículos –no sé
si es justo añadir asépticos, como lo ha hecho Dámaso Alonso al
estudiar las jarchias romances de las muwasahas hebraicas- que
transmitieron a los cristianos españoles el saber y las formas
literarias de los musulmanes de Al-Ándalus. Gran misión sin duda,
aunque no pueda parangonarse con la empresa creadora de los mismos
islamitas.
Su superioridad
cultural sobre todas las otras comunidades hebraicas europeas
medievales es indiscutible, y lo es su proyección en la cultura
moderna a través de nietos de judíos españoles como Montaigne y
Espinosa y de algunas magnas personalidades de conversos hispanos. Y
suscribo sin vacilaciones cuantos elogios puedan hacerse sobre el
ímpetu de pensamiento, la capacidad razonadora, la fina
espiritualidad de la minoría culta de los hebreos peninsulares. Pero
cualquiera que sea la admiración y simpatía que me inspiren las
empresas espirituales del pueblo judeo-español, me es preciso
dejarlas aquí de un lado, porque no influyeron en la forja de los
hispano. La contribución de los judíos españoles a la acuñación
de lo hispánico fue muy otra y siempre de carácter negativo, quiero
decir que no transmitió calidades sino que provocó reacciones. Nada
de lo esencial de la contextura psíquica del pueblo hebreo dejó
huellas entre los españoles. Mas aún, una tajante oposición
enfrenta lo hebraico y lo hispano.
1-Lo
hebraico frente a lo hispánico: En la religión hebraica lo
colectivo triunfa sobre lo individual, porque en ella es mas esencial
el vínculo directo de Israel con el Altísimo que la directa
relación del hombre con Dios. Estableció éste las condiciones de
vida y desenvolvimiento del pueblo elegido en el que radica el
mensaje divino. El “Siervo del Señor”, del que habla Isaías
52.53, no es el hombre, es el pueblo de Israel. En él y en su Santa
Tierra –en el Génesis 28.17 se la llama “Puerta del Paraíso”-
se ejercitan típicamente los designios de Dios. En el ápice de la
jerarquía de los seres del mundo no está el hombre, sino el hombre
israelí, por pertenecer al pueblo que ha recibido la Ley, recepción
que le hace semejante a los ángeles. La idea de que el pueblo judío
es el tesoro de los hombres es fundamental en el pensamiento de
grandes figuras hebraico-españolas como Yehudá ha-Leví. El pueblo
hebreo forma para ellos “el corazón y el tesoro del género
humano”. Sólo el pueblo elegido, que fue favorecido con la visión
de Dios y de sus ángeles y con el don de profecía, puede alcanzar
la verdad, según ellos.
El alma judaica
–escribe Millás y Vallicrosa- “sábese especialmente requerida y
amada por Dios, y aunque no ha sabido corresponder plenamente a ese
requerimiento, considéralo como prenda y arras de sus ulteriores
títulos y merecimientos. Esta correspondencia y fidelidad amorosa
entre Dios y la Sinagoga es interpretada como el último y supremo
vínculo que explica todo el universo, material y moral, del cual
depende; a los otros seres no les queda sino figurar como testigos
mas o menos sensibles de este místico desposorio; a los humanos,
desfilar en pos de su séquito”. El singular sentido de las
relaciones entre Jehová e Israel, que transforma en un vínculo
bilateral entre Dios y su pueblo el lazo genérico del Altísimo con
el hombre, se vertió en su peculiar esperanza mesiánica; el Mesías
había de venir no a redimir a la humanidad sino para la gloria y
triunfo del pueblo elegido. Su pacto con la Divinidad convierte a
Israel en el actor principal del proceso histórico-vital y el hombre
se hunde en las sombras de lo comunal religioso. Mas que en la
inmortalidad del hombre, el pensamiento hebreo ha puesto acento
especial en el fin mesiánico de la historia universal, con el
triunfo del reino de Dios –y de su pueblo- sobre el mundo.
De un autor
hebreo son estas palabras “Los judíos no tienen en su religión
ninguna redención individual: toda su religiosidad es colectiva.
Según su midrasih, hasta el despertar en el fin de los días
se producirá en masa”. En la mística cristiana –escribe el gran
hebraísta Millás- las relaciones amorosas se centran entre Dios y
el alma individual, mientras que en la mística judaica dichas
relaciones se centran principalmente entre Dios y la comunidad de
Israel; en la cual se encuentran representadas todas y cada una de
las almas individuales. “El misticismo hebraico –dice asimismo-
es un misticismo que al exteriorizarse no se aísla sino que tiende a
integrarse en la comunidad... Por tanto la relación mística se
perfecciona en las relaciones entre Dios y el pueblo israelita,
considerado globalmente y como personificado”. Al constituirse el
alma colectiva –escribe también- en centro de la relación
mística... ésta se desvía y desmaya o muere con frecuencia, en
aras de un mesianismo nacional y político tanto como religioso; el
alma judaica se desborda en súplicas y quejas; se cansa e impacienta
en su larga noche de espera y se deshace en improperios contra sus
enemigos, los pueblos cristianos y musulmanes”.
La mística
judaica –dice después Millás- acepta amorosamente las
tribulaciones y abandonos espirituales por los cuales el alma se
purifica y se prepara para la unión, pero tal aceptación se refiere
a las tribulaciones de índole moral, de índole externa, social y
común, no a las desolaciones y estrecheces de índole interior, pues
de éstas no hay testimonio en la poesía sagrada hebraico-española.
Ya los primeros poetas hispano-judíos que cultivaron este género
literario –dice Millás asimismo, aludiendo a Ishaq ibn Jalfón,
que escribió en la primera mitad del siglo XI- se lamentaron del
aparente abandono en que Dios tenía a su esposa la Sinagoga. Fueron
los poetas hebraico-españoles, al parecer Salomón ibn Gabirol el
primero, lo que encontraron un nuevo cuadro para estos lamentos en
las poesías gelulá y ahabá, “en las cuales se
exponen en forma de diálogo, y al modo del Cantar de los Cantares”,
los amores entre Dios y su esposa, la comunidad de Israel, y las
quejas de ésta por su destierro y sus miserias terrenales. Y el
mismo Millás ha traducido numerosos geulot y ahabot de
Salomón ibn Gabirol, Mosé ibn Chicatella, Ishaq ibn Gayyat, Mosé
ibn Ezra, Abraham ibn Ezra y de otros muchos autores judíos de
España.
Y la concepción
comunal de la vida religiosa e histórica del pueblo hebreo aparece
clara no sólo en la poesía hebraica-española, sino en el conjunto
de los pensadores y poetas hispano-judíos. En general todos destacan
la unidad colectiva de destino; apenas aparece en ninguno una visión
clara de la significación histórica y religiosa del individuo y de
lo individual. El poeta toledano Todros ibn Yehudá (1243-1306)
constituyó una relación excepción a esta regla común. Millás y
Vallicrosa escribe en su obra estas palabras: “Tanto estas poesías
–religiosas- como otras de índole ética o sapiencial obedecen a
motivaciones de índole particular; es el poeta aislado de los
vínculos con su comunidad que se dirige a Dios, es una poesía
religiosa, pero no es ni puede ser litúrgico-sagrada. La voz de
nuestro poeta no es ya la voz adorante o preactiva de la comunidad,
ni es el intérprete de las esperanzas mesiánicas. La espiritualidad
de la tradición de Israel, tan potente en autores anteriores, está
casi ausente en nuestro poeta”.
Pero frente a
esta tardía y relativa excepción, cabe alegar numerosas pruebas de
la generalización del punto de vista contrario. Ibn Gabirol en Kéter
Malkut (La corona real) pide a Dios perdón por sus pecados con
estas palabras: “Recuérdame en gracia a la memoria y amor a tu
pueblo”. Y Yehudá ha-Leví, a la inversa, exclama: “Soportaré
la carga del pecado de mi pueblo y mi hombro inclinaré bajo el peso
de su yugo”. Según Vadja, comentarista de los “Deberes del
corazón” de Bahaya ibn Paquda, éste dejó fuera del plan de su
obra “puntos de importancia capital para la comprensión del
conjunto, como el análisis de la personalidad humana”.Yehudá
ha-Leví hace la apología de las plegarias colectivas; la oración
de la comunidad puede compensar las deficiencias de la oración
particular; la colaboración comunal ahorra esfuerzos; la acción de
la colectividad supera a la suma de los esfuerzos individuales
aislados; el hombre particular debe integrarse en la comunidad como
se integran en el cuerpo sus diversos miembros. Y en la vida
histórica de los judíos españoles triunfó la mas estricta
articulación social colectiva. Allí donde había un grupo de
hebreos, por reducido que fuera su número, surgía una aljama, es
decir, una comunidad que vivía en una estrecha vinculación humana.
“Todos a una” habría podido ser el mote o divisa de esas
comunidades hebraicas. Las cargas y los peligros comunes y sus
comunes orgullos y sañas los unían prietamente en un solo cuerpo
social.
“El ario
–escribe Renan-, que admite desde el comienzo la injusticia de los
dioses, no tiene un deseo particularmente de procurarse bienes
terrenos. No toma en serio los ornamentos y frivolidades de la vida:
seducido por su quimera de una vida de ultratumba (sólo esta quimera
es capaz de hacer realizar grandes cosas), el ario construye su casa
para la eternidad, mientras el semita espera el advenimiento del Bien
durante su vida. No quiere esperar; el bien y la gloria de los que no
puede gozar aquí abajo no existen para él. Ese punto de vista
aparece ya en el Libro de Job. En él no hallamos clara la idea de
una vida inmortal e indefinida en que pueden realizarse la verdad y
la justicia. El hombre debe disfrutar de una vida dichosa en la
tierra y, por ello, los sufrimientos inmerecidos que agobian al
piadoso Job provocan en él una gran angustia moral y religiosa.
Cumplidos los ritos: la circuncisión, las purificaciones, los
sacrificios, las oblaciones, el sábado, los jubileos y las otras
prescripciones positivas de la Ley y obedecidas las prescripciones
negativas de la misma, el Altísimo no impone ayunos ni abstinencias,
ni la vida solitaria, ni la renuncia a las riquezas.
La humildad y la
accesis no otorgan santidad; solo se logra ésta cumpliendo los
estatutos y reglas decretadas por Dios; así lo afirma el apologista
y poeta hispano-hebreo Yehudá ha-Leví. Para él la rectitud de
afectos y la devoción sólo suponen estados intelectuales o
psicológicos preparatorios y necesarios para la conservación de
toda la sociedad. El alma israelí –dice Millás- con la
observación de la Ley no lucra méritos y premios para obtener
delicias de ultratumba, sino en esta propia vida. “Prestarás a
muchos pueblos y tú de nadie tomarás prestado. Dominarás sobre
numerosas naciones y a ti nadie de sojuzgará”, promete Jehová a
su pueblo en el Deuteronomio, XV. 6 y XXVIII. 12. “El Talmud –ha
dicho un escritor hebreo- no habla de ninguna allendidad. El Talmud
investiga la lucha entre la materia y la idea... El Talmud intenta
fijar la vida cotidiana en ciento veintiséis mandamientos y en
doscientas cuarenta y tres prohibiciones; trata de medicina, higiene,
ciencias naturales, agricultura, criminología y derecho...”
“Libres de
toda preocupación por la impenetralidad de este mundo, los judíos
tenían el deber, el devoto afán de buscar la salvación, la
perfección y la redención en las cosas prácticas. En el Talmud se
encuentra el reflejo de cada fase económica de la Diáspora. Los
rabinos, por ser hombres muy leídos, saben resolver cualquier
problema de préstamos. El Talmud revela conocimientos exactos en la
materia de metales finos, de tipos de crédito, de contratos y de
cálculos. Y todos los judíos ortodoxos, ya pobres, ya ricos, tienen
conocimientos en cuestiones de economía, porque todos están
obligados a estudiar el Talmud”. “En la religión judaica
–escribe Millás siguiendo a Yehudá ha-Leví- el hombre religioso
no se aparta del mundo como si fuera una carga; ni aborrece la vida,
sino que, inspirándose en diferentes pasajes bíblicos, la considera
como uno de los principales dones del Creador; y por ello ama el
terrenal vivir y la existencia mundanal”.
“Habiendo
hallado en la Biblia –escribe de los hebreos Georges Vadja,
comentador del místico hispano-judío Bahya ibn Paquda- la promesa
de la recompensa terrenal, llegan a creer que la Ley tiene por fin
único y exclusivo conferir bienestar en este mundo”. Algunos
pensadores hebraicos procuraron asegurar la fe en la retribución de
ultratumba. Pero Heinemann señala como extraña al judaísmo la idea
de Ibn Paquda de que sería condición para la salvación del alma
sufrir en esta vida. Y así debe ser, porque en la poesía sagrada
hebraico-española sólo una vez, y por la pluma del ministro de los
Ziríes granadinos, Ibn Nagrella, saturado como es sabido de cultura
islámica –Millás ha señalado la influencia en él de la poesía
ascética o moral de los árabes -, asoma la idea de la compensación
ultraterrena de los dolores terrenales del justo. Ningún poeta
hispano-judío reitera el pensamiento que encierran estos versos de
Ibn Nagrella:
Si en este
mundo afliges al hombre bueno, le multiplicarás luego sus bondades
pías. Si en este mundo le obligas a llorar, se reirá muy mucho en
la otra vida.
Ni siquiera
aparece esta idea en el magnífico poema sagrado, a la par laudatorio
y precatorio, de Ibn Gabirol: Kéter Malkut (La corona real).
Y cuando se abatieron sobre la comunidad judía española terribles
dolores –las persecuciones almohades o las matanzas de 1391- sus
poetas no pensaron que tales sufrimientos procurarían a los suyos
celestiales recompensas, sino que soñaron en su venganza terrenal
con ayuda de Dios. El citado místico hispano-hebreo Ibn Paquda nos
ofrece la mejor prueba del arraigo profundo entre los judíos
españoles de esa tradicional inclinación hacia los goces
terrenales. Con el título Deberes de los corazones escribió
un tratado de teología ascética. Vadja ha demostrado su continua
dependencia de fuentes musulmanas y ha ido registrando sus
disidencias frente a ellas.
Como los
místicos islamitas, Bahya ibn Paquda se enfrenta con la realidad de
que con frecuencia los malos prosperan mientras los justos
experimentan necesidades y dolores. Los místicos muslimes no buscan
ninguna explicación seudo-racional a tal realidad. El tawakkul
o abandono de Dios consiste para ellos en no prestar atención a esa
discordancia entre la conducta del hombre y su éxito en el mundo;
dan siempre su consentimiento al decreto de Dios, sea el que sea, y
consideran la prueba como una ventaja. Aunque Ibn Paquda construye su
teoría del tawakkul con materiales musulmanes, no puede
adherir a esa tesis y procura explicar por caminos de razón el
sufrimiento mundanal del justo y el triunfo del malo. Fiel al
pensamiento religioso islámico, su fe hebraica en la recompensa
terrenal del hombre cumplidor de la Ley le fuerza, sin embargo, a
buscar las causas del fracaso frecuente de los buenos en este mundo
de tejas abajo.
Su condición de
judío lleva a Ibn Paquda todavía mas lejos. El tawakkul o
abandono de Dios no debe, según él, apartar al hombre del trabajo
que asegura su subsistencia y la prosperidad del mundo. La vida
orientada hacia Dios no debe romper bruscamente con las ocupaciones
profanas precisas para el mantenimiento del orden mundanal. Vajda
sospecha que Ibn Paquda conocía los mitos mas o menos directamente
inspirados en Platón sobre la caída del alma, pero que los eliminó
a propósito de su exposición; para él el mundo corporal no era tan
malo como para Plotino. Como coronación de su obra, el místico
judío-español trata de la ascesis. No es partidario de la
generalización de la misma en su grado superior, puesto que ella
contrariaría el curso de la civilización. La ascesis no debe ser
exagerada, declara Bahya ibn Paquda. La Ley quiere una ascesis
moderada. El ejemplo de nuestros antepasados –dice Bahya- enseña
que es posible conciliar una vida contemplativa con las ocupaciones
que trae consigo la subsistencia.
No debemos ser
una carga para la sociedad. Los anacoretas que huyen del mundo son
los que están mas alejados de la “moderación de la Ley”. Los
que renuncian a todo lo superfluo sin apartarse de la sociedad se
hallan menos alejados de aquélla. Están mas cerca del espíritu de
la Ley los que llevan la ascesis en el corazón pero no se distinguen
de los demás mortales. El renunciamiento a los bienes de este mundo
no debe conocer exceso alguno, declara Ibn Paquda. Las grandes
figuras bíblicas no tuvieron necesidad de la ascesis. Amar a Dios en
su grado supremo, dice también, no es accesible a todos los
creyentes, puesto que exige el abandono de los bienes materiales. Si
el autor de los Deberes del corazón, Bahya ibn Paquda
y el apologista Yehudá ha-Leví, arrastrados por la contextura
temperamental de su raza razonaron como queda expuesto, ¿podrá
sorprendernos que la mayoría de los hebreos españoles, carentes de
la espiritualidad exquisita de los citados pensadores –Ibn Gabirol
y Yehudá ha-Leví se irritaron contra el materialismo de las
comunidades judías de Zaragoza y de Sevilla, y Vajda ha señalado
que Ibn Paquda no halló interés por la mística en el ambiente
judío en que vivía-, vertieran su esperanza hacia la consecución
del bienestar y la riqueza terrenales? Ibn Gabirol escribió del
hombre en tono elegíaco:
Durante su
niñez anda según su instinto y cuando principia el espíritu de
concupiscencia a turbarlo se afana en reunir riquezas y bienes y
emigra de su país. Para embarcarse en los bajeles y para atravesar
los desiertos, se expone asimismo junto a los cubiles de los leones y
se aventura entre los reptiles. Y cuando cree que ya es mucha su
ganancia y que su mano ha logrado fortuna en paz le atrapa el
expoliador; sus ojos abre y nada quedó.
La
concupiscencia, para Ibn Gabirol, no arrastraba por tanto al hombre a
la sensualidad sino a la avaricia. Porque creía con fe viva en la
recompensa mundanal de su obediencia a la Ley, las riquezas y el
poder que alcanzaron en Castilla en el curso de los siglos XIII y XIV
los movieron a creer próximo a relizarse en ella el reino de Dios
sobre la tierra; lo afirmó el rabino burgalés Salomón ha-Leví,
luego Pablo de Santa María.
Los hábitos
proféticos de la vieja etapa histórica del pueblo de Israel y su
ininterrumpida esperanza mesiánica orientaron el pensamiento
religioso, y la vida judaica en conjunto, hacia un futuro terrenal,
en contraste con las tendencias mitológicas y las orientaciones
hacia un pasado histórico y hacia un porvenir ultraterreno de otras
religiones y de otros estilos de vida nacionales. Los cristianos, por
ejemplo, parten de la ya pretérita venida del Mesías –los
musulmanes, de la ya también lejana misión divinal de Mahoma- y
sólo esperan cada uno individualmente y no en masa, de modo
colectivo, su propia vida ultraterrena; y aquí abajo el fin de los
tiempos, con la segunda venida triunfadora de Cristo. Los hebreos han
esperado siempre indiferentes o temerosos el cumplimiento de los
sombríos anuncios proféticos de los voceros que les transmitían
las órdenes y amenazas del Altísimo; e ilusionados hasta la
histeria, tristes hasta la angustia o en calma que rozaba la
incredulidad, han aguardado la fatal llegada del Mesías que debía
aparecer entre ellos para la terminación de sus desdichas terrenales
–destierros, sojuzgamientos, persecuciones, cautiverios- y para su
triunfo histórico en el mundo.
Ese sentimiento
de esperanza, ardiente y frenética o desilusionada y angustiosa,
asoma a las claras en la literatura hebraica medieval –véase el
libro de J. Sarachek- en la hispano-judía sobre todo. Cualquier
suceso histórico de relieve creaba una nueva fermentación
mesiánica. La conquista de Jerusalén por los cruzados, con la
soñada ruina del poder islámico en el mundo, provocó la primera de
esas alucinaciones. Las convulsiones que Asia y el oriente de Europa
sufrieron después, con ocasión de las invasiones mogólicas –en
los mongoles vieron muchos judíos a los descendientes de las diez
tribus de Israel, deportadas al interior de Asia, que se disponían a
libertar a sus hermanos de raza- exacerbaron después otra vez la
esperanza mesiánica. Y así siempre; las sucesivas desilusiones que
sufrieron con el correr del tiempo nunca extinguieron su fe en la
triunfal venida del Mesías esperado.
En las
comunidades hispano-judías la esperanza mesiánica aparece
atestiguada desde que empezamos a hallar huellas literarias de su
vida espiritual. Se exterioriza ya en las mas viejas poesías
religiosas escritas por hebreos peninsulares y estalla con vigor en
la época de oro de la literatura hebraica española. En su libro
Selomo ibn Gabirol como poeta y filósofo, el gran hebraísta
Millás y Vallicrosa escribe: “La venida del Mesías libertador de
Israel, el ansiado y arcano término mesiánico (qes) no dejó
jamás de ocupar la mente y el corazón de los judíos contemporáneos
de Selomo ibn Gabirol; eran muchos los que se dedicaban a barajar
cómputos y mas cómputos para predecir el término considerado como
próximo de la venida del Mesías”. El mismo Ibn Gabirol se ocupó
de estos cálculos, según Mosé ibn Ezra, tomando por base el examen
astrológico de las conjunciones de Júpiter y Saturno.
“Esta
literatura mesiánica –dice también Millás-, que se valía
incluso de cómputos astrológicos de influencia musulmana, cundió
mucho en España en los días inmediatos a Ibn Gabirol, a principios
del siglo XII”. El gran poeta y apologista hispano-hebreo Yehudá
ha-Leví se dejó también ganar por la esperanza mesiánica y soñó
una fecha –el año 1130 de la era de Cristo- para la redención de
su pueblo. El polígrafo barcelonés Abraham bar Hiyya dedicó una
obra (El libro revelado) a fijar la data exacta de aquélla. Y
tan intensa fue la exaltación mesiánica entre los judíos
españoles, por entonces, que en 1130 apareció en Córdoba un falso
Mesías: Mosé Dray, quien sedujo a muchos de sus connacionales. Las
esperanzas y velas mesiánicas de Israel en su destierro, los amores
entre Dios e Israel, la culminación de las promesas de fidelidad
recíproca de los dos esposos y la trascendencia universal que la
culminación de estos amores preparada por el Mesías significaría
para el género humano, llenan la poesía de los judíos españoles,
desde Ibn Gabirol sobre todo. Sus cánticos coloridos y esperanzados
a la par, revisten forma análoga a este geulá del citado Ibn
Gabirol:
(Dios:)
Madre sin
hijos aniquilada, ¿por qué lloras? ¿Acaso tu corazón desespera de
lo que tanto has esperado?
(Israel:)
El plazo de
mi redención se difiere y mis tinieblas se dilatan.
(Dios:)
Espera, oh
afligida, aun un poco, pues enviaré mi ángel para preparar mi
camino. Y sobre la montaña de Sion ungiré mi Rey; ciertamente
vendrá un mensajero para enderezar tus vías. Decid a Sion: El Señor
reina, ¡ciertamente tu Rey ha de venir a ti!
(Israel:)
Oh Dios mio,
cuanto habré de esperar en vano. Y ¿hasta cuándo el destierro de
este pueblo durará, y a los hijos de Raquel, como ovejas,
trasquilarán? Pero yo, a pesar de todo, siempre habré de esperar.
(Dios:)
Espera, oh
afligida, al Redentor y Perdonador, pues no para siempre te he de
abandonar. Dentro de poco, tú serás para mi y Yo para ti. Decid a
Sion...
Por la pluma de
sus poetas y de sus escritores la comunidad judeo-española siguió
clamando por la venida del Mesías que pondría fin al cruel
destierro y al cruel sojuzgamiento a que sus pecados le habían hecho
acreedora, y siguió esperando en ella mientras no fue desarraigada
de su solar peninsular. En poesías de los géneros geulot y
ahabot de tipo epitalámico y en las que se califican de
siónidas, apenas hubo poeta hispano-hebraico que no manifestara sus
anhelos mesiánicos. Millás las ha traducido. Incluso el gran hombre
de ciencia Abraham ibn Ezra los cantó en forma muy bella. No
minimizaron los cabalistas las tradicionales esperanzas en la
redención del pueblo hebraico por el siempre aguardado Mesías. La
tensa emoción de los días de Ibn Gabirol, que suspiraba ansiosa por
el Vástago de Isaí, no pudo perdurar, claro está, sin vaivenes y
baches. Las plumas hebraico-españolas no siguieron tratando el tema
mesiánico con la cálida hondura de las generaciones de antaño.
El criticismo
racionalista se dejó sentir en la expresión del viejo sentimiento
mesiánico. Pero éste perduró y sobrevivió a todas las crisis y
desilusiones. Creyeron aún en la venida del Mesías historiadores
judeo-españoles como Abraham ben Salomón de Torrutiel y Salomón
ben Verga, que escribieron ya desterrados de su patria hispana. Y
continuaron soñando con ella muchos de los falsos conversos, fieles
en la intimidad de sus conciencias a la fe de sus mayores; todavía
se burla de tal mesianismo Quevedo en “Los sueños”. Nunca se
interrumpió por tanto ese tradicional y remotísimo mirar hacia el
mañana de las masas hebreas españolas.
La fijación por
escrito de las Sagradas Escrituras y de la Ley desarrolló en el
pueblo judío las potencias de la razón, al mover a sus hijos a la
interpretación y exégesis de textos que regían al por menor la
existencia de la comunidad y la de cada uno de sus miembros. La vida
a la defensiva que los hebreos hubieron de llevar en el mundo, tras
la diáspora, aguzó su fuerza y sus hábitos razonadores. En el
eterno duelo que libran en el hombre la pasión y la razón alcanzó
ésta en ellos, de ordinario, la victoria. Ningún pueblo medieval
concedió como el judeo-español a la razón una posición básica en
su existir diario.
En España, los
judíos ejercitaron la fuerza de la razón tal vez mas que en
cualquier otro país de Europa. Porque en ninguno el vuelo cultural
de la sociedad en que vivían –la España musulmana- les permitió,
y los incitó a la par, a dar libre curso al pensamiento; y porque en
ninguno se les brindaron posibilidades parecidas a las que hallaron,
entre los taifas primero y en los reinos cristianos después, para
alcanzar grandes riquezas y para escalar altas posiciones, poniendo
en juego toda la habilidad razonadora y la astucia, de la razón
hija. Cabe ofrecer muchas pruebas de tal realidad. Será decisiva la
alegación del papel desempeñado por la razón en el pensamiento
religioso del gran místico judeo-español Bahya ibn Paquda, que
escribió en Zaragoza o Córdoba entre 1050 y 1080. Con los
mutáziles, escribe Vajda, Bahya ibn Paquda hace de los “Deberes
del corazón” el resorte de nuestros actos materiales; y como en el
sistema del místico hispano-judío la teología ascética se basa en
la razón, crea en verdad una ética racional que envuelve la ética
revelada.
Sí, en Bahya
ibn Paquda es clara la lucha entre su racionalismo hebraico y su
sentimiento enraizado en la teorética hispano-musulmana. Pero en esa
lucha triunfó la razón y por ello tomó como punto de partida su
superioridad sobre la revelación al exponer su pensamiento sobre las
que, hablando en términos de mística cristiana, Vajda ha llamado
etapas de la vía purgativa y de la vía iluminativa; y se detuvo en
el umbral de la vía unitiva. Para Ibn Paquda, en el conjunto de
preciados dones con que Dios nos ha colmado: el pensamiento, la
memoria, la palabra, el pudor, el olvido... el mas importante es la
razón. Gracias a ella descubrimos a Dios, sus atributos y nuestras
obligaciones para con Él. Es clara la superioridad de la razón
sobre la ley revelada. Al lado de la razón la revelación parece
quedar reducida al papel de brillante segundo. Para sostener a la
razón en su lucha contra la pasión, Dios envió la ley religiosa en
su socorro. La razón mueve a la sumisión a Dios. Instruye sobre el
fin de la existencia humana. Da enseñanzas para hacer uso del mundo
que Dios ha puesto a disposición del hombre.
Mantiene el
orden del mundo por Dios querido. Hace comprender al pecador los
favores de Dios y su propia ingratitud. No la razón, sino la pasión
lleva a la heterodoxia. La derrota de la razón destruye el orden
moral y deja el campo libre a los desórdenes. La accesis es
aconsejable para ayudar al triunfo de la razón sobre la pasión. En
las grandes figuras bíblicas la razón dominaba de tal modo que no
tuvieron necesidad de practicar la accesis. Cuando la razón revela
al alma su naturaleza, el alma se desprende del cuerpo en un vuelo
hacia Dios. Y Bahya llega a basar en la razón el amor del hombre a
Jehová. Habían de pasar muchas décadas para que una devoción
pareja hacia la fuerza de la razón en el concebir de las relaciones
del hombre con Dios, y de la vida humana en general, se abriese paso
en Occidente. Si un místico hispano-judío como Ibn Paquda otorgó a
la razón papel tan principal en la vida religiosa, no causará
sorpresa el vuelo alcanzado por el racionalismo entre los hebreos
peninsulares. En los espíritus de fe firme ese racionalismo no
apartó al hombre de la Ley ni de Dios.
A muchos otros
llevó hacia la incredulidad y el epicureísmo, sobre todo después
de la eclosión y triunfo del averroísmo entre ellos. El obligado
diario comentario de los textos sagrados por caminos de razón, el
celoso estudio racional de la medicina y de las ciencias como seguro
medio de lograr el dominio de sus dominadores y para calcular el
instante de su liberación con el advenimiento del siempre esperado
Mesías, la frecuente e inquieta esgrima de la razón para defenderse
de las acusaciones de los estudiosos cristianos y de los cada vez mas
numerosos rabinos que renegaban de su fe y el astuto diario razonar
para triunfar en la corte y en las marejadas de la vida pública, mas
acentuaron que atenuaron el ímpetu racionalizador de los hebreos
españoles. Ese ímpetu se muestra en las discusiones ideológicas
que la doctrina de Maimónides y el problema de la filosofía
greco-árabes sucitó en el seno de las sinagogas españolas durante
casi un siglo; en la controversia celebrada en Barcelona en 1263,
ante Jaime I, entre el rabino de Gerona Mosé ben Nahman y el
converso Pau Cristiá; en la polémica mantenida por Ishaq Pollegar
contra el maestro Alfonso de Valladolid, antes de su conversión
Abner de Burgos –en su “Mostrador de justicia” atacó éste
precisamente el racionalismo religioso de muchos intelectuales judíos
y el polemista hebreo defendió la racionalidad del punto de vista
judaico-, y en todas las posteriores disputas, discusiones y
polémicas que en el curso del siglo XV sostuvieron, contra los
judíos fieles a su fe, los cristianos viejos y los cristianos nuevos
sobre todo.
Aunque la pasión llamara violenta a las puertas de sus decisiones
volitivas, el curso de su triste historia forzó a los hebreos
españoles durante siglos a vencer esas tentaciones y a caminar por
sendas de razón; e incluso cuando sucumbieron a los invencibles
apasionados deseos de bienes materiales y de mando, no pudieron
hacerlo por la carrera real del ímpetu sino por la trocha
zigzagueante de la astucia. Es difícil hallar nada mas opuesto a lo
auténtico español que estos rasgos esenciales de lo hispano judío.
Frente al triunfo de lo social en pensamiento religioso
hispano-hebraico y en la vida misma de las comunidades hebreas, se
alza el hiperindividualismo hispano. El mesianismo hizo vivir a los
judíos peninsulares cara al mañana, en una prolongada e
ininterrumpida espera de un futuro luminoso y triunfador. El español
miró con mucha frecuencia hacia el ayer; para él “cualquier
tiempo pasado fue mejor” y vivió nostálgico de hombres y de días
pretéritos que halló dignos de servir de arquetipos a su afán: los
Reyes Católicos y su tiempo, reinando Carlos V y muchas veces a lo
largo de la historia; el Emperador, mientras su hijo gobernó a
España; Felipe II, durante los Austrias menores...
Si el
racionalismo dominó el pensamiento religioso y la vida toda de los
judíos españoles, entre nosotros de ordinario la razón fue vencida
por la vida y desempeñó papel secundario frente al ímpetu y la fe.
Y nadie podrá atreverse a suponernos influidos por la inclinación
hispano-hebrea a esperar del Altísimo recompensas materiales, a
poner en la adquisición de la riqueza terrenal la meta de la vida, a
buscar el reino de Dios en este mundo de tejas abajo. Aspiramos
alucinados al existir ultraterreno –moríamos porque no moríamos-;
se deseaba el oro, pero se juzgaba peyorativamente el que lo
atesoraba y no sabía gastarlo con largueza; y con razón pudo decir
Unamuno: España, tu reino no es de este mundo. Insisto. ¿Hay nada
mas opuesto a lo auténtico hebraico que lo auténtico español? ¿Hay
nada mas difícil de avenir y armonizar? Nada de lo esencial del
espíritu, de las emociones, de los sentimientos, de los ideales, de
las apetencias, de las esperanzas, del mecanismo intelectivo, de los
procesos de conciencia, del estilo de vida, de la contextura
temperamental de los hebreos ha dejado huellas entre los españoles.
Es mas fácil unir el agua con el fuego que hallar vínculos de
parentesco entre los hispano y lo hebraico. Mas hacedero es encontrar
rasgos de pura españolía entre los judíos de origen español
dispersos por el mundo, a tal punto la herencia temperamental de los
hispano-cristianos influyó de modo decisivo en la minoría hebrea
que vivió durante siglos entre ellos.
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